Tahivilla, construcción de un paisaje moderno en el territorio (I)

Tahivilla, construcción de un paisaje moderno en el territorio (I)


En 1939, tras la guerra civil, España quedó arrasada. La reconstrucción del territorio nacional fue de los primeros empeños del régimen franquista. Que no debía restringirse a la reparación material, sino supeditarse a la «renovación del espíritu de la Nueva España», como se afirmó en la Asamblea Nacional de Arquitectos celebrada en Madrid en junio de 1939. Tal empresa requería un engranaje de envergadura. Para garantizar la coordinación de las actividades constructivas y su sometimiento al régimen, antes de finalizar 1939 quedó armado un conglomerado de servicios técnicos que aglutinó en torno a la existente Dirección General de Regiones Devastadas y Reparaciones, instituciones recién creadas como la Dirección General de Arquitectura, el Instituto Nacional de la Vivienda y el Instituto Nacional de Colonización (INC).

El INC pretendía «desarrollar, a partir de las infraestructuras primarias […] todas las obras necesarias para la completa puesto en riego, desde redes secundarias hasta la vivienda del colono». Asumió como influencias para el trazado de sus poblados las prácticas realizadas por la II República con criterios moderadamente racionalistas.



Del ámbito internacional adoptó experiencias de colonización del fascismo italiano, la bonifica integrale mussoliniana, cuyo soporte ideológico era perfectamente importable. El INC reguló el programa de los poblados en sus circulares internas. Debían satisfacer dos exigencias: racionalidad y estética. Conceptos de complicado equilibrio en el marco de una economía hundida que hacía superflua cualquier divagación estilística. Como modelo urbano el INC adoptó el concentrado frente al disperso. Elección que no respondió a una cuestión urbanística, sino que tenía un trasfondo ideológico. El jefe del Servicio de Arquitectura del INC señaló que «se ha experimentado en la práctica […] que cuando la casa queda alejada de la iglesia y de la escuela, el porcentaje de colonos y familiares que viven al margen de la religión y analfabetos es enormemente elevado».

Así, con la ideología conveniente, el instrumental adecuado y sin impedimento alguno, Franco interpretó el rol del ‘cirujano de hierro’ de Joaquín Costa para acometer una colonización integral del territorio nacional, dilatada tras décadas de intentos malogrados desde que la II República la formulase para redistribuir la tierra entre el campesinado. Ahora en cambio tendría como fin confinar a esa población en poblados creados ex profeso para tejer una estructura productiva agraria con la que garantizar la autosuficiencia de un país que se aprestaba a embocar el negro callejón de la autarquía. Otras intenciones subyacían ocultas bajo el discurso de esta independencia económica: el control social del campo, tradicionalmente hostil al régimen.

Y su aprovechamiento propagandístico y político bajo una apacible formalización urbana que magnificara «el sentido artístico y el genio particular de lo español». Bajo esta óptica, la creación de poblados de colonización supuso una «misión de apostolado del medio rural» en la que sus habitantes fueron probetas de la política reaccionaria del régimen, y su adoctrinamiento la garantía de continuidad del poder.

La arquitectura, por su parte, contribuyó a este proceso cediendo autonomía y capacidad crítica para constituirse en herramienta política. Debió someterse al fin oficial de «crear un continente material que permitiera encarnar en él todos los valores espirituales que constituían la gloria del pasado y los anhelos del futuro». En la nueva España totalitaria que comenzaba no era posible la libertad disciplinar de la arquitectura, al igual que no eran posibles las libertades individuales. No había «libertad ante el Estado para hacer los trabajos según el humor de cada uno». Sin embargo, esta línea de actuación que se abrió con la posguerra, con el territorio como soporte de poblados de colonización y de producción de arquitecturas en serie, resultó fundamental para la propagación en España de la arquitectura moderna surgida de las vanguardias europeas de principios de siglo XX.

EL ARQUITECTO

El encargo del poblado de colonización de Tahivilla recayó en el arquitecto Fernando de la Cuadra Irizar. Nacido en Utrera en 1904, titulado en 1928 y arquitecto municipal de Jerez de la Frontera desde 1935, había dado muestra de su talento en el pabellón Maggi para la Exposición Iberoamericana de 1929 de Sevilla, donde incluyó valientemente el racionalismo en plena apoteosis de la arquitectura regionalista. De la Cuadra había ganado en 1934 ex aequo con un grupo de arquitectos de la vanguardia madrileña el concurso nacional de anteproyectos para la construcción de poblados en las zonas regables del Guadalquivir, convocado por el organismo republicano Obras de Puesta en Riego (OPER). Realizó posteriormente un estudio sobre la vivienda rural en la misma zona encomendado por el Instituto Nacional de la Vivienda. De este análisis de arquitectura popular extrajo consideraciones tipológicas y funcionales con las que ensamblar en parcelas rurales programas residenciales junto a espacios agrícolas. Para determinar un tipo arquitectónico de fácil reproducción y viable dentro de la coyuntura económica y técnica de la España del momento.

LOS PROYECTOS

De la Cuadra redactó en 1944 un ‘anteproyecto comprendiendo 60 viviendas protegidas, 2 escuelas e Iglesia’ en el que proyectó ’50 viviendas agrícolas para los colonos con sus dependencias de establo, graneros, etc. 5 viviendas para artesanos, cuatro para profesionales o sean un médico, un practicante y dos maestros; un curato, la Iglesia, dos escuelas y toda la urbanización correspondiente’. En 1946 desarrolló en un proyecto el documento anterior. En él efectuó un nuevo reparto de viviendas, que pasaron a ser cuarenta y seis para colonos, seis para artesanos, tres para profesionales, y una para el maestro. La escuela cambió sustancialmente respecto al anteproyecto, incluyó adosada la vivienda del maestro y modificó su alzado. Y creó la casa consistorial en una manzana de la plaza destinada inicialmente a viviendas. En 1947 redactó una nueva propuesta en la que modificó la iglesia. La giró sobre su eje longitudinal para alinear la torre con la calle principal. La planta de cruz latina de 1944 la cambió por otra rectangular, solo ensanchada en la portada. Se modificaron también las dependencias agrícolas de 1946, firmándolas un ingeniero agrónomo.

El ámbito de la colonización de Tahivilla, una finca «que ya contaba con 40 chozos mal acondicionados», se estableció segregando una parcela de 600×500 m2 de la parte laborable de la finca. Pero el poblado proyectado por De la Cuadra fue de 53.000 m2. Debido a que «lo proyectado no es más que la parte inicial de un pueblo que está llamado ‒en su día‒ a adquirir un gran incremento por su estratégica situación dentro de una zona tan despoblada» . De modo que lo proyectado era el ‘punto inicial’ de una actuación sobre el territorio más amplia y diferida temporalmente. Una primera acotación urbana que descansando en una expectativa latente permita que «puedan llevarse a cabo las ampliaciones necesarias sin agobio de terreno2.

LA INTERVENCIÓN, LA TRAMA ALTERADA

El primer paso para la construcción de Tahivilla era determinar su trazado urbano. De la Cuadra lo confió a la ortogonalidad. Un recurso científico que atraviesa la historia del urbanismo, presente en planes hipodámicos, cuadrículas romanas, ciudades hispanoamericanas, nuevas poblaciones de Sierra Morena, o ensanches urbanos. Al igual que esos modelos, el patrón del tejido urbano era la manzana de geometría regular. Que facilitaba su seriación atendiendo a criterios de economía y racionalidad. Pero a diferencia de aquellos, sorteó la rigidez de la trama desplazando, girando y truncando sus manzanas. Así, las calles rectilíneas resultaron discontinuas, interrumpidas por fachadas que introducían en ellas visiones particulares del conjunto. También generó ámbitos de encuentro separando las manzanas y dimensionando ampliamente los espacios libres que las envolvían. Enfatizándolos con abundantes elementos vegetales.

De la Cuadra impidió con estas hábiles manipulaciones según las reglas de recreación pintoresca de Camilo Sitte que el espacio urbano en lugar de devenir escenario predecible y difícilmente significativo, dado por una monótona seriación de volúmenes y calles iguales, contase con la adecuada legibilidad urbana y con lugares de relación en los que se fomentase la cohesión social del poblado. En su perímetro ubicó un cordón verde como acotación del espacio urbano y como integración visual con el territorio.

EL VIARIO JERARQUIZADO

De la Cuadra loteó perpendicularmente las manzanas del poblado a su ancho para obtener parcelas estrechas y alargadas de similares dimensiones. Que procedían de sus estudios sobre la vivienda mínima agrícola. De este modo propició que cada una de esas células contara con dos accesos. Uno por cada calle delimitada por la manzana. Recurso que le permitió destinar una al tránsito de personas y otra al de “animales mayores”. Se conectaba así el trazado de Tahivilla con la reflexión sobre circulaciones separadas y categorizadas presente en el urbanismo desde el primer tercio del siglo XX, que, introducida por Tony Garnier y perfeccionada por Le Corbusier constituyó una herramienta de construcción del urbanismo social.

Esta segregación funcionalista de los flujos repercutió en el tratamiento material de las calles. En las peatonales se enfatizó su vocación relacional con una mayor escala, con la disposición de tratamientos vegetales y una pavimentación más amable. Recreando en el ámbito rural, pese a sus alteraciones modernas en forma de discontinuidades y quiebros para el control de la perspectiva, el carácter tradicional, «antimoderno», de la calle andaluza. Del otro lado, las calles para los animales, de mayor desgaste, reforzaron su carácter utilitario al quedar reducidas a la expresión justa para facilitar el cruce de carros. La calle principal que a modo de cordón umbilical conectó perpendicularmente la carretera con la plaza del poblado es buen ejemplo. Su relevancia se tradujo cuantitativamente en la mayor anchura viaria de Tahivilla y cualitativamente en la dotación de arbolado a ambos lados.

Artículo publicado en el número 56 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños, abril de 2022.



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