La asombrosa historia del matamoscas: de la pala con redecilla al diseño de lujo de Miguel Milà | ICON Design
Mucho antes de que internet pusiera en un aprieto a la prensa de papel, el inventor estadounidense Robert R. Montgomery ya arrebató a los periódicos una de sus funciones al patentar el matamoscas en 1900. Desde luego, el utensilio era bastante más eficaz que una revista o un periódico enrollado. Al utilizarlo, el aire que choca con el matamoscas atraviesa los agujeros de la rejilla que va incorporada al mango, de manera que el golpe asestado es más rápido y la mosca tiene menos tiempo para escapar.
Sin embargo, para los más estetas planteaba un nuevo problema. Se trataba de un objeto muy poco agraciado. “Los matamoscas corrientes son tan feos que hay que mantenerlos fuera de la vista”, aseguraba en 1941 la revista estadounidense Popular Science en un artículo que explicaba cómo hacer uno de cuero que fuese “decorativo”.
Hace unos años, el gran diseñador Miguel Milà llegó a esta misma solución para contentar a su mujer, María Valcárcel. Según cuenta Milà en el documental sobre su carrera que dirigió Poldo Pomés, su esposa se molestaba cada vez que le veía usar un matamoscas en su jardín de Esplugues de Llobregat por considerarlo demasiado feo, así que a él se le ocurrió embellecerlo. “Voy a tener un matamoscas elegante. Así no me criticas”, le dijo el diseñador a su mujer. Y como se le ve hacer en el documental, fabricó uno en su taller uniendo un retal de cuero a una caña de bambú.
A diferencia de la rejilla que presentan la mayoría de matamoscas, la pieza de cuero del diseño de Milà no está agujereada, lo que hace que su pala sea más útil para espantar moscas que para matarlas. “Milá cree que la simple presencia de la pala tiene un efecto disuasorio en las moscas, por lo que la mayoría de las veces solo la usa para asustarlas”, razona la web de Milà en la ficha del producto.
Comercializada por este motivo como “espantamoscas” en vez de “matamoscas”, la pala de Milà forma parte desde hace dos años del catálogo de Isist Atelier, una firma barcelonesa especializada desde 1954 en la manufactura de objetos de cuero. Isist es conocida en el mundo del diseño por producir en exclusiva la silla Butterfly o BKF de Antonio Bonet, Juan Kurchan y Jorge Ferrari (una de las sillas más famosas del siglo XX), pero en los últimos años la firma ha encontrado otro filón en aquellos objetos poco conocidos de los grandes nombres del diseño catalán. El catálogo que ha ido componiendo Andreu Carulla como director creativo de Isist Atelier recuerda así a un pequeño gabinete de curiosidades. Aparte del espantamoscas de Milà, Isist produce otros objetos tan curiosos como una leñera del arquitecto José Antonio Coderch (que también puede usarse como revistero) o una elefanta de juguete que Antoni Arola creó en 2006 como regalo de cumpleaños para su hija. El único producto para el que Isist no utiliza piel es un agitador de bebidas de madera, diseñado por Coderch para quitarle gas a la soda de sus tragos de whiskey.
“Antes de trabajar con nosotros, Miguel Milà solo fabricaba la pala para su uso personal y como regalo para sus amigos”, explica por teléfono Juan Carlos Sanz, director de Isist Atelier. “El espantamoscas está muy bien, pero hablando un día con él le pedí que nos diseñara una pieza más importante. Como está muy contento con nosotros, aceptó. Dentro de unos meses, Isist sacará una nueva silla de Miguel Milà. Imagínate lo orgullosos que estamos”.
Milà no es el único diseñador famoso al que temen las moscas. En 1998, Philippe Starck creó para la firma italiana Alessi su Dr. Skud, un matamoscas de resina termoplástica que, al caer sobre sus víctimas, revelaba en la parte de la rejilla el dibujo de un rostro humano. Según un artículo del diario The Washington Post publicado ese mismo año, Dr. Skud fue el primer matamoscas en presentarse en el Salone del Mobile de Milán. Tiempo después, el MoMA de Nueva York lo incorporó a su colección de diseño, pero su creador no está especialmente orgulloso de este producto.
En un reportaje de 2005 de la revista de diseño Metropolis, Starck se declaró contrario al sufrimiento de los animales y dijo que su matamoscas Dr. Skud era “una aberración”, aunque otras veces ha dicho que en cualquier caso evita el uso de insecticidas contaminantes. Menos problemas de conciencia le hubiera ocasionado proponer como espantamoscas a Juicy Salif, su objeto más icónico. Diseñado también para Alessi en 1990, está inspirado en la forma de un calamar y sirve para exprimir limones, pero cuando Umberto Eco se lo mostró a sus estudiantes de semiótica de la Universidad de Bologna, hubo a quien le recordó a una araña y pensó que era para asustar moscas.
A diferencia de Miguel Milà y Philippe Starck, el arquitecto Frank Lloyd Wright se conformó con tener un matamoscas corriente y no sintió la necesidad de diseñar uno. Sin embargo, usaba el suyo de una manera peculiar. Según cuenta la mujer de su colega Edward Durrell Stone al recordar una visita a Casa Taliesin (la famosa vivienda de Wright en Wisconsin) en el libro About Wright, al genio le gustaba ponerle a sus víctimas los nombres de sus rivales. “Esta es Gropius”, decía Frank Lloyd Wright al atizarle a una mosca con su pala. “Y esta otra, Le Corbusier”.