Opinión | Huracán Fiona: solidaridad y activismo desde la diáspora de Puerto Rico

Opinión | Huracán Fiona: solidaridad y activismo desde la diáspora de Puerto Rico


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En el quinto aniversario del huracán María, una vez más la comunidad puertorriqueña en la diáspora está en duelo y acción. No solo porque Fiona vuelve a exponer la fragilidad de la pobre infraestructura boricua, recordándonos de una supuesta recuperación que nunca vino, sino porque la diáspora siempre está presente, sufriendo y activa en la lucha por Puerto Rico — aún cuando muchas veces se nos olvida y rechaza.

En este aniversario tan triste para nuestras comunidades es importante recordar la apertura y la unión tan necesarias entre los puertorriqueños del archipiélago y la diáspora que se vivieron después de María. Entonces abandonamos las diferencias entre “los de la isla” y de la diáspora y pudimos sufrir y actuar como lo que somos: un mismo pueblo.

Unos cinco millones de boricuas viven fuera de Puerto Rico, la gran mayoría en Estados Unidos.
La diáspora siempre está presente, sufriendo y activa en la lucha por Puerto Rico — aún cuando muchas veces se nos olvida y rechaza, escribe Arlene Dávila. (Ramón “Tonito” Zayas)

Y vimos a nuestras familias y amigos refugiarse en nuestras comunidades a través de los Estados Unidos. Sin números de acciones y eventos de recaudación de fondos, y cabildeo político que advertía y amenazaba a políticos estadounidenses sobre el poder de nuestro voto en la diáspora para que actúen por Puerto Rico en nombre de todos los puertorriqueños en el archipiélago sin voz ni voto. Y vivimos meses con un gran nudo en el estómago y con los corazones en las manos ante el sufrimiento colectivo de ver a nuestra comunidad ignorada y explotada por políticos, rogando por la ayuda que nos prometieron y nos merecemos.

Ese es el mismo nudo que vivimos hoy con el huracán Fiona – y el mismo nudo que nos aprieta cada vez que vemos las injusticias en que vive nuestra gente- sufriendo apagones y desplazamientos. Esa es la misma agonía que sufrimos al ver a nuestro pueblo huir a Estados Unidos porque la vida en Puerto Rico se hace imposible.

Por eso se nos rompe el corazón cuando escuchamos el argumento de que solo los que vivieron el huracán en carne propia merecen sufrir o representar esta tragedia. Como si María hubiese afectado únicamente a los que viven en el archipiélago – y no a los puertorriqueños en la diáspora que perdieron seres queridos o se quedaron endeudados ayudando a sus familias y amigos. Como si no se hubieran mudado miles de puertorriqueños a la diáspora después de María – como si de veras se pudiese demarcar qué puertorriqueños fueron afectados y quiénes quedaron ilesos y sin problemas.

¿No sería mejor trazar una línea en términos de clase y privilegio? ¿No es hora de reconocer que los más afectados son siempre los mismos? ¿Los de menos recursos, los más pobres y los excluidos, tanto si están en el archipiélago como en la diáspora? Teniendo en cuenta que los ricos en Puerto Rico están protegidos por sus generadores de electricidad individuales, y que no experimentaron cambios en sus vidas como tantas familias pobres en la diáspora que abrieron sus casas y sus bolsillos para ayudar a familiares y amigos.

Recordemos que vivir en el archipiélago no garantiza solidaridad— como bien lo demuestran los beneficiarios de las leyes 20 y 22 que se refugian en sus mansiones o huyen a sus casas en los Estados Unidos cuando aprietan los desastres. Los demás vivimos traumatizados, con los ojos abiertos a la realidad de que somos una colonia y de que si no trabajamos juntos -exigiendo que a Puerto Rico se le escuche y se respete- no vamos a ningún lado.

Esta es la lección que nos enseñan los artistas de la diáspora durante la exhibición “Recogiendo los Pedazos” organizada por el artista Adrián Viajero Román en una galería colectiva de Loisaida que abrió en días recientes. La exhibición, que sirve de celebración y recaudación de fondos, nos motiva a reflexionar sobre todas las vidas afectadas por el huracán, incluyendo a las personas que sufren depresión, trauma, pobreza, y migración forzada, sin distinguir que vivan en el archipiélago o en la diáspora. Más que nada, este evento nos recuerda lo fuertes que somos unidos y sirve como una celebración de lo mucho que nos une: el amor por lo que Puerto Rico representa, y la esperanza de un futuro mejor para todos.

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