Cuánto dinero es suficiente para ser feliz
Economistas, filósofos, millonarios y personajes de comic ya han respondido a la cuestión sobre la fortuna necesaria para ser feliz con razonamientos diversos y sugerentes que ayudan a mejorar el nuestro.
Al ver cómo empeora el clima económico, he repasado en las entrevistas de La Contra las mejores reflexiones sobre cuánto dinero se necesita para ser feliz. La primera es la observación de los banqueros judíos que la tranquilidad financiera sólo está asegurada para quien pueda vivir de “los intereses de los intereses” de su patrimonio.
En mi caso, y dejo el cálculo preciso a los de ciencias, bastaría con tres millones de euros… Hasta que la muerte nos separe amigos, porque, sólo debemos tener en cuenta los años que nos queden hasta los 84 años de esperanza de vida media en España. Ya tienen así el límite de sus números, pero incluyan en ellos el peso de su ego, porque ya Keynes nos prevenía sobre “nuestra absurda necesidad de acumular bienes por el mero hecho de sentirnos superiores a los demás”.
Premios Nobel de Economía
Daniel Kahneman y Angus Deaton cuantificaron el coste de la felicidad en torno a los 100.000 euros anuales
Otra perversión patrimonial es la del tacaño que acapara patrimonio, incluso pasando privaciones, con la excusa para los demás -bajo ella subyace la soberbia de autoconvencerse de que vivirá para siempre- de dejar una buena herencia a los descendientes. Consigue así ser el más rico del cementerio habiendo sido antes el más forrado del asilo. Y priva así a sus herederos de la oportunidad de ganarse su propia fortuna.
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Aprendamos, en cambio, de estimaciones en las que pesa más la razón que el orgullo, como las de los nobeles de Economía Daniel Kahneman y Angus Deaton, a quienes pude “contrear” en su día, y que cuantificaron el coste de la felicidad en nuestros días en torno a los 100.000 euros anuales.
Y ahora viene el apunte más valioso para nuestro cálculo: hasta esa cantidad, a mayores ingresos, más felicidad; pero a partir de esos 100.000 euros, hay que gastar muchos, pero que muchos más cada vez para obtener por cada nuevo incremento de gasto un poquito menos.
La felicidad no es, en consecuencia, directamente proporcional a la cantidad que invirtamos en ella, porque la relación entre ingresos-patrimonio y bienestar-felicidad no es lineal, sino que está sujeta a la función de utilidad marginal decreciente.
Yo puedo comprarme 14 coches, pero tengo un solo culo”
Por eso cada vez, amigos millonarios, tendrán ustedes que comprar más barcos, bentleys, aviones y mansiones para obtener cada vez menos felicidad además de la que ya tenían. Me lo contó con gracia David Rockefeller al minimizar las ventajas de su fortuna: “Yo puedo comprarme 14 coches, pero tengo un solo culo”. Otro entrevistado Tim Hartford, ha explicado en el Financial Times un método alternativo para calibrar el coste de nuestra felicidad: en vez de pensar primero en la cantidad de dinero necesaria para ser feliz; recomienda detallar lo que necesitaríamos cada uno para llegar a serlo y después, calcular en dinero lo que nos costarían esas ambiciones.
“La felicidad, concluiría entonces Groucho Marx, está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate; un pequeño avión privado, una pequeña mansión…”
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Otra desventaja de ser millonario es la ansiedad anticipatoria: si ya nos cuesta decidir qué vuelo low cost coger por 100 euros para sufrir a cambio colas, retrasos y desprecios, sería insoportable tener que decidir qué isla virgen comprar por 1.000 millones. Ser rico de verdad te deja sin margen para echar la culpa de tu desgracia a la pobreza.
Pero lo que no depende de los ingresos de cada uno, sino de su calidad humana es la riqueza no ya del banco, sino de nuestras relaciones personales. De ahí, que los millonarios solitarios y amargados fueran personajes clave en la narrativa de las sociedades de desigualdad pujante, como Mr Scrooge, en las novelas de Dickens o Mr Burns en la América de los Simpson.
La felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate; un pequeño avión privado, una pequeña mansión…”
Otra respuesta de David Rockefeller a mi pregunta de “¿Qué es lo mejor que se puede comprar con dinero?” nos lleva a la conclusión más interesante: “La compañía y la conversación -contestó sin titubeos- de gente interesante”.
Lo sabía el rey Sol, Louis XIV cuando transformó, gracias a la Pompadour, sus salones en un ameno ateneo para las mentes más brillantes de su época; y lo experimentan cada día los tertulianos que por el coste de un café o un mordisco del bocata en el patio del cole gozan al hablar -y aún más si escuchan- desde el cole hasta el cementerio: ningún placer deja de aumentar, gastes lo que gastes en él, cuando es compartido.