Accidentado final en plan juego de tronos: un resumen de la última jornada de los Premios
Sobre las diez y media de la mañana de ayer se puso a llover en Oviedo. La camarera de una apacible cafetería miraba las primeras gotas caer y maldecía: «¡Para los Premios siempre hace buen tiempo, pero para la entrega del ‘Pueblo ejemplar’ siempre se pone malo!».
Sonó como si todo esto de los premios «Princesa de Asturias» dependiera, de una manera u otra, de un poder oculto escondido más allá de las nubes; de un dios presidente de casino de provincias siempre empeñado en marcar las diferencias: para el Oviedín, un dulce otoño de octubre, pero a la aldea le mandamos un Mordor de noviembre, no se nos venga arriba la caleya.
1. Alturas y altezas
Nada raro en pasarse la vida pensando que existe el Mago de Oz. El ser humano lleva milenios mirando a lo alto tras la pista del Guionista de todo este absurdo devenir. Por eso la monarquía es, de alguna manera, un sistema de gobierno bastante innato a un mamífero que, de tanto buscar en las alturas, acabó encontrando a las altezas y fabricándose como unos dioses de Hacendado.
Nuestro cerebro también es bastante dado a la pareidolia. Es ese fenómeno psicológico que explica que la gente vea dos puntos y una raya vertical en una pared y diga, sin lugar a dudas, que alguien ha querido pintar ahí una cara humana. Si el asunto de ayer se hubiera limitado al castigo de la lluvia, parecería evidente que la camarera de la mañana no tenía motivo para ver la intromisión de ningún maléfico agente ultraterrenal contra esta gente del occidente de Asturias, que últimamente suma ya un montón de afrentas y olvidos. Pero al conocerse que una dolencia gastrointestinal puso de baja laboral a la Infanta Sofía y, después, a la Princesa Leonor, el mecanismo conspiranoico de la pareidolia invitaba a ver que sí, que el Demiurgo es un señor de Madrid de esos que vienen a teletrabajar y se ponen a denunciar que hay xatos y cuchu en un pueblo que no es el suyo.
2. La venganza de Moctezuma
¿Pero era solo eso?, nos decía el cerebro pareidólico. ¿Qué estaba pasando aquí? ¿Y no podría ser también la venganza de Moctezuma, que este año había llegado a Oviedo de la mano del premiado Eduardo Matos Moctezuma, que de tanto excavar el legado azteca acabó desenterrado el maleficio gastrointestinal con el que México castigó a los soldados invasores del Rey de España? Con estas cosas de la arqueología hay que andarse con cuidado, ya saben qué le pasó al equipo de Howard Carter. Se empeñaron en despertar de la siesta al faraón Tutankamón y, pasados unos años, allí no se salvó ni el apuntador. A la mínima que muevas, aparece un piedrón rodando detrás de ti. Recuerden cómo corría Indiana Jones.
3. Habrá que ver
Esto son cosas sobre las que habrá que pensar muy seriamente en los próximos días, cuando quizá sepamos si la gastroenteritis de Leonor y Sofía es vírica o de origen alimentario, si el asunto se extiende a más miembros de la Familia Real y si la Zarzuela se convirtió en escenario de una encarnizada disputa por el trono. Aunque digo yo que habrá varios.
Mientras llegan esas informaciones, si es que llegan, en este atribulado final en plan juego de tronos, lo que más moló fue ver a Letizia Ortiz entrando en acción, multiplicándose como nunca para saludar a todos en Cadavedo, para llenar la ausencia de Sofía y hacerles algunos pases de gol a su hija pachuchina y a su marido, que tampoco parecía andar ayer muy (rey) católico. La Reina se echó todo el acto a sus espaldas y ahí se vio para qué ha servido tanto entrenamiento en el rocódromo.
4. El segundo mejor discurso de los Premios
Letizia Ortiz habló de la lucha intestinal que había en la familia con la empática naturalidad de la nieta de un taxista y el temple que solo tienen aquellos que saben presentar un Telediario en directo. Y luego leyó el segundo mejor discurso de estos Premios después del de Mayorga. Pero no por el fondo, por sus formas y entonación. Perfecta. Ya se sabe que gente como Peñafiel va a seguir en sus trece y troleando a Letizia hasta la muerte, pero ayer se vio otra vez que si no llegan a fichar a esta chica, igual hace tiempo que la empresa familiar tendría la sede social en Estoril, donde la puso el bisabuelo Don Juan.
Letizia jugó el partido de la temporada en Cadavedo –con dos bajas en un equipo de cuatro y el delantero que no olía el gol–, pero Leonor tampoco estuvo mal antes de acabar lesionada. Lo dio todo. Hizo de tripas corazón.
4. Final con Shigeru
Y mientras todo esto sucedía en Cadavedo, otro de los premiados, el arquitecto japonés Shigeru Ban, iba rematando su programa de actos con una visita a Bueño y a su Centro de Interpretación del Hórreo, un edificio de los arquitectos Rogelio Ruiz y Macario Luis González que es una deliciosa revisión del hórreo filtrada por el ojo de Mies van der Rohe. Allí le esperaban para enseñarle esa construcción japonesa tan asturiana, que es bioclimática, sin clavos, transportable, reciclable y todas las moderneces que se le quieran echar encima. A Ban, cuya arquitectura es muy de ese palo de hacer más con menos, los representantes de la Asociación de Amigos del Hórreo allí presentes le obsequiaron con unes marañueles de Candás y luego los vecinos de Bueño le sirvieron unos culetes de sidra y unos bollos preñaos, que él degustó con la críptica satisfacción facial del japonés medio. Todo bien, pero alguien tendría que haberle advertido de que, tal y como se han puesto en Asturias las cosas intestinalmente, no debería maridar una fartura de marañueles con la dieta habitual de sushi y sashimi. Salvo que tenga el aguante de Leonor. Prubitina.