La obsesión de la política catalana con Kennedy
La pasada semana, el president Pere Aragonès publicaba en sus redes sociales una fotografía en la que aparecía su hija escondida en su despacho. Evidentemente la escena recuerda a una de las imágenes más conocidas del tiempo en el que estuvo John F. Kennedy al frente de la Casa Blanca: él trabajando mientras su hijo se colaba en el despacho oval, en la mítica mesa de madera.
No es la primera vez que un dirigente catalán se mira en el espejo de Camelot, como fue conocida la épica presidencia de los mil días brutalmente inacabada por el magnicidio de Dallas el 22 de noviembre de 1963. A lo largo de los años, Kennedy se ha convertido –con permiso de Churchill– en la personalidad más citada y, en algunos casos, inspiradora, aunque, como es evidente, las copias nunca superan al original. Querer ser JFK, poder acariciar la aureola de su mito fue una obsesión, especialmente, de los dirigentes de la antigua Convergència. Quien más empeño puso en esa empresa fue Artur Mas. Por ejemplo, en octubre de 2019, Mas aseguraba que «somos hijos» de las palabras del presidente Kennedy cuando decía que «la gran revolución en la historia de la humanidad, en el pasado, el presente y el futuro, es la revolución de aquellos que están determinados a ser libres». Diez años antes Mas parafraseaba el celebérrimo discurso con el que Kennedy inauguró su presidencia para exclamar «no es momento de mirar qué hace nuestro vecino por el país, sino qué podemos hacer cada uno de nosotros por Cataluña». El que fuera presidente de la Generalitat también ha recomendado en alguna ocasión el libro «Discursos (1960-1963): Una presidencia para la Historia», una antología de las intervenciones públicas de JFK. Y ahí está la clave: en los discursos de Kennedy.
Otro presidente catalán, Quim Torra, se fotografió ante la tumba de JFK, en el cementerio de Arlington, mientras visitaba Estados Unidos. También citó al senador Robert Kennedy, en el discurso de fin de año de 2018 para decir que hay que «arriesgar mucho para conseguir mucho».
Si nos vamos a ERC, además de Aragonès, encontramos a otro dirigente político que se ha basado en el mandatario asesinado. Es el caso de Oriol Junqueras quien, en octubre de 2012, citó a Kennedy como ejemplo de político comprometido con la ciudadanía poniéndolo a la misma altura del primer ministro británico Tony Blair.
Una cosa es citar y otra es ir lejos, algo lejos con el intentar identificarse con Kennedy. En octubre de 2018, algunos independentistas promovieron la candidatura de Carles Puigdemont para el John F. Kennedy Profile in Courage Award, y que otorga la biblioteca presidencial que se encuentra en Massachussets. Uno de los promotores de esta iniciativa fue Joan Maria Piqué, quien fuera jefe de prensa de Artur Mas y que ha hecho en alguna ocasión ostentación de su devoción por Camelot.
¿Y el mismo Kennedy sabía algo de Cataluña? Mirando los papeles dejados por el presidente y que se encuentran en el archivo de la citada biblioteca presidencial cabe decir que solamente hay una fotografía de Barcelona, concretamente del Pabellón Mies van der Rohe, construido en 1929. Es probable que al político le interesara por motivos arquitectónicos y no geográficos. En los mil días que estuvo en la Casa Blanca, parece que solamente hubo una persona que se tomó en serio lo de hablar de Cataluña con Kennedy y fue el músico Pau Casals. El violonchelista se había jurado que no tocaría jamás en ningún país que reconociera el régimen de Franco, pero gracias especialmente a la primera dama Jacqueline Kennedy, Casals rompió su promesa y actuó el 13 de noviembre de 1961 en la mansión presidencial con motivo de la visita oficial del gobernador de Puerto Rico Luis Muñoz Marín. Sin embargo, el músico quería a cambio una condena de Franco por parte de Kennedy. En la JFK Library se conserva toda la documentación que generó la reclamación del músico, con incluso una investigación del FBI, que al final se resolvió con un deseo de buenas voluntades por parte del presidente hacia el músico.
John F. Kennedy y el poco tiempo que estuvo en el poder, en una época de cambios drásticos en todo el mundo, con una guerra fría en su momento más álgido, son inspiradores, aunque empieza a salir el color amarillo en las fotografías en blanco y negro que de ese tiempo publicó la revista “Life”. La manera como se solucionó la llamada crisis de los misiles de Cuba, los trece días en los que el mundo estuvo al borde de una guerra nuclear, demostró que, pese a las presiones, se puede llegar a la paz.
En estos días ha llegado a las librerías «Kennedyana», el libro póstumo del recientemente desaparecido Vicenç Pagès. El ensayo, publicado por Folch & Folch, trata de adentrarse en todos los recovecos no solo del presidente sino de la gran familia de la que formó parte. También nos aporta los elementos literarios y cinematográficos a los que ha dado pie una leyenda marcada especialmente por los disparos mortales a la caravana presidencial en Dallas. Es muy probable que sea, desde ahora, uno de los libros más útiles para comprender el hecho de por qué queremos seguir buscando esa Nueva Frontera que nos prometió Kennedy.