La estética de la autoconstrucción
La estética de la autoconstrucción
Recuerdo bien el momento cuando empecé a cuestionar el tipo de imágenes y arquitectura que consumíamos y discutíamos en la universidad; en comparación con el propio entorno construido de la ciudad en la que vivo (CDMX). Un tipo de arquitectura que pretende delinear ciertos principios estéticos tendenciosos, curados y distribuidos a través de la academia, plataformas digitales, revistas, libros y los desarrolladores inmobiliarios, entre otros.
Según algunas estimaciones, alrededor del 80% de la construcción en el mundo no se encuentra regulada por el mercado; ni se construye por arquitectos formados1. La autoconstrucción es la manera más común de construir. Sin embargo, se ha dicho y cuestionado muy poco sobre sus cualidades estéticas: ya sea desde su producción, hasta la simplista calificación de su apariencia.
Aunque muchos arquitectos y académicos se han “entusiasmado con las capacidades de los “pobres” para la autoorganización, el trabajo comunitario y la construcción inteligente”2; no hay todavía ningún documento o investigación extensiva que haya intentado presentar esos asentamientos irregulares y sus objetos como parte integral de la historia de la arquitectura. Principalmente como un cuerpo coherente de referencias estéticas y visuales válidas para la disciplina. Aquellas relacionadas con una tradición histórica y que logran conformar una práctica bien establecida dentro de un sistema de producción con reglas, fórmulas y procedimientos.
Nuestra percepción de la arquitectura
Un capítulo llamado “La Decisión Corrupta” en el libro “Happy City” de Charles Montgomery, describe un experimento que no he dejado de pensar. En este experimento el arquitecto David Halpern pidió a un grupo de voluntarios que le dieran una calificación al atractivo de una serie de imágenes de caras humanas y de edificios; algunos de los voluntarios eran estudiantes de arquitectura. En general, todos los participantes tuvieron respuestas similares cuando se trataba de los rostros humanos, sin embargo, “mientras más tiempo la persona había estudiado arquitectura, más se diferenciaban sus gustos por los edificios del resto de los participantes”.
El estudio demuestra la fascinación que la gente común siente ante las fachadas de imitación estilo Victoriano de Disneyland; mientras que la mayoría de los arquitectos aborrecen y rechazan este tipo de lugares. En vez, los arquitectos “peregrinan para contemplar el Seagram Building de Ludwig Mies van der Rohe; una caja negra en Manhattan cuya belleza estética consiste en un exoesqueleto casi imperceptible de vigas de acero”3.
Otro estudio, donde se compara cómo reacciona el cerebro de arquitectos y no arquitectos al ver imágenes de edificios, reveló que cuando se le pide a un arquitecto calificar un edificio, la parte del cerebro que ayuda a medir cuánta recompensa obtendremos de nuestras decisiones (la corteza orbitofrontal medial) se iluminó mucho más que la misma región en el cerebro del no experto. Curiosamente, los investigadores encontraron resultados similares en los cerebros de personas tomando las decisiones más mundanas como escoger entre Coca-Cola y Pepsi. “La simple vista de una lata adornada con la etiqueta de Coca-Cola activó el cerebro del voluntario, más que el hecho de sorber el refresco, y esto hizo que la gente prefiriera su sabor”.
La autoconstrucción como práctica arquitectónica
Según Charles Montgomery, estos análisis nos prueban un punto importante: “el acceso que tenemos a cierta información cultural puede cambiar la forma en que funciona nuestro cerebro, sacando a luz imágenes y sentimientos que alteran la forma en que experimentamos las cosas”4 . El cerebro de las personas puede ser físicamente alterado en el acto de estudiar y leer sobre la filosofía de un edificio. En pocas palabras, la forma en la que calificamos cuánto nos gusta algo, por ejemplo un edificio, depende de la propagación y acceso que tenemos a la información.
Recientemente se han publicado ejercicios interesantes que empiezan a evidenciar un esfuerzo por poner otro tipo de información cultural en los medios de consumo disciplinados. Hablamos de ejemplos como “Arquitectura Libre” de Adam Weisman o “Nuevos Reinos” de Rene Torres. Dichos proyectos ayudan a estudiar la autoconstrucción y presentarla en la misma jerarquía y con el mismo valor que se estudia la arquitectura institucional.
Incorporar estas imágenes al ideario colectivo de la práctica arquitectónica, es un ensanche considerable de sus posibilidades; principalmente para dejar de lado esa vieja idea que separa la arquitectura del poder y la riqueza junto con las posiciones y agendas que representan; y la autoconstrucción y su producción popular, que es incluso, el otro lado del espectro de un mismo fenómeno que es la producción material humana.
Este artículo forma parte de una colaboración con el sitio web coolhuntermx y fue originalmente publicado con el nombre «La estética de la autoconstrucción».
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1 Justin McGuirk, Radical Cities, (London: Verso, 2014), 28.
2 Mike Davis, Planet of Slums, (London: Verso, 2006), 08.
3 Charles Montgomery, Happy CIty, (New York: Farrar, Straus and Giroux), 89