de paseo por 15 edificios ‘brutalistas’ que no pasan desapercibidos
Barcelona, la ciudad modernista por excelencia, la que cautiva a millones de visitantes cada año con la arquitectura de Antoni Gaudí, alberga en sus calles otros muchos edificios emblemáticos. Algunos, con buenas dosis de hormigón a la vista, formas geométricas duras y escasísima decoración, son los que dejó la corriente ‘brutalista’ no solo en la ciudad, sino sobre todo en su área metropolitana.
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Se levantaron durante la expansión demográfica de la capital catalana, entre los 50 y los 70 y la gran mayoría de ellos no aparecen en las guías turísticas. Pero ahora el arquitecto Paolo Sustersic los ha agrupado en el libro Barcelona brutalista y tardomoderna, editado por el Ayuntamiento de Barcelona.
Desde la imponente Torre Urquinaona, en pleno centro urbano, hasta los bloques colmena que dejó el desarrollismo en la periferia, el ‘brutalismo’ influyó en las obras de algunos de los principales arquitectos de la época, empezando por el recientemente fallecido Oriol Bohigas y su despacho MBM, principal exponente de la moderna Escuela de Barcelona.
“Es un momento de crecimiento exponencial del área metropolitana, donde el volumen de obras es muy consistente. Mucho de lo que se hace no es nada excepcional, con prisas y pocos recursos, pero hay edificios que sí valen la pena y son interesantes”, describe Sustersic.
El período que analiza el libro, entre 1953 y 1975, no es casual. Son los años del Plan Comarcal de Ordenación de Barcelona y del Plan General Metropolitano, respectivamente, una ventana de dos décadas en la que la población de la conurbación barcelonesa se duplicó, de 1,5 a 3 millones.
La ciudad, gobernada por el franquista José María Porcioles, devino un “gran Monopoly”, apunta Sustersic, “donde la ordenación urbanística y la actividad inmobiliaria debían aportar beneficios tanto al Ayuntamiento como a los privados”. En ese marco se alzaron, sin que se considerase una corriente como tal, los más de 150 edificios brutalistas y tardomodernos que recoge Sustersic que; sin embargo, advierte que este concepto ha sido cambiante a lo largo de la historia.
Asociado popularmente a un cierto feísmo o a la arquitectura soviética –“la belleza sublime de lo monstruoso”, dice el autor–, el ‘brutalismo’ surgió durante la posguerra en Reino Unido. Heredero en parte del racionalismo de Le Corbusier, planteaba una exposición “sincera” de los edificios, con los materiales a vista. “Nace de una cierta voluntad ética de no engañar. Y también de generar impacto”, afirma el autor del libro. De ahí la predominancia del hormigón –y por lo tanto, del gris– y del ladrillo, y de las geometrías marcadas. Una arquitectura pesada. “Son edificios difíciles de digerir”, los describe a modo de resumen Sustersic.
Este arquitecto, nacido en Trieste, Italia, ha sido profesor en las facultades de las UAB y la UPC. Y hoy imparte clases en el área de Ciencias Sociales y Proyectos de la escuela de diseño ELISAVA y de Teoría e Historia de la Arquitectura en la School of Architecture (UIC).
Las torres: Urquinaona, Atalaya, Colón
‘Brutalistas’ son, por ejemplo, algunas de las torres de viviendas u oficinas que rascan el cielo de Barcelona. La Torre Colón (Estudio AGR, 1971), con su estética dura de hormigón y piedra artificial, así como sus formas contundentes, es uno de los mejores ejemplos de este fenómeno, según Sustersic. Con sus 22 plantas y 12.000 metros cuadrados de oficinas, preside el frente marítimo de la zona del Raval.
La ya citada Torre Urquinaona, también de 22 plantas, obra considerada racionalista, la proyectaron Antoni Bonet y Benito Miró entre 1968 i 1970. Su esbeltez se realza gracias a formas que acentúan su expresividad y verticalidad, reseña Sustersic. Una de sus particularidades es que está revestido de piezas de cerámica, un material muy mediterráneo que se repite en otros edificios de este catálogo. Actualmente, el rascacielos alberga las sedes del Consorcio de Educación de Barcelona o del Consulado de Venezuela.
Otra torre que encajaría en esta categoría es la Atalaya, en la Avenida Diagonal, que fue Premio FAD 1970-1971. Revestida de mortero de cemento blanco, tiene “apariencia de objeto escultórico” –describe Sustersic– y está destinado básicamente a vivienda.
De Ciutat Meridiana a Sant Just Park
El ‘tour’ por la Barcelona ‘brutalista’ incluye también numerosos bloques de viviendas. Sustersic destaca unos cuantos de los que pertenecen a la expansión de la periferia barcelonesa, hijos del desarrollismo pensado para albergar a inmigrantes y chabolistas –concepto a menudo redundante–. Barrios de nuevo cuño como Ciutat Meridiana o el Polígono Canyelles en Barcelona, Sant Roc en Badalona o la localidad entera de Ciutat Badia –hoy Badia del Vallès–, edificada desde cero durante la década de los 70.
Eran años en que el hormigón colonizaba los campos de cultivo a un ritmo frenético. Un desarrollo del paisaje urbano que “tenía pocos referentes” en la ciudad, recuerda Sustersic. “Eran arquitecturas de repetición, bloques lineales y seriados por cuestiones de economía y rapidez. De ahí que den esta sensación de monotonía”, explIica.
De todos aquellos proyectos de bloques residenciales –la “internacional de los bloques”, como la bautizaría el escritor Javier Pérez Andújar–, quizás el mejor valorado a día de hoy por sus vecinos es el Polígono Montbau, al pie de la montaña del Tibidabo. Encargado inicialmente a Le Corbusier, que lo rechazó, fue el primer barrio de estas características levantado en la era Porcioles.
Pero no solo las viviendas de la periferia y de la clase obrera encajan en la definición de ‘brutalismo’. También las hay en el centro urbano de la ciudad o incluso en barrios altos y en zonas exclusivas. En la Avenida Meridiana está la Casa de la Meridiana, del despacho MBM (Oriol Bohigas, Josep Martorell y David Mackay), con sus curiosas ventanas orientadas al sur. De nuevo, con hormigón y cerámica vistas. Su funcionalidad prima sobre la estética, con soluciones constructivas “económicas” que, afirma Susterisc, definieron la nueva imagen metropolitana.
Y hay ejemplos de inmuebles de zonas acomodadas como son el Sant Just Park, en Sant Just Desvern; el Bloque Residencial Seida, en Sarrià, o las Viviendas Sant Gregori Taumaturg, en Sant Gervasi. Estas últimas, premio FAD del 65, son obra de Taller de Arquitectura que fundó Ricardo Bofill, quizás el arquitecto barcelonés más internacional del siglo XX. De Bofill, el libro de Sustersic también recoge dos inmuebles icónicos que, por su expresividad y sus formas geométricas marcadas, son clave en este paisaje: el Walden 7, en Sant Just Desvern, y el edificio de apartamentos Castillo de Kafka, en Sant Pere de Ribes.
Iglesias, facultades y fábricas
Durante aquellas décadas, la ciudad se desplegó en horizontal en paralelo a su desarrollo industrial. Además, acompañando las nuevas barriadas se proyectaron edificios de servicios y equipamientos públicos, aunque a menudo estos últimos llegasen a copia de protestas vecinales.
El ‘brutalismo’ también dejó su huella en esos ámbitos, comenzando por las iglesias, prioridad del franquismo antes que escuelas y hospitales. La de Santa Maria de Sales en Viladecans, obra de Robert Kramreiter, es probablemente la más icónica. También la de Santa Tecla, en Les Corts.
En materia de equipamientos públicos, pocos más característicos que los campus y facultades universitarias. Los 60 y 70 fueron décadas de expansión de los estudios superiores en España. Arquitectónicamente, en Barcelona dejaron dos grandes legados ‘brutalistas’: la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB) y su extenso campus en Cerdanyola del Vallès, y las facultades de la Universitat de Barcelona en la Diagonal, cuyo hormigón recibe a los visitantes que entran en la ciudad por el acceso sur.
Otros ejemplos de los que recoge Sustersic son el Hospital Duran y Reinals o –gajes de Porcioles– la misma sede del Ayuntamiento de Barcelona: el Edificio Novísimo.
Finalmente, en la ruta barcelonesa del hormigón no podrían faltar la cementera de Montcada, la fábrica Lafarge –que da la bienvenida a quienes entran a la ciudad por el norte–, y sobre todo el edificio más alto de todo el área metropolitana (con el permiso de la Sagrada Familia cuando esté acabada): la Central Térmica de Sant Adrià del Besòs, conocida como Las Tres Chimeneas. Propiedad de Endesa, hoy está en desuso y pendiente de un Plan de Desarrollo Urbanístico que debería transformarla en un espacio con usos culturales, de oficinas, comerciales y hoteleros.
Tras la década de los 70, el brutalismo quedó “superado” o directamente “marginado”, explica Sustersic, “debido a que era muy pesado, repetitivo, gris, aburrido”. Aun así, no ha desaparecido del todo. En la década de 2010 hay quien ha vuelto hacia esa estética. Como muestra, las moles de la Ciutat de la Justícia, en l’Hospitalet, o las estaciones de metro de la L9 del estudio Garcés-De Seta-Bonet.