El Boulevard del Sol, el bar que hizo historia en una casa fundacional de La Plata
En la década del 80 la impronta del Boulevard del Sol dio vida a una propuesta cultural que aún subsiste en el recuerdo de los platenses.
“No había nada igual en la ciudad”. Es la definición que se repite entre los que conocieron el lugar. La música, el ambiente, el edificio y su entorno. Su ubicación privilegiada en las puertas del Bosque, en 53 entre 1 y 2, hizo que esa casona levantada en la época de la fundación terminara siendo el edificio lindero a la famosa Casa Curutchet en los ’50 y que, en los ’80, fuera escenario de dos proyectos que explotaron en el lugar y contuvieron noches de jazz y de rock, casamientos y rupturas, cuentos de amor y de muerte, de encuentro, de arte, de fiesta y también de reviente. El Boulevard del Sol apareció y creció en el momento justo y con el pulso de la música, al ritmo del perfil emprendedor, bohemio y cultural de La Plata.
Apretaba el verano y el agobio del calor en La Plata, y un par de amigos salieron de la ciudad en un auto prestado hacia San Telmo. Sonaba Génesis en el pasacasete. Pararon en un bar sobre una plaza, luego entraron y mirando el lugar desde la planta alta, cerveza en mano, lo planearon. “Carlos, hay que poner en La Plata un lugar como éste”, le dijo entonces Marcelo Canel a Carlos Marra.
Fue más que un sueño de bar. Al día siguiente salieron a caminar buscando el lugar, bajaron por 53 hasta el boulevard y la vieron: “Esta es la casa”, coincidieron. Joven estudiante y profesor de tenis, Canel tenía en ese momento todo lo que se necesitaba para lograr lo que se proponían: ímpetu emprendedor y una buena agenda de contactos y conocidos en la ciudad.
La casa era una de las pocas edificaciones fundacionales que aún quedan en La Plata. Perteneció a la familia Hardoy -los cristales del hall de acceso tenían grabada la letra H- y el lote originalmente tenía una salida de carruajes por calle 54. Ya llevaba un tiempo deshabitada cuando la compró el arquitecto David Soprano Galea con la idea de demolerla y construir ahí un edificio. El profesional había erigido en 1979 el edificio al que llamó «Palacio del Bosque» al que la gente llama como Mirabosque. Los problemas económicos del país postergaron el proyecto y luego, fue la normativa de la ciudad la que impidió echar a bajo la casona declarada por la comuna como patrimonio cultural de la ciudad.
«Intenté mirar a través de uno de los vidrios y se rompía. Nos asomamos y más nos convencíamos, vimos los pisos de pinotea, al fondo se veía un parque», se entusiasma Canel al recordar. Preguntando a una vecina supo cuál era la inmobiliaria que tenía el alquiler del lugar. Entre sus alumnas de tenis estaban las hijas del martillero y se fue allanando el camino para conseguir las llaves.
Sumaron un tercer socio y trabajando ellos mismos junto a un albañil iniciaron las obras para poner el bar. De esa forma, el Boulevard del Sol tomaba cuerpo. Cada amigo que pasaba a curiosear o cebar un mate daba una mano, “así que el lugar ya empezó a juntar gente, se creó la onda antes de que abriera”. Alguien pensó en imitar firmas de pintores en las paredes, las aberturas se pintaron de rojo, la iluminación la resolvieron con tubos de PVC, llevaron cuadros viejos de sus casas, y así se fue definiendo la decoración, el mobiliario y el estilo.
«El nombre respondió a su ubicación en el boulevard que está exactamente en el comienzo del eje fundacional de la ciudad y ‘Del sol’ porque era algo que se usaba mucho en ese momento”, resume Canel. “El ambiente era de mucha alegría. Para mí, el nombre del bar era buenísimo, porque era una casa, no dejaba de ser una casa con lo que tiene eso de contenedor. No era un boliche o un bar oscuro, tenía ventanas amplias, yo hacia el turno de la tarde y cuando empezaba a caer el sol era hermoso”, recuerda una de sus trabajadoras.
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“El lugar era acogedor, siempre lleno de gente, había que ir temprano para conseguir una mesa, el escenario estaba puesto de espaldas al bosque y obviamente todo el entorno tenía una magia especial con la casa de Le Corbusier al lado, deshabitada obviamente. Atravesábamos la 51, la 53, pasábamos por ese ignominioso edificio que es el Ministerio de Seguridad ¿no? que tan oscuros recuerdos nos traía de la dictadura que no estaba muy lejos en el tiempo. Y de pronto caíamos en el boulevard que era un lugar absolutamente amigable”, recuerda el historiador platense Sergio Pujol.
El Bule fue un bar cultural establecido en el maravilloso escenario de una casona de época que congregó a la bohemia estudiantil platense
“Y el día de la apertura, sin que hubiéramos hecho una sola invitación. había cola en la puerta”, dice Canel. Era el 6 de febrero del ‘86. “Para mí fue un espacio vinculado a un símbolo de esa época, como una síntesis de un momento de la ciudad, también del país y de una generación. Se mezclaba gente de distinta condición social: estudiantes que por ahí no tenían un mango y gente más de la ciudad con otro nivel, y otros más bohemios, como los de teatro con quienes jugaban al rugby, y convivían. Había un cruce, de distintas edades y ámbitos”, recuerda Sandra Di Luca, que trabajó ahí como moza.
En la cocina Canel trabajaba junto a un ayudante, y en el salón había un barman y las mozas, “todas mujeres y muy lindas, con mucha onda”, recuerdan los habitués. Al llegar se servía un cuenco con maní y las cáscaras al piso; en la carta, opciones para todos los bolsillos: desde un menú estudiantil a sus famosas tablas de picadas o la copa “Don torito” de champagne con helado de limón bautizada bajo el apodo de uno de los dueños. Y la música. La buena música. «Quienes trabajábamos ahí disfrutábamos de la música, porque había todo el tiempo y muy variada, desde temas de María Elena Walsh hasta música brasilera, y esa era la onda”, repasa Di Luca y recuerda el éxito de un trago de la casa: la copa «Don Torito».
“Era un lugar donde se escuchó, por ejemplo, por primera vez en La Plata a Los Chunguitos; se implementaron también los miércoles de jazz con el bar a oscuras sólo iluminado por velas en las mesas”, cuenta Canel. Y el lugar explotaba. “Los días de mucha gente eran sobre todo de jueves a sábado. Se llenaba, tenías que salir de la cocina con la bandeja y hacer equilibrio entre un mar de gente, especialmente cuando tocaban grupos, me acuerdo mucho de Cordal Swing. Fue un momento lindo para La Plata, para la juventud”, dice Di Luca.
La casa, sus grandes ventanales y el patio interno, invitaban a entrar y permanecer. “Recuerdo que ni bien entrabas te encontrabas con el patio y los árboles, eran árboles bien de La Plata. Había como dos alas, la planta alta no se usaba todavía y estaba todo rodeado de una galería con las piezas que miraban hacia el patio. Primero tocamos ahí, después hicieron un escenario en el fondo del patio”, señala Gustavo Astarita, el artista líder de Míster América, una de las primeras bandas de perfil más rockero que tocó en el Boulevard.
Entre el ’87 y el ’88 el escenario comenzó a cambiar para quienes gestionaban el lugar: Canel se lanzó en paralelo a la aventura de otro bar, con otro perfil, y se fue Carlos Marra, que vendió su parte. La energía puesta en el Boulevard se fue agotando. “Fueron momentos de mucha exposición para mí”, dice Canel. “Una noche me llama el encargado de la barra y me cuenta que alguien había caído con un cuchillo y había querido lastimar a otro, ése fue el detonante que nos definió el cierre. Estuvimos un mes cerrados viendo qué hacer hasta que empezamos a hablar con Marcelo Mamblona y su grupo, que estaban interesados en la compra”.
El Bule, como lo llamaban ya había plantado los mojones centrales en la memoria platense para volverse mito, en esos años donde buena parte de la historia se agitaba al ritmo de la música: diez discos fundamentales del rock argentino se grabaron en 1986, incluidos «Vivo» de Virus y «Oktubre» de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. El ‘89 llegó con otro proyecto ambicioso para el lugar y el bar fue concebido como un centro cultural durante el día, que ocupaba las habitaciones del piso superior, y un espacio donde pudieran tocar bandas en vivo a la noche.
“Algo similar a los de Buenos Aires, tipo La Trastienda, pero tampoco porque no se parecía a nada en realidad”, dice Marcelo Mamblona, que asumió desde ese momento la administración del Boulevard. “Y le pusimos más música, un poco el blues y el jazz ya estaban, pero empezamos con más música en vivo y de a poco a meternos con el rock, que se le tenía más miedo”.
QUE SEA ROCK
El periodista Oscar Jalil fue parte del grupo que comenzó a instalar la agenda rockera en el lugar. “Fue un bar cultural que no existía, había otros pero no a este nivel. Tenía ese halo de bohemia platense, de prestigio cultural, y era además un espacio cómodo en un lindo lugar”, define. Con ese perfil claro Mamblona convocó también al Mono Cohen, Rocambole, para que le hiciera el cartel del lugar, al que le mantuvo el nombre. “Quise mantener también el staff, algunos se quedaron otros no –cuenta Mamblona sobre esos primeros pasos para una nueva etapa del Boulevard-. Había mozas que eran de la escuela de teatro, entonces por ahí hacían alguna performance, arreglamos toda la parte de arriba que subías por una escalera hermosa, de mármol y ahí funcionaban los talleres. Había un grupo de poesía, ensayos de teatro y empezamos a pasar más rock también y a traer gente de Buenos Aires”.
Muestras, clases de danza, presentación de revistas y exposiciones de artistas plásticos locales iban completando la escena que se nutría de la variedad de público que ya convocaba el lugar. Jalil, Mamblona y Cohen sumaron a Horacio Fiebelkorn, periodista y poeta, y terminaron haciendo del Boulevard el centro de operaciones de La conspiración “una productora destinada al fracaso -se ríe Jalil – que agotaba su interés en producir más que en ganar plata” y que le sumó las bandas en vivo a las noches. “Nadie sabía muy bien quiénes integraban La Conspiración, y hacíamos por el placer de hacer. Y eso estaba bien”, añade Fiebelkorn.
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A las noches de jazz donde ya tocaban figuras como Waldo Brandwajnman, fundador de la escuela de música EMU en la ciudad, se sumaron jornadas de “blues y lentejas”, o la fecha fija de los jueves en los que el escenario pertenecía a Míster América. El link con la capital a través de Rocambole y su vínculo con los Redondos fueron vasos comunicantes entre el underground platense y las bandas en ascenso en CABA.
“El Boulevard fue un lugar muy especial, Mamblona era un tipo muy especial en ese sentido, muy receptivo a las propuestas artísticas, principalmente musicales. Aunque en esa casona se hicieron exposiciones de artes visuales lo que nos convocaba sin duda era la música, y la música a diferencia quizás de lo que pasaba en el Tinto Bar u otros boliches rockeros y de música pop, estaba abierta también al jazz”, apunta Pujol que por ese entonces ya trabajaba en la radio y escribía una columna en el Diario El Día y era especialmente convocado por Mamblona lo que le dio, junto con Jalil, proyección periodística a la propuesta.
“Ese mismo año yo viajaba a Europa y me voy con una lista de discos para buscar, cosas que me había sugerido Jalil. En ese momento desde que salían y pegaban las bandas allá hasta que llegaban acá pasaban unos seis meses y yo traje música para poner en el bar, discos, que acá no habían salido: Nick Cave, Pixies, Faith no more, y Oscar empezó a ir a poner esa música, pasamos los discos a cassettes y la gente empezó a ir a escuchar eso, fue variando el público, a ir más gente del rock sónico también”, agrega Mamblona. Una noche, casi accidentalmente porque les cerraron el lugar donde iban a tocar en La Plata, sonó en el escenario del Boulevard la banda Babasónicos, pero también supieron tocar Pantera, Miguel Cantilo o Mex Urtizberea.
“En principio era un bar como cualquier otro, con las historias de cualquier otro bar, pero fue uno de los casi primeros en una seguidilla de bares de gente que llevaba alguien a tocar. Lo que aunó fue el movimiento moderno que había en ese momento, la cultura emergente underground que siempre es la que trae la novedad”, apunta Astarita.
“En la ciudad no existe la figura del artista alejado del común de las personas, es un artista de cercanía que te cruzás en la farmacia, en el almacén y también en el bar. Y este lugar ofrecía algo distinto de lo que ofrecía la noche de la ciudad a sus habitantes más jóvenes o no tanto. Pensá en una ciudad que el destino que te ofrece es estudiar una carrera, o ir a bailar a lugares, boliches, como Siddharta. Pero había gente que no encajaba en ese plan y acá lo que predominaba era otro tipo de interés y sensibilidad en un contexto donde eso no era común: ya iniciaban los ‘90”, dice Fiebelkorn.
Un nombre lleva al otro y la máquina de anécdotas sobre el lugar es inagotable. “Íbamos a Buenos Aires a ver cosas, entre las que estaban, por ejemplo, Las Pelotas, que recién empezaban, y los trajimos. Ese día el flaco de Las Pelotas vendía las entradas a través de la ventana. O nos íbamos al Samovar de Rasputín donde se tocaba blues, y tocaban Otero, Kleiman, Pettinato, así fue como vino con Pachuco Cadáver. Esa vez la negra Poli me dice ´en Buenos Aires tocan para 20 personas´ y acá se llenó y no lo podían creer, pero era el lugar que convocaba. Entre los jazzeros Fats Fernández, que tocaba allá para 100 personas, vino y metimos 300”, enumera Mamblona.
La casona donde funcionó el Boulevard del Sol es una de las pocas fundacionales que aún quedan en pie y perteneció a la familia Hardoy
Y la gente seguía convocándose en el lugar renovando y sumando público. “Es que no era un lugar de cofradía, no era un espacio cerrado, encriptado, para un grupo de entendidos. Y eso era para mí lo más atractivo del Boulevard: la posibilidad de que se cruzaran géneros, centralmente vinculados a lo musical, al rock y al jazz, en un momento muy pródigo. Muchos de los que veníamos de una formación rockera encontramos allí un espacio de intercambio, una especie de espacio multicultural que no tenía límite de horarios lo que no pasaba en otros boliches”, describe Pujol.
“Al ser La Plata tan juntable, una persona se junta con otra en poco tiempo, las facultades, la afluencia riquísima de pibas y pibes de otros lados, que son los que terminan floreciendo. Se crea un despertar a través de la cultura y ése fue un lugar que le dio espacio a eso”, analiza Astarita.
La explosión fue con el famoso concurso de bandas: el Festival La Plata Rock en el ‘91. La convocatoria superó incluso las expectativas de los organizadores y se anotó medio centenar de bandas, de forma tal que tuvieron que extenderlo por días y apelar al salón Lozano para la final. Frente a un jurado conformado por Mamblona, Rocambole, Pujol, Puky Martínez, Jalil, Sergio Martínez y Marcelo Montolivo. Aunque los Peligrosos Gorriones encabezaban las bandas favoritas, en la cocina de la casa de Mamblona se definieron como ganadores Los Peregrinos, la formación con Manuel Moretti que antecedió a Estelares. Todos recuerdan que hubo sorpresa y algunos enojos.
“Fue casi un último estertor”, resume Astarita. “Creo que junto al público más bohemio aparecen personajes oscuros de la noche de la ciudad y eso lo fue hundiendo”, apunta Fiebelkorn. Poco después del festival, Mamblona dejó en manos de un socio el lugar, que terminó cerrando sin demasiadas objeciones y resistencias. Y el mito echó a rodar a través de quienes recuerdan esas mesas que supieron reunir entre su público a la Negra Poli y al Indio, a rugbiers, músicos y estudiantes universitarios, actores y actrices, artistas plásticos, al Negro Jose Luis, líder de la barra brava de gimnasia, y a policías que se cruzaban de la departamental a tomar una cerveza cuando terminaban el servicio.
La casona donde funcionó el Bule hoy se encuentra nuevamente cerrada. Tras la experiencia como sitio comercial gastronómico, el lugar fue alquilado por algún tiempo por el Colegio de Arquitectos. Ahora un grupo de emprendedores sueña con reabrirlo para instalar una cervecería aunque los trámites de habilitación aún están pendientes.
¿QUÉ ES BEGUM?
Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.