una escalada de violencia de cuarenta pisos

una escalada de violencia de cuarenta pisos


Con el oxímoron de dar inicio a finales de año, el sello Runas de Alianza Editorial da comienzo en los últimos compases de 2022 a una de las recuperaciones más importantes de la denominada literatura de género. Y de la que no tiene género también; me explicaré casi al final.

La editorial acaba de publicar el primer volumen de los cuentos completos del británico James Graham Ballard, maestro de la ciencia ficción célebre por su novela autobiográfica El imperio del sol (1984), y más célebre todavía por la apoteósica adaptación al cine de la misma por Steven Spielberg –guion de Tom Stoppard, música de John Williams; Christian Bale, John Malkovich, etc.–. El segundo volumen de relatos llegará a librerías el 24 febrero de 2023; puede que también nos llegue Hello America (1981) en algún momento del nuevo año.

Sea como fuere, de esta importante recuperación de Ballard en la traducción de David Tejera Expósito nos viene dedicarle una cierta atención a la novela Rascacielos (1975), una narración que sirve bien de entrada al universo literario de sus cuentos porque nos sitúa, al igual que en sus relatos, en ese «presente profético» que no necesita aventurar evoluciones futuras, porque alberga en sí mismo suficientes premoniciones de lo que nos espera como sociedad.

Portada de Rascacielos de J. G. Ballard

La novela nos sitúa en un rascacielos ficticio a las afueras de Londres. O no tan ficticio. Según nos cuenta la introducción del también escritor inglés Ned Beauman que incorpora el volumen –amén de una esclarecedora entrevista con Ballard al final de la obra– el edificio podría ser una referencia al parque inmobiliario de High Point Village o la cosmovisión arquitectónica de Le Corbusier. Pero a lo que importa: el lector es arrojado in media res a un rascacielos de cuarenta plantas y dos mil inquilinos. Ya se barrunta lo que viene cuando, apenas comenzada la novela –segunda página–, una botella de vino espumoso procedente del piso 31 se viene a estrellar contra la terraza del piso situado seis pisos más abajo.

La naturaleza de la violencia es un componente fundamental de esta obra, en la que Ballard, más como un investigador que como un prestidigitador de la literatura de anticipación, explora desde la narrativa, aunque como si de un etnógrafo se tratara la condición mimética de la violencia y la escalada a los extremos. No está de más recordar que La violencia y lo sagrado (1972), el clásico moderno de la antropología de René Girard, el gran teorizador contemporáneo sobre el tema desarrollado por Ballard, se escribió tres años antes que Rascacielos.

En este caso, la exploración literaria sobre la violencia se hace sobre una clase media acomodada, que va de fiesta en fiesta con despreocupación, adocenada en sus pisos y aislada por completo y sin mucho o ningún motivo del exterior, en un retrato colectivo donde la sociedad civil brilla por su ausencia. Más o menos la situación en la que nos encontramos en Occidente cincuenta años después.

Pero la clarividencia de Ballard viene de una descarnada indagación en la condición humana, un interés de origen biográfico, despertado tras su paso juvenil por un campo de concentración japonés al término de la Segunda Guerra Mundial –lo que se contó en El imperio del sol–. Un interés que convierte esta novela y muchos de sus cuentos en relatos universales.

No hay en Rascacielos una profecía de la sociedad que nos espera, ni descripción de orden societal alguno; ni siquiera se traza la apariencia de una Londres del futuro. En puridad, esta novela no debería acompañarse siquiera de la etiqueta de «distopía» –aunque se entienda su uso porque con ella se venda mejor–. La literatura de Ballard no explora, en esencia, las posibilidades futuras de la humanidad, sino la naturaleza misma de la humanidad, que es la misma ayer, que hoy, que mañana, y a cuya representatividad aspira la mejor literatura, sin géneros de por medio. Esto es lo que hace grande a Ballard.



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