Muere Arata Isozaki, figura clave de la arquitectura de la última parte del siglo XX
Arata Isozaki ha sido una de las figuras clave de la arquitectura reciente, entre el último tramo del siglo XX y el comienzo del XXI. Una permanente inquietud y afán de indagación, abierto al cambio y a la concreción de nuevas ideas fueron la constante de una carrera no sólo centrada en el ejercicio y la reflexión de la arquitectura, sino también de la filosofía y la cultura, y que siempre se esforzó por establecer encuentros entre Oriente y Occidente.
El hecho de haber nacido en «una remota isla», Ōita, fue decisivo en la configuración de ese espíritu. Su sensación de individuo periférico lo determinó a mantenerse lejos de cualquier posición centralista, a recorrer su propio camino. También, el peso de la cercana presencia de los lugares que fueron devastados por la Segunda Guerra Mundial y los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki dejaría una fortísima impronta en su actitud. Evocaba cómo su primera experiencia arquitectónica fue precisamente la de la ausencia de arquitectura, en las ruinas como única opción a partir de la cual construir. Se formó en varias técnicas y artes occidentales, que combinó con diversas tradiciones japonesas ya casi olvidadas entonces. De este modo, articuló una inclinación metodológica que, en sus palabras, «tendía a buscar problemas situados en las fronteras de las oposiciones dialécticas: real/irreal, material/virtual, sujeto/otros, tiempo/espacio, este/oeste…» y que le dio coraje para seguir un camino que definía como «poco original, híbrido y ecléctico», ya que un único lenguaje o estilo no le hubiera proporcionado la manera de solucionar esos problemas.
Titulado como arquitecto en 1954 por la Universidad de Tokio, comenzó su aprendizaje profesional bajo la tutela de Kenzo Tange. Sus inicios fueron una continuación de la arquitectura de éste y quedaron inscritos dentro de la arquitectura metabolista, corriente a la que pertenece uno de sus primeros proyectos, ‘Ciudades en el Aire’, en el que era palpable la influencia de su maestro.
En 1963 abrió su propio despacho, inicialmente construyendo dentro de su ámbito local para comenzar pronto una expansión que le ha llevado a construir ampliamente en todo el mundo. Su proyección internacional adquirió una marcada intensidad durante la década de los 80, momento en que recibió su primer encargo para un edificio fuera de Japón: el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles (1981-1986).
Su dilatada y versátil trayectoria refleja cómo, pese a esa reivindicación constante que hizo de la individualidad de su propio camino, supo adecuarse a las exigencias de los tiempos y las modas, del posmodernismo al lenguaje adaptado a las ambiciones del mundo globalizado de los años 90 y comienzos de los 2000. Sin embargo, puede decirse que, a diferencia de otros, no acabó convertido en una ‘star-architect’ de consumo fácil al uso. Isozaki retuvo su prestigio de maestro y referente y ha preservado el carácter específico de su impronta, en diálogo con la diversidad de contextos e idiosincrasias en los que operó. Este fue de hecho el mérito que reconocía el jurado del premio Pritzker, cuando le otorgó este galardón en 2019: que su trabajo no consistió en copiar meramente el statu quo, sino en esforzarse por lograr una arquitectura «con valor y significado», destacando también la enorme generosidad que lo hizo ser siempre un gran valedor del trabajo de arquitectos jóvenes.
Además de este, Isozaki fue distinguido con los más prestigiosos premios internacionales, como el de la Asociación de Arquitectos del Japón, el de Royal Institute of Architects británico y el de la American Academy. Fue profesor visitante en Harvard, Yale y Columbia.
Isozaki se ha mantenido plenamente activo casi hasta el final. Dos de sus últimos proyectos fueron el Centro Nacional de Convenciones de Qatar y la Torre Allianz en Milán, diseñada junto a Andrea Maffei e inaugurada en 2018. Obras clave de su trayectoria son la Casa Nakayama (1964), la Biblioteca de la Prefectura de Ōita (1966), el Museo de Arte Moderno en la Prefectura de Gunma (1974), la Casa Kaijima (1977), el Centro Tsukuba (1983), el Museo de Arte Contemporáneo de Nagi (1994), el Auditorio Nara Centennial (1998) y la Academia Central de Bellas Artes de Pekín (2008).
Su relación con España fue particularmente estrecha. Su edificio más emblemático es sin duda el Palau Sant Jordi (1990), construido para los Juegos Olímpicos de Barcelona, y planteado como una síntesis de referencias tradicionales de Occidente y Oriente: por un lado, rendía homenaje a las técnicas constructivas de la bóveda catalana, que definieron su cúpula y, por otro, sus formas inclinadas tomaban inspiración de los templos budistas. Sobresalen igualmente la Casa del Hombre (La Coruña, 1995), realizada junto al arquitecto gallego César Portela y concebido para convertirse en un símbolo para la ciudad, y el Acceso a CaixaForum Barcelona (2002), donde dialoga con el vecino pabellón de Mies van der Rohe y el edificio modernista de Puig i Cadafalch. Otras de sus obras destacables son el Parc de La Muntanyeta (Sant Boi, Barcelona 1994), el Parque Universitario de Santiago de Compostela (1995), el Pabellón Deportivo (Palafolls, Barcelona, 1996), el Acceso a CaixaForum Barcelona (2002), los Baños Termales en Arties (Lérida, 2004) y la Puerta Isozaki (Bilbao, 2009), diseño realizado junto al arquitecto Iñaki Aurrekotetxea