Club nocturno inclusivo y de estética kitsch que conquista Seattle

Un club nocturno donde sentirnos seguros

Viernes por la noche. Las obligaciones diarias quedan aparcadas tras una semana entregándose a ellas con esmero. El agotamiento se traslada a un segundo plano en favor del divertimento. Bajo el manto de estrellas, los locales de ocio despuntan con sus focos llamando la atención; invitan a entrar y a consumir música y bebida a partes iguales. Creemos en nuestro poder de decisión a la hora de escoger el garito más apetecible, pero el final siempre es el mismo: la enigmática vida nocturna también alberga situaciones de odio y rechazo por género, por raza o por orientación sexual. No son tiempos de igualdad todavía, aunque no dejemos de cuestionarlo.

Mientras intentamos hacer de la sociedad un lugar habitable para todos sin excepciones, alternativas como Supernova surgen para dar esperanza. Desconozco cómo será una juerga en Seattle, pero en un club cuyo principio rector es “crear un ambiente seguro y acogedor para mujeres, miembros de la comunidad LGTBI, gente de color, etc.” no me importaría estar bailando hasta altas horas de la madrugada. Ubicado en el vecindario SoDo, el edificio funcionaba como un antiguo almacén de madera construido en 1937.Pocas astillas o serrín pueden encontrarse ya en este nuevo nightclub de 604 m² tras la transformación de Mutuus Studio: más bien hallaremos bolas de discoteca, una estética setentera y dos pisos por los que dejar que nuestro esqueleto se funda con el ritmo.

Estética kitsch y modernidad

La ostentación disco de Supernova nos traslada a una experiencia caracterizada por el brillo espejado, las luces de neón y los colores vibrantes: el espíritu más ferviente de Saturday Night Fever traído a nuestra época. A partir de ahí, todo lo que envuelve al visitante es una atmósfera carnavalesca de estética kitsch con pinceladas de op-art. El acceso nos conduce por una pared llena de grafitis y una sala de espejos con iluminación de neón; una entrada idónea para aterrizar en la pista de baile con suelo hipnótico. En ella se sitúa la cabina del DJ, dentro de una gran bola de discoteca de 2,4 metros de diámetro. El dueño de Supernova, el DJ Zac Levine, tuvo claro que el centro de todo debía oscilar alrededor de la música, por ello la escenografía que rodea a este volumen hemisférico se ve completada por luces de diamante y potentes equipos audiovisuales.

Los setenta se materializan en el diseño de las estancias que están dispersas por toda la zona: un área VIP con su correspondiente cordón rojo de terciopelo; una sala de paneles fluorescentes y orgánicos —al más puro estilo Archizoom— que también genera asientos de formas perforadas; o una vieja furgoneta Volkswagen cuya parte delantera se ha convertido en una barra metálica para servir bebidas.

Desde el principio, Supernova se percibe como un espacio para el arte y el entretenimiento, que busca reivindicar la libertad en todas sus manifestaciones para “atender a audiencias diversas y a la autoexpresión”. Mutuus Studio han logrado recrear un interiorismo lúdico e inclusivo, con objetos procedentes de un imaginario techno-kitsch. De hecho, bajo la atenta mirada de un unicornio encabritado, parece que los destellos de las bolas disco pudieran ser capaces de apaciguar las desigualdades y el peligro unos instantes. Y es que ojalá, pese a todo, el sol siempre pueda pillarnos bailando.

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