Rodolfo Livingston, el arquitecto de familia | Un rebelde e innovador en todos los planos, incluido el de su profesión
Hacer arquitectura para la gente fue su mayor rebeldía. Rodolfo Livingston, un innovador con todas las letras, fue y será el “arquitecto de familia”, lo opuesto a la arquitectura de edificios que prevalece desde el siglo XX. La función más importante de la disciplina era, como lo afirmaba una y otra vez, “la creación de escenarios que permitan y que ayuden al desarrollo de escenas felices, que en la vivienda familiar son ceremonias, como hacer el amor, dormir, bañarse, comer y cocinar, mirar el exterior, creando lugares intermedios, sombras, galerías, luz natural y artificial, ‘nietódromos’, ‘enojódromos’”. El renombrado arquitecto y urbanista que desarrolló el “Método Livingston”, un revolucionario sistema de trabajo caracterizado por “la atención de familias” y por escuchar lo que el cliente quería, murió a los 91 años mientras estaba de vacaciones en la costa atlántica.
Humanista social
El humanista social de la arquitectura tenía una manera de comunicar que contagiaba su entusiasmo por bajar del pedestal al arquitecto y materializar casas para los ciudadanos de carne y hueso. “El no pensar en el carácter de escenario de los ambientes que constituyen una vivienda, aun con pocos metros, cede su lugar a las explicaciones de la obra que dan sus autores y las revistas especializadas, abstracciones tales como ‘la fachada juega con’, ‘la escalera se acusa’, etc., etc., todas dirigidas al dibujo con ausencia de los destinatarios de la casa, que no figuran en los relatos ni en las fotos y que no se manifiestan, pese a que debiera considerarse importante su opinión. ‘¿Quién puede hablar con mayor acierto del timón de una embarcación (dijo Aristóteles) ¿el carpintero que lo construyó o el timonel? Es hora de que los timoneles y los marineros recuperemos nuestro barco”, escribió en una contratapa para este diario.
Livingston (Buenos Aires, 22 de agosto de 1931) promovía un cambio absoluto en la manera de entender y practicar la profesión a través de la formación de un nuevo tipo de profesional, el arquitecto de familia. Atender las necesidades de la familia es un rubro en el que sobra trabajo, según planteaba. Cuba fue como su lugar en el mundo; siempre recordaba que estuvo 31 veces en la isla. La primera vez fue en 1961, cuando viajó a un Congreso Latinoamericano de Arquitectos. Se quedó dos años y construyó un barrio en Baracoa. Como suele suceder, al principio lo rechazaron, pero después, apelando a un sentido del humor que cultivaba de una manera excepcional, logró filtrar sus teorías e ideas. “Llegué a tener algo de trato con Fidel Castro y conversé puntualmente con él. Tenía interés sobre todo en la construcción, en cómo construir bien y cómo hacerlo para garantizar un acceso de todo el mundo a la vivienda”, recordó en una entrevista con el arquitecto Freddy Massad.
Alma cubana
A principios de los 90, viajó por toda Cuba buscando la utopía de una arquitectura de raíz social. Sus conferencias y talleres impactaron en cientos de profesionales. Recuperó el sentido humanista de la arquitectura cubana, que se había perdido en la centralización y sovietización de la construcción comenzada en los años setenta. Livingston, que supervisó la aplicación del programa Arquitectos de la Comunidad en Cuba, se enamoró de la “revolución humanista”, como la definía. “Mi alma es cubana”, reconocía el autor de El país es socialista y no está en coma, Cuba existe, Cuba rebelde, el sueño continúa, Arquitectura y autoritarismo, El Método, Memorias de un funcionario y Cirugía de casas, que superó las dieciséis reimpresiones, entre otros libros que publicó. “El animal que mejor serviría para describir a Cuba es el ornitorrinco: un mamífero que pone huevos, porque Cuba es una mezcla porque utiliza elementos del capitalismo pero es socialista. Coexisten –explicaba el arquitecto–. Cuando se publican estadísticas de enfermedades o cualquier otra cosa, a Cuba la eluden. Nunca se la incluye, como si no existiera, pero yo insisto: Cuba es socialista y no está en coma. A los capitalistas que conducen el asunto, como las grandes empresas y líderes políticos, les cuesta aceptarlo, pero es así”.
Un arquitecto diferente
Nunca temió manifestar con claridad sus opiniones. Jamás demostró el menor entusiasmo ante la arquitectura de Ludwig Mies van de Rohe y Le Corbusier, a pesar de que se recibió en 1956 y entonces eran las máximas referencias de la arquitectura moderna. Aunque fue el niño rico de una familia descendiente de anglosajones, criado entre varias institutrices, apenas empezó la carrera de arquitectura supo que quería ser un arquitecto diferente. Muchos recuerdan la respuesta memorable y desafiante a Bernardo Neustadt, periodista de cabecera del gobierno de Carlos Menem. En un programa sobre el maltrato invitó a varias personalidades, entre las que estaba Livingston. Cuando Neustadt le preguntó: “¿Hay maltrato en la Argentina?”, el arquitecto le respondió: “Este mismo programa es una fuente de maltrato”.
Dirigió el Centro Cultural Recoleta en 1989, fue columnista en Juventud Rebelde (Cuba), en Caras y Caretas, Humor, Página/12 y Tiempo Argentino. En 2017 recibió la distinción de Personalidad Destacada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. “Si diseña el edificio donde se asentará un organismo público, como el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (1981), lo hace de ladrillos. Y con paredes oblicuas, teniendo en cuenta la orientación, para que las ventanas reciban sombra a la hora en la que el sol está más alto. Livingston no implanta clones edilicios. Diseña construcciones únicas, singulares, a la medida de los deseos de quienes las habitan. Construcciones que son como él”, planteó el crítico Horacio Bernades sobre el documental de Sofía Mora, Método Livingston (2019).
Livingston ayudó a mucha gente a vivir mejor. En una sociedad cada vez más desigual, la figura del último humanista social de la arquitectura vibra con la intensidad de una rebeldía que no se apaga.