La romática historia de la Casa del Judío, una de las mansiones más bellas y misteriosas de Córdoba

La romática historia de la Casa del Judío, una de las mansiones más bellas y misteriosas de Córdoba


El enorme portón, cerrado a cal y canto, invita a imaginar las majestuosas dependencias intramuros. Dos corpulentos cipreses asoman con sus copas desde uno de los patios interiores del recinto, que esconde, celoso de su privacidad, una arquitectura y decoración insuperable en muchos aspectos: no en vano, esta histórica morada es, quizá, «una de las más bellas» de la ciudad, como apunta Manuel Ramos Gil en su libro ‘Casas señoriales de Córdoba’.

Se trata, y hasta aquí el misterio, de las Casas del Duque de Medina Sidonia, más conocidas como la Casa del Judío, en la calle Rey Heredia y con otra fachada también que da a la plaza de Jerónimo Páez (frente al palacio de los Páez de Castillejo, que hoy alberga el Museo Arqueológico). Esta espectacular vivienda (que fueron varias antaño), como relata Ramos en su completo estudio, ha estado vinculada con linajes como los Sousa, los Haro, los Armenta y los Cárdenas, sin olvidar sus lazos «con la familia real castellana durante la Baja Edad Media».

Para conocer el origen de estas casas, los documentos más antiguos sobre los inmuebles datan del siglo XIII, en una carta de donación con fecha del 24 de julio de 1237, con motivo del repartimiento que el rey Fernando III hizo de Córdoba y otorgó estas viviendas, con el sobrenombre de ‘Altas’, a Domingo Muñoz, el Adalid.

Las impresionantes viviendas fueron sometidas a diferentes reformas de mano de sus múltiples y acaudalados propietarios a lo largo de los siglos. De la época de dominio musulmán se conservan en un interior un adarve coronado de arquillos «que fue reformada bajo la dirección artística del señor González del Campo y que un día sirvió al deslinde de estas casas con los edificios contiguos», recoge ‘Casa señoriales de Córdoba’.

Una de las intervenciones más destacadas que se llevó a cabo fue la realizada durante la Baja Edad Media por el maestro cantero Maesse Mohamed (el mismo que había construido los baños del Alcázar de los Reyes Cristianos para Alfonso XI) sobre el 1348, que transformó las dependencias en un bello palacio mudéjar.

Según relata Ramos Gil, durante aquella época el palacio pasó a ser conocido como las ‘Casas del hijo del rey Enrique II’, «porque en ellas nació el infante don Enrique, hijo bastardo del monarca, de su relación amorosa con doña Juana de Sousa, quien a su vez era hija de los por entonces propietarios del edificio».

Este infante, primer Duque de Medina Sidonia, Conde de Cabra, Señor de Alcalá y Morón, falleció sin descendencia en el año 1404, el inmueble pasó a poder de los Sousa, sus familiares por línea materna.

Posteriormente la vivienda fue vendida a los Haro, señores del Carpio, y más tarde a los Armenta. En 1636 el Arcediano Damián de Armenta realizó importantes reformas en el palacio, dando lugar a la fachada que hoy conocemos, según se explica en en el estudio ‘Casa del hijo del Rey don Enrique II’, de Miguel Muñoz Vázquez, que recoge que en 1975, el recinto se expandió y reformó ampliamente.

Amor a primera vista

Existen muy pocos documentos gráficos del interior del palacio. Sus últimos propietarios cordobeses, Enrique Merino y su esposa, Josefina López Suárez, abrieron sus puertas a la revista Remanso, que pudo captar la magnificencia de esta espectacular mansión. También hay imágenes de Muñoz Vázquez de 1962.

Sus actuales dueños son la familia Nahamias y de ahí que se conozca como la Casa del Judío, en referencia al ya fallecido Elie J. Nahamias (que, además, da nombre a la plaza que está justo frente al palacio). Junto a su esposa, Inna, rehabilitó el edificio, logrando un ‘diálogo’ fluido entre las arquitecturas mudéjares, renacentistas y barrocas’, explica ‘Casas señoriales de Córdoba’.

Manuel Ramos relata que don Elie quedó prendado de Córdoba tras una corta e improvisada estancia (se le averió el coche a su paso por la ciudad) en la que un caballero vestido de blanco amablemente se ofreció a servir de guía a este matrimonio judío. «Tras una inolvidable jornada, en la que el acompañante mostró todos los secretos y encantos de nuestra ciudad, este se despidió diciéndose que era, nada más y nada menos, que San Rafael», recoge el autor. Sea como fuere, el matrimonio se enamoró de la ciudad y adquirió el palacio y otros inmuebles colindantes en 1957 sin reparar en la inversión millonaria que les supuso.

La casa cuenta con diferentes patios, siendo los dos primeros de factura clásica. El de entrada, de 1627, contiene fachada frontal de arcos de medio punto con claves resaltadas y delgadas columnas sobre basamentos estilizados.

En cuanto a la fachada, la principal es de dos plantas con portada de 1636 de dos cuerpos, el primero adintelado, con frontón curvo partido con volutas soportando balcón con frontón curvo mixtilíneo y escudo de armas. El escudo de armas que preside el balcón corresponde al linaje de Armenta.

Las dependencias estuvieron a punto de pasar a manos de Córdoba. Los Nahmias manifestaron su interés por dejar en la ciudad un legado importante relacionado con la cultura sefardí, pero todo quedó en una declaración de muy buenas intenciones ante la negativa de los hijos de la pareja.

Una cesión que no llegó a realizarse

El que fuera decano de Filosofía y Letras, Joaquín Mellado, junto al entonces rector, Eugenio Domínguez, trataron de crear en la Universidad de Córdoba de un centro de estudios hispano-hebreos para alumnos extranjeros. Contactaron en varias ocasiones con Inna (su marido ya había fallecido) tras el interés mostrado por la señora en ceder gratuitamente casi toda la casa para sede del centro.

Según relata el propio Domínguez, «entonces, el edificio estaba sin apenas muebles. Tanto en la parte inferior como en la superior sí que había dos apartamentos habilitados para la estancia, pero el resto de la casa, incluida la biblioteca, se encontraba practicamente vacía».

El hijo mayor, Sacha, anuló ante el rector el compromiso adquirido por su madre con la Universidad. A cambio, planteó un alquiler por cinco años renovables a razón de 10 millones de pesetas por año, y sin firma de compromiso alguno de continuidad, pero la oferta se desestimó.

Desde entonces, la casa solo es ocupado por los hijos de los Nahamias en determinadas temporadas. ABC intentó sin éxito solicitar la entrada al recinto para la realización de un reportaje fotográfico. Pero la familia (según la administradora de la casa), «se niega en rotundo». Solo queda imaginar las estancias del Palacio con las instantáneas en sepia tomadas el siglo pasado.



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