Arte floral. Tan antiguo, tan exclusivo, tan mainstream
Para conocer y comprender las actuales prácticas florales, habría que mirar atrás. A los rituales ancestrales que veneran la naturaleza y a la cultura tradicional de la flor. Esa que está presente en los mercados y en las calles de cada rincón del mundo, en los balcones de nuestras abuelas y, desde luego, en los patios cordobeses que llevan más de un siglo acicalándose de macetas para su habitual concurso. De estas costumbres atávicas nace el oficio artesanal que los maestros han llevado a nuestros días, ya sea decorando eventos exclusivos u ocupando instituciones artísticas, haciendo de estas prácticas un arte efímero.
Sobre estas bases se construye FLORA, un certamen que trata de poner en valor la faceta más estética de esta actividad seleccionando nombres muy próximos a la creación contemporánea y al concepto de instalación site-specific. La metamorfosis es el tema de esta convocatoria que vuelve con el propósito de mantener el alto nivel de los años anteriores, con un cartel internacional y un nutrido programa de actividades paralelas centradas en potenciar el carácter multidisciplinar de esta forma de arte.
Hemos hablado sobre ello con Emilio Ruiz, director artístico del festival. Para él, resulta sorpendente el viaje que muchos de los participantes han hecho desde la floristería tradicional a la vanguardia del arte visual. “Las propuestas más interesantes son las de aquellos creadores que vienen de otros terrenos artísticos o que han hecho el camino inverso desde el trabajo floral hasta derivar en otros campos”, afirma.
Los orígenes del oficio
Hijos y nietos de jardineros, jóvenes empleados en pequeñas floristerías de barrio y botánicos con estudios prácticos e inquietudes artísticas. De aquí proceden muchos de quienes acaban ejerciendo de directores creativos para grandes firmas de producto, moda, espectáculo y artes decorativas. Daniel Ost nos explica que desde pequeño ayudaba a su abuelo cortando flores en su huerto, y que sujetaba un ramo en alto cuando cayó a una fosa de estiércol. Esa imagen marcó su destino, y hoy es uno de los floristas más reconocidos del mundo. En 1978 abrió su primera tienda y hoy lidera un imperio que ya tiene relevo generacional, su hija Nele Ost.
Actualmente se dedica al ámbito de la decoración de eventos, el trazado de jardines y paisajes y la formación de futuros profesionales. Sus composiciones coloristas de carácter onírico y escultórico son pocas veces minimalistas y a menudo excesivas. Siempre bellas. Y es que la exaltación de la belleza va ligada al diseño vegetal, ya sea por cuestiones puramente formales —la propia morfología de las distintas especies, colores, movimiento y volúmenes— o por lo que la flor simboliza: esencia y origen, fragilidad y pureza.
“Las flores son un arte del tiempo y un microcosmos de la vida que cambia constantemente de forma. Al crear mi trabajo, me acerco a ellas en silencio y escucho sus voces”.
Azuma Makoto
Memento mori
Como elemento efímero, la flor muestra su poderosa expresividad a través de su propia muerte. La idea del paso del tiempo es una constante en el discurso de muchos de estos creadores. Para el japonés Azuma Makoto es un asunto clave. Durante años trabajó en un mercado de flores de Tokio y hoy busca descubrir nuevos lugares para la botánica, enfatizando su armonía natural y provocando contrastes, que consigue al instalar plantas en ambientes extraños. De hecho, es conocido por hacer arder sus arreglos, encapsularlos en urnas futuristas y bloques de hielo, llevarlos a la profundidad del océano o lanzarlos al espacio.
Pero por espectaculares que resulten sus intervenciones, Makoto recoge la visión espiritual del ikebana y de la tradición japonesa: “Al crear mi trabajo, toda la inspiración la encuentro en las plantas y en las flores. Y estoy muy agradecido. Me acerco a ellas en silencio y escucho sus voces”, afirma, vestido con una bata blanca desde su estudio Jardins des Fleurs, que más bien parece un laboratorio científico. Ha colaborado con grandes marcas, aunque muchos de sus proyectos se mueven en la órbita de lo contemporáneo, integrando elementos vegetales como protagonistas absolutos en objetos, performances o instalaciones.
Estructuras florales en galerías y museos. Ese es el territorio de la cordobesa Lola Guerrera, quien ha hecho el camino inverso al de otros artistas que aparecen en este artículo. Ella viene de la fotografía y el visual. Es en 2014 cuando cambia la materia prima del papel por flores y plantas secas: “Llegué al arte floral a raíz de una investigación sobre artistas interesados en el concepto de lo efímero y la fugacidad. Caí en la pintura de los siglos XVI y XVII y todos los bodegones ponían de manifiesto el memento mori”, nos cuenta.
“Llegué al arte floral a raíz de una investigación sobre artistas interesados en el concepto de lo efímero y la fugacidad. Caí en la pintura de los siglos xvi y xvii y todos los bodegones ponían de manifiesto el memento mori”.
Lola Guerrera
A partir de entonces sus montajes funcionan como cuerpos escultóricos —a menudo suspendidos en el aire— donde las flores son partes de un puzle. Las formas orgánicas volátiles, cambiantes, hacen referencia al origen, a la luz y la noche, a las galaxias y el cosmos. A través de distintos “experimentos creativos”—como ella los denomina— llegó a relacionar la materia botánica con las imágenes del universo, porque ambos evidencian la fragilidad del mundo que habitamos. La flor ya no es —solo— un recurso decorativo, sino que pasa a ser parte de un entramado de significados trascendentes, integrándose en una obra más amplia.
Arte floral y el objeto escultórico
El también japonés Yuji Kobayashi afirma que sus piezas pertenecen más al campo de la arquitectura y el interiorismo que a la floristería tradicional, por la que no siente un apego excesivo. Aunque de allí vienen sus inicios, hoy la innovación es el motor de su Geometric Green, un estudio que define el estilo de unas creaciones inspiradas en la geometría y la construcción racional, únicas por someter la poética de lo vegetal a los imperativos matemáticos. Por ello, muchos lo denominan el “arquitecto de las plantas”. La sostenibilidad, además, participa de su concepto escultórico, y a menudo crea conjuntos con tallos y raíces, que devuelve a la tierra cuando termine el show.
El arte floral con concepto escultórico y carácter minimalista e industrial es también el sello de TABLEAU, un equipo multidisciplinar danés centrado en el diseño espacial y de producto, el comisariado artístico y el montaje vegetal. A los mandos se encuentra Julius Værnes Iversen, quien desde pequeño ha convivido con la tradición botánica que le inculcaron sus padres. Las flores no siempre son el objeto fundamental de sus creaciones, pero tienen un sitio destacado en sus obras, decorados para moda y fotografía editorial, mobiliario o piezas de arte. Con frecuencia los elementos botánicos con los que trabajan son intervenidos y modificados en sus colores, como la esparraguera blanca que levantó el interés en la anterior edición de FLORA, de la que resultaron ganadores con la primera instalación cinética de la historia del festival.
El lenguaje universal de la flor
En la visión trasversal de estos creativos del arte floral, la flor muestra una capacidad comunicadora sencilla e intuitiva. Su carga simbólica y narrativa vuelve accesible sea cual sea el contexto. Así la usa Lisa Waud, cuyos trabajos, enmarcados entre el arte efímero y el arte público, ocupan áreas urbanas. Su formación en la escuela de horticultura de Michigan fue puramente práctica, allí adquirió unos conocimientos que aplica hoy en propuestas que se encuentran más cercanas a los postulados del land art que a la decoración floral comercial. Su marcada conciencia social y medioambiental queda patente en su obra, con la que pretende dar relevancia a aquellos lugares, cosas y personas que no suelen sentirse representados.
El discurso de Maurice Harris tiene un enfoque similar. Consciente de que su actividad es un lujo solo al alcance de empresas y particulares adinerados, cree en el poder de su belleza para transformar la sociedad y trata de involucrarse en proyectos que lleguen a un público más amplio. Artista, florista y showman, se graduó en Bellas Artes, comenzó su trayectoria como escaparatista y terminó haciéndose una valiosa cartera de clientes entre los que caben Beyoncé o Louis Vuitton.
“Las propuestas más interesantes son las de aquellos creadores que vienen de otros terrenos artísticos o que han hecho el camino inverso desde el trabajo floral hasta derivar en otros campos”.
Emilio Ruiz
Compone sus arreglos de colores llamativos como un artista plástico, en un juego de movimiento, equilibrios y texturas que da como resultado su autodenominada “estética de opulencia natural”. Afirma encontrarse más cerca del arte, que entiende como un bien comunitario. De esa inquietud surgen ideas como su cafetería y lugar de encuentro cultural Bloom & Plume, las series fotográficas que abordan el empoderamiento de los cuerpos negros, su perfil de Instagram con miles de seguidores o su presencia mediática en programas como Quibi: Centerpiece y el reality de HBO Full Bloom.
El arte floral está ocupando territorios nuevos. No solo en corrientes intelectuales, sino, también, en la cultura popular y en el mainstream. Tras este boom se encuentra una tendencia en alza que valora y reclama la vuelta a lo natural y a lo artesanal. Sin olvidar, como apunta el director de FLORA, la irrupción del medioambiente como una preocupación global, que está hoy en boca de filósofos, escritores o arquitectos y, por supuesto, también en el terreno del arte. Un ámbito, este último, que amplía su radio de acción potenciando lo vegetal como herramienta de investigación creativa.
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