El Muralismo en la UNAM, más allá de Siqueiros y Rivera
Es difícil no mencionar a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) cuando se habla de muralismo, movimiento artístico mexicano por excelencia. Usualmente, cuando pensamos en el patrimonio muralístico de la Universidad, lo primero que se viene a la mente es La creación, obra que hizo Diego Rivera en el Colegio de San Ildefonso; así como la icónica fachada de la Biblioteca Central, con obras de Juan O’Gorman; o El derecho a la cultura (o las fechas en la historia de México), de David Alfaro Siqueiros, conocido como el punto de encuentro de las protestas de los universitarios en Rectoría. Pero el patrimonio muralístico de la UNAM es más extenso.
“La UNAM se convierte en uno de los lugares donde se expresan con mayor libertad las alternativas a la pintura mural y al nacionalismo en general”, dice Renato González Mello, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas y coordinador académico del libro que recién se publica UNAM: 100 años de Muralismo (UNAM, 2022).
La Máxima Casa de Estudios posee un aproximado de 150 murales, pero muchos pasan desapercibidos, por lo que investigadores aprovecharon la celebración del centenario del muralismo para revalorizarlos.
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Entre ellos se encuentra el mural Las artes y las ciencias, en la Prepa 5. Esta obra fue realizada por Rodolfo Morales, un maestro de dibujo que trabajaba en esa escuela durante los años 60 y que buscó hacer una reflexión sobre la violencia de una forma velada. Morales rechazó la pintura nacionalista y abstracta, corrientes en boga en aquella época, y su estilo se guió por la pintura mural realizada por una generación anterior a la suya, en la que participó Rufino Tamayo, quien en el futuro apoyaría a Morales para consolidarse como un pintor.
También destaca la importancia de un misterioso mural de manchas de colores en el Edificio B de la Facultad de Química, que antes pertenecía a la Facultad de Veterinaria. Se trata de “la única obra de arte abstracto en todo el Campus Central”, escribe el autor del capítulo dedicado a esa creación, Aldo Solano Rojas, quien señala que por haber sido parte originalmente de Veterinaria, quizás las manchas son una representación abstracta de animales. Aunque hay documentación detallada sobre la construcción de CU, sobre esta obra no hay registro del autor ni de su título. La falta de información ha hecho que el mural fuera desdeñado como una simple decoración por años.
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Otro mural sin título es el que realizó el colectivo Tepito Arte Acá en la Facultad de Arquitectura durante la década de los 80. Este mural fue pintado por uno de los integrantes del colectivo, Daniel Manrique. La obra fue una forma de agradecimiento al Taller 5 del Autogobierno de esta Facultad, pues ayudaron al colectivo a detener un proyecto de reordenación del gobierno de la ciudad que afectaría los intereses de la comunidad, a través de una contrapropuesta, explica González Mello en el libro. La obra de figuras humanas sobre un fondo abstracto maneja ideas como la relación entre la utopía y el poder y tiene referencias a Le Corbusier y José Clemente Orozco.
“Tepito Arte Acá fue un movimiento muy peculiar que se consumó fuera del mainstream del arte mexicano de los años 70, pero cobró protagonismo muy rápido por la fuerza de sus propuestas. Nos pareció que era necesario darle más visibilidad a las producciones de los años 70”, dice González Mello.
El libro también rescata la historia de murales que no se concretaron, como el mural que Rivera haría en la Facultad de Química; o que desaparecieron, como es el caso de La Caperucita Roja, que Carlos Mérida hizo en 1923 en la Biblioteca de la Secretaría de Educación Pública, que fue destruido y ahora sólo se conserva en fotografías como las que publicó El Universal Ilustrado.
También se dedicó un apartado a los murales que la Facultad de Derecho alberga en comodato desde 2004, realizados por artistas como Pablo O’Higgins, Leopoldo Méndez, Alfredo Zalce y Fernando Gamboa, para que se difunda su existencia entre el público.
González Mello y sus colegas investigadores hicieron una selección que no sólo abarcara las obras más representativas, sino que orienta la mirada a aquellas obras que “requieren mayor atención” o “deberían ser más famosos”, dice.
Esta tarea no fue fácil, pues decir qué obra de arte merece ser destacada es un juicio subjetivo. Es por eso que investigadores y estudiantes de posgrado de la UNAM investigaron, analizaron y debatieron de forma “muy acalorada”, durante todo un año.
“Nos quedamos cortísimos, habría sido imposible abarcarlo todo. Si se hiciera una obra del total de murales que tiene la UNAM, abarcaría dos o tres volúmenes del libro y habríamos necesitado varios años”, reconoce González Mello.
Preocupaciones contemporáneas
Precisamente las acaloradas discusiones llevaron a los estudiosos a abordar el muralismo que alberga la UNAM desde enfoques que no habían explorado.
Por ejemplo, el feminismo. Si bien en la exposición El Espíritu del 22: un siglo de muralismo en San Ildefonso, que se encuentra en el Antiguo Colegio de San Ildefonso y que también es resultado de una investigación de la UNAM, se le dedicó una sala del museo al rol de las mujeres en el muralismo, el libro UNAM: 100 años de Muralismo presenta el impacto del relego de las mujeres muralistas incluso dentro de las fronteras de Ciudad Universitaria. En el capítulo “Las mujeres en la pintura mural”, la artista Patricia Quijano, autora del mural La infraestructura de una nación (2002), en Universum, cuenta que para aquella ocasión se le indicó que en su obra “emulara el trabajo de un hombre: el de mi maestro y esposo, Arnold Belkin. En vez de ello les entregué (…) una pieza muy mía y, por ende, producto de una visión femenina”, se lee en el libro.
“El tema del feminismo planteaba un reto para el proyecto porque el muralismo no fue un movimiento feminista. Más bien se estructuró en torno a discursos acerca de la virilidad que no dejaban mucho lugar al feminismo. Justo por eso necesitábamos un texto que abordara el problema de frente”, afirma el historiador.
Otro enfoque que surgió durante el debate fue el “desafío” de la conservación de los murales. Las más de 100 obras tienen técnicas distintas, están hechos con materiales distintos y se encuentran a la intemperie, algunos incluso cerca de la gente.
Aunque en la época que se crearon se tomaron en consideración medidas para alargar la vida de estas obras —como usar mosaico o revestimientos de piedra y terracota vidriada—, es un hecho que las obras de arte se enfrenta a un clima muy distinto al de hace 100, 50 y 30 años.
“Como sabemos, el clima está cambiando en todo el mundo y las condiciones de una ciudad, como la de México, con la contaminación, no es nada sencillo”, añade el investigador. Ahora los materiales se enfrentan a condiciones de humedad distintas y a la lluvia ácida.
Además, en la actualidad es complicado reponer materiales que en su momento fueron diseñados específicamente para los murales, como en el caso de La superación del hombre por medio de la cultura (1952), que hizo Francisco Eppens Helguera en la Facultad de Odontología, con Mosaicos Venecianos.
Por eso los investigadores han concluido que este tema debe ser objeto de seminarios de investigación en los que colaboren distintas disciplinas “porque entra en juego la historia del arte, el saber de los artistas y las ciencias duras, como la química y física”, indica González Mello.
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