Algunas palabras sobre Circular 22 de Vicente Luis Mora (2022)

Algunas palabras sobre Circular 22 de Vicente Luis Mora (2022)


«Un hombre perdido en el tiempo/solo caminando entre los muertos/¿Dónde nos encontramos ahora? /20000 personas cruzan los dedos/mientras haya sol/mientras haya lluvia/mientras haya fuego/mientras esté yo/mientras estés tú» canta David Bowie en una parte de su testamento, en la canción de Where are we now? Es Berlín, pero podría ser cualquier ciudad construida a base de recuerdos, con un futuro borroso, una ciudad que se alimenta de sí misma hasta que, con hambre atrasada, sorbe lo que le ofrecen sus despistados habitantes. La tercera revisión, la tercera mutación, 2003, 2007 y 2022. Urbes que son como monstruos mutantes, dibujadas en los ochenta por Jack Kirby y John Byrne. Circular 22 de Vicente Luis Mora editado por Galaxia Gutenberg, camina, lobito, no me encuentro ni un alma cuando camino por sus calles, incluyendo a las dos personas que sacan la basura. Circular 22 construida a base de fantasmas y escritores. No hay mucha diferencia entre unos y otros, ambas están atrapados en lugares abandonados. Edificios o historias inacabadas. Madrid es una ciudad de suelos usados, de calles gastadas: ¿Cómo habrá cambiado mi propia ciudad, hace un lustro que me marché? Mala memoria la tuya, Octavio, ni un tiempo de bolero te vale para marcar el ritmo… un lustro dice. Ya vas por una década. Peter Handke cambió Soria por Berlín. Pregunto a Mariano Peyrou o a Martín López Rodríguez-Gaona. Uno feliz entre las ruinas y otro ballenero en la búsqueda de la treintena perdida.

Los collages son de Rosina Abós y la mixtape con canciones para acompañar la lectura puedes escucharla aquí.

Mira cómo la hierba avanza, desde el suelo, entre los trozos de piedra podrida, abriéndose camina, como en cualquier distopía apocalíptica, cualquier novela barata de Ballard, siempre se apropian de de las ciudades. Ni las tascas ni los VIP´s sobreviven. Estoy en la Autovía Madrid-Valencia. Estoy en la Autovía Zaragoza-Valencia. El cartel tachado indica la salida hacia ATECA (SALEM´s LOT). Media vuelta. Zaragoza. Sigue hacia delante. Medinaceli en un ALSA. El hombre Alto. ¿Volverás a él, Octavio? Siempre detrás mío. En la doble dirección no se distingue entre comienzo y viceversa. Viceversa o final. Como quieras llamarlo. Vicente Luis Mora no deja de construir, capas y capas, finas líneas que se dispersan, como una percusión convertida en venas y arterias. Gasolina, hielo y descanso. Son 150 pesetas de 2002. Y el amor de una camarera. Lo máximo que se podía conseguir cuando decíamos adiós al siglo. (HE VISTO OLAS QUE NO LLEGAN A ROMPERSE Y REGRESARON, CON LAS OREJAS GACHAS, MADRID DEVORA Y ESCUPE).

Voy al VIP´s y todos parecen iguales. Ya no hay libros de arte, no hay películas saldadas, tebeos, no está Moris en el VIP´s de Princesa. Ni el Drugstore de Luis Antonio de Villena y Eduardo Haro-Ibars y los Burning. Todo a un euro. Una coca-cola fría. De la normal a la light y ahora Zero. Saber cuánto pueden pedirte por una cerveza bien fría, en lata, en mitad de la calle. Vicente Luis Mora sobre mis hombros, cuando DVD era más que un formato muerto de reproducción. Vicente Luis Mora por Malasaña, con las manos en los bolsillos, escucha cómo sale de un local la voz de Kike Turmix cantando «Fuera de combate», el hit profundo de Perico Fernández. Mariano Antolín Rato y sus botines de cuero español. Alburquerque y Durango. Bob Dylan en Madrid, aburrido. Andrés Calamaro en la Calle Pez, con las habitaciones pintadas de negro, grabando en cintas de casete, TDK de 90 minutos encontradas en las más profundas y abisales estanterías de tiendas de todo a cien, de chinos donde se puede fumar la vida por momentos. Muy cargado, te tambaleas, pizza a trozos en la Gran Vía, un euro, yo creía en la Fundación Telefónica. Y en el sueño dorado de Pinto, ver a Alberto Contador, en la sierra, en Miraflores de la Sierra, contra la tisis. Ángel Stanich o Antigua y Barbuda. El fantasma de Contador como el de Goya. Madrid no admite nada. Adolf Loos persiguiendo horteras por el centro de Madrid.



La Avenida América es el dos caras de Madrid. Es el juez con la moneda de plata marcada en las manos. El trilero con astillas en las uñas. Interinos en el intercambiador que vuelven a su pueblo en para un puente largo, provincianos que se acercan para pasar el fin de semana y alguien los espera evitando comprar oro de segunda o tercera mano. Los que llegan, el centro, la mitad del compás dorado, salir y soñar, mirar por la ventana del autobús los edificios de oficinas con nombre de editoriales, periódicos, compañías de teléfonos. Avenida América con polvo en cada esquina, con bollería secreta, periódicos atrasados y chucherías de sabor agrio. Bocata de calamares frío y envuelo en plástico. Fuera el tráfico es terrible, lo individual es terrible, un hombre solo buscando la manera de llegar al centro. Las corbatas de Aluche, un crimen perfecto vs el valiente que intenta superar el Test de Turing por amor. Fotos de la calle de Alcalá, extrañismo de Cortázar, los pechos pequeños de Jane Birkin, perfectos en Blow Up, un estado de gracia. Amor encontrado en la gran urbe. En todas las urbes el amor tiene que ver con los horarios de oficina, con la salida de los institutos, el cierre de los bares, la última ruta del transporte público. Las casualidades. Entre Rafael Chirbes, Jaime Gil de Biedma y Esperanza Aguirre, ¿nos queda reírnos de la democracia?

Rosina Abós

En Valencia. Un euro por «Las afueras» de Luis Goytisolo. Mil millones de euros por «Las afueras» de Pablo García Casado en cualquier venta online. El almacén de Valencia demuestra que una ciudad se construye desangrando otros mares más pequeños. Dos gramos de jaco, Leño, Frío, Monroe, CO-2251-K.

«Las luces sobre Madrid son como un tarta de cumpleaños infinita. El cumpleaños de un niño asmático que no puede con todas. La resistencia del parquecito, de la gasolinera cerrada, los edificios de oficinas. Luces que permiten el aterrizaje de las almas perdidas, las almas ilusionadas de provincias que llegan y son atrapadas y devoradas como inocentes polillas»

Un charity rastro en la calle Cervantes y libros de amigos saldados en la cuesta de Moyano. Mi propio libro en la cuesta de Moyano a cinco euros y todavía me parece caro. La librería de cine enfrente del centro de teatro clásico. Te advierten que han cerrado y que tienes que recorrer una distancia superior a la que te separa de tu propia casa para encontrarlos. Esperar al tren. Dormirse esperando un tren. Una pintura de la exposición de «Japón en los Ángeles» de Amalia Avia. El penal de Ocaña. La gente en fila, ordenados, temerosos, como mis alumnos en los primeros días del curso post-Covid. Soto del Real.

En un momento, en un movimiento de placas tectónicas, Máximo Pradera trató de ser lúbrico con Ana García Siñeriz, después amenazó con sus cien kilos largos de peso durante la tertulia de Julia Otero, Julia se puso de su lado porque los dos están en el lado correcto de la historia. Máximo Pradera ensaya el saludo fascista en la puerta de la casa de Hermann Tertsch, Pradera dicta las normas del pudor. Pradera nunca entendió qué hacía El Niño Gusano en su programa.

«Nadie quiere conocer la fecha de su muerte. Nadie quiere tener la sensación de que está perdiendo el tiempo cuando está perdiendo el tiempo. El terror al segundo antes de desaparecer. El que apaga la luz: de pronto eres, tú y tus recuerdos; después nada. Dicen que los que te sobreviven te mantienen vivo. Claro y ver como juega alguien a la consola es ser parte del equipo. Todos acabamos siendo la sombra en el rabillo del ojo de otro. El fantasma de las Navidades sin tiempo. Una canción de McEnroe que descubrí en un documental sobre Morrissey. Aquel extraño tema resultaba familiar. En la Avenida de Zarautz alguien cantaba «Cuando suene this night» y no está bebido, solo algo triste».

Hago fotos de Ricardo Piglia y de su ciudad, de Agustín Fernández-Mallo y sus visionados laterales, los dos entienden Buenos Aires como yo entiendo Madrid. Desde lejos y solo de oídas. Porque la Buenos Aires de Piglia es una ciudad atrapada dentro de otra ciudad. Prisionera en una jaula abierta. Hago foto a mi ejemplar de «La ciudad ausente», un libro, como este Circular 22, en el que Piglia convertía ciudades en finales de película prefabricados, contenidos en círculos de piedra, de arcilla o cerámica, solo lisos para los viejos reproductores de discos, con sus válvulas termoiónicas. Me escribe Román Piñá, el editor de los primeros libros de Agustín Fernández-Mallo, Creta lateral travelling y me habla de las erratas. Las erratas en un correo electrónico son erratas que no existen. Las imprimo, las recorto con cuidado, envejezco el papel con técnicas de las que me habla mi mujer, que trabajó en una escuela de restauración. Pienso en Javier Aquilué, que es capaz de componer canciones y arreglar un mueble. Una fe de erratas sacada de un libro comprado de segunda mano en una librería de lance.

En las Urgencias del Reina Sofía la soledad de las películas de terror de los ochenta lo invade todo. Las luces de los pasillos parpadean. Sabes que algo malo se acerca. Cenobitas o Freddy en versión castiza. La sustancia plasmática podría ser una broma de Don Coscarelli, el hombre alto recorre la planta del Hospital o la momia resucitada Bubba Ho-Tep. Si te arrancas los ojos solo quedará el recuerdo y el recuerdo puede ser un sueño. Debe de ser un sueño para que lo manipules a tu gusto.

Saliendo de un bar en Malasaña alguien tropieza. Los tropezones al salir de los bares son universales. ¿Cuánto te queda para ser tú mismo pero irreconocible? Cuando me tropiece al salir de un bar y sea por torpeza y no alcohol. ¿Te va a gustar lo que ves? ¿Y a ti te gustará lo que veas? Sobrio. En la página 126 -vuelvo hacia atrás-, volvemos al viejo papel de la impresora, con agujeros a los lados, espaciados de manera aleatoria, de tamaños no regulares, papel de impresora extraño, troquelado arbitrario, huecos laterales que van saltando. Estoy frente a mi ordenador de principio de los 90 y trato de introducir un disco de 5 1/4. Jota canta «Natalia dice» con 107 Faunos. Zulueta se revuelve bajo tierra.

El libro crece. Además de las fábricas que nos/le devoran las líneas del tiempo se doblan, se convierten en círculos que acaban rodeando a los inocentes y los atrapan en ámbar. Yo no tengo nada de inocente y me puedo permitir contemplarlo todo desde fuera, ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿de verdad has escrito esto en una reseña? ¡Qué vulgar, qué aburrido! ¿No te querrás referir a qué sucede antes, la escritura de un libro o el rechazo de la editorial?

«Solamente un libro que crece puede incorporar a sus páginas las diferentes cartas de rechazo de la editoriales. Argumenta el editor, el bueno, el convencido, que ha podido comprobar toda la verdad de los documentos , ¿ y si no fuera así? Y si el libro no es tanto sobre Madrid como sobre las sensaciones que produce Madrid y es el libro el que nos devora al ser escrito, al ser leído… un libro alimentándose del editor, ¿será real o un personaje más del libro?»

Buscaré los subterráneos, como el libro de Jack Kerouac, como la banda de acompañamiento de Christina Rosenvinge y el nombre de la banda que tenían en Granada Jota y el resto antes de TODO. Las afueras de Pablo García Casado siguen filtrándose. Lixiviado del océano imposible, estoy ardiendo y siento frío. Durante un momento me asalta la duda, pero luego ya es una realidad, un libro mastodóntico como este es capaz de asimilar las leyes de Newton, ir contra la atracción universal entre los cuerpos. Su masa es suficientemente grande para que el producto entre el libro y el cuadrado de la distancia entre mis dedos y sus páginas altere la gravedad a nuestro alrededor. Estoy en un callejón sin salida. Planeta de rayas infinitas donde perderse, lo cantaba Yung Beef, me lo enseñan mis alumnos, matemáticas y dos mil habitantes adictos a la monotonía. Calle Simances, un deshaucio, otro deshaucio, son las tres de la mañana y estoy leyendo el último libro de Eduard Palomares, de Barcelona a Madrid, un puente aéreo de deshaucios. Amén. Leo el tomo de Batman Saga, Ciudad de Bane. Justo antes de la Guerra del Joker. Ciudad Gótica.

Dame dinero para comprar libros descatalogados de PGC. Llaves para una boca. La canción de Jane. El codazo de Tassoti. Museo del Prado como centro geográfico y lírico, la pesadez de la responsabilidad. El hotel al que siempre voy con mi mujer. La cuesta de Moyano. El McDonalds, el VIP´s, el VIP´s de Princesa, que te lleva a una canción de Birabent cantada en pleno Ateneo de Buenos Aires. Agujeros de gusano, teoría cuántica que une las franquicias entre las grandes ciudades. Ya no nos reímos tanto como cuando íbamos a pedir propinas a las abuelas muertas que merendaban en la cafetería del Corte Inglés.



Escritores que mezclan personajes en sus cuentas para construir algo bello y original de madugada y yo, yo que leo cien libros a la vez y escirbo sobre ellos, ellos, los libros, estallan entre mis manos y escapan de mi control. Son casi las tres de la mañana y sigo esperando que se haga de noche o de día. Mañana mis alumnos beberán directamente de mis ojeras. Yo soy el punk que escribió la letra de «Yo soy el que espía el juego de los…»

«¿Cuándo descubriste la presencia/existencia de la M30 o de la M40? El 3 de diciembre de 1989 en el estadio de La Romareda, esperando que comenzara el partido del Real Zaragoza con mi padre, general de pie. El CAI jugaba contra el Real Madrid de baloncesto ese día. Fernando Martín, decían los viejos maestros nacionales, con la oreja pegada al transistor, se había matado en un accidente de tráfico en una incorporación a la M30. O la M40. Escribiré mientras me llegan los collages de mi amiga Rosina Abós, los que acompañan este texto, que se desborda, que sigue sobre mí, mastodóntico tamaño, cargado de belleza, de Vicente Luis Mora«.

Costa Fleming. Sonido de arcadas en la oscuridad. Fuera solo artificio, dentro cubalibres. Ramón y su doble. Ramón, el hombre que quiso ser parte de la muerte del espejo. Blas de Otero en la calles, Umbral montado en un taxi preguntando al conductor si toda esa gente de buena mañana también iba a hacer ronda de entrevistas por sus nuevos libros. El caminar, las calles de Madrid están desgastadas, cualquier hortera que acude a pasar un par de días y compra libros en Arrebato o alguno de los aledaños de la calle La Palma, los que confunden el Botánico con el lugar donde dio Franco Battiato su último concierto, los que comen baos y pillan vinilos en sótanos con olor a humedad, esos, yo, notamos un cierto desasosiego al caminar por las calles de Madrid, gastadas de caminantes. Dice Pablo Und Destruktion en «Lobito»: «No había un alma en toda la ciudad, ni siquiera las dos personas con las que me crucé. Una estaba sacando la basura, la otra estaba parada mirando la pared».

Vicente Luis Mora mezcla, combinado especial, la revuelta de DVD de principios de siglo (Zeta de Manuel Vilas o Las Afueras de Pablo García Casado, con los discos de Birabent para Subterfuge y recoge las sagas de Goytisolo con la vergüenza del que va a ser confundido con Umbral. Es poeta de un millón de cadáveres. Llevo 471 páginas y esoy escuchando a Ana D. Y una caja de ritmos para acompañar su voz en los arrabales. En un piso lleno de chutas, haciendo de palmero Javier y su tormenta de tormento. La canción de los Chunguitos. En la página 471 Umbral. Aislarse del mundo dentro de una ciudad-monstruo, escupir una respiración como si fuera una diástole para su corazón parado. Mi amigo me prometió que en Pachá se ligaba siempre. Yo no ligaba en Zaragoza, pero en Pachá sí, tío, me decía aquel amigo. Me acerqué a unas chicas que bailaban y me dieron conversación. Voy a esperar a otro momento para acabar con esta historia.


rosina abós

En Interzone todo es posible. El Antonio Moloch, portugués -todos tenemos miedo, portugués-, se pregunta cómo podemos controla el crecimiento de la ciudad. Planes urbanísticos en despachos, hojas sobre hojas, amarillo de nicotina y tiempo, sepia de papel fotográfico muy pasado. El negro asoma entre la numeración y los BOE, los boletines oficiales de la ciudad, incendios, atrapar a sus desviados habitantes por el cuello, obligarles a escuchar canciones, largos temas instrumentales sin estructura, free, libertad, dodecafónico anarquista en el plano final. La canción que hará demoler la estación, el piano solo con teclas negras.

«Saturnismo y arquitectos adictos a la absenta que tienen pesadillas durante el día y poluciones nocturnas, las calles se abren paso entre las venas de su falo y restallan arterias como látigos ordenándoles devolver al pueblo el caos. Armas para el pueblo, pan para el pueblo, fiesta para el pueblo. La ciudad es un organismo hambriento. Lo llaman Crecimiento Urbano Imprevisto, verás pegatinas con las iniciales en los semáforos, pegado al bajovientre de la figura que pide paso».

El hombre binario, la circunvalación que permite detener el tiempo durante los días de hacienda. Otra vez el mismo poeta que en el cuento anterior, entre camino y sendero, sendero y camino, formando una cinta de Moebius que un castizo con camiseta de Joy Division cortará para permitir la salida en tromba hacia la explanada de San Isidro, con babas deslizándose, la zona interna donde los autos chillaban y se escuchaba el sonido impregnando el polvo y el polvo impregnando el sudor y el azúl metálico convertido en óxido por la reacción química. Óxido tan rojo que acaba por parecer rojo. LA FÁBRICA NO ESTÁ CERCA.

El color de tus ojos al bailar. Escucho los discos de Diseño Corbusier. Tengo una foto de Servando Carvallar en calzoncillos. Año 2003. Entrevista para mi fanzine, Confesiones de Margot. Paso al lado de Generación-X. Los túneles de comunicación unen los sótanos de las distintas sedes de Generación-X. Las cajas que guardan los tebeos están protegidas contra la radiación y, si hiciera falta, podrían conservar raciones de campaña. En la estación de autobuses, ya os he hablado antes, un hombre que quiere parecerse a Leonard Cohen ha dejado olvidado un paragüas. Sinceramente L. Cohen.

Josele Santiago y Ajo de Mil Dolores Pequeños. La mirilla de Ajo. Los poemas de Corcobado. Los de Lorca. El opio de Escohotado. De la piel pa dentro. Paseo por la calle Lope de Vega mientras leo el fragmento de la calle Lope de Vega. Podría hacer una foto con un ejemplar del día de El Mundo, pero la prensa se ha convertido en una hoguera que ya no calienta. Camino en busca de un lugar donde desayunar algo que me quite el hambre. Hay tan poco espacio en el Barrio de las Letras que el café con leche de mi mujer se agita peligrosamente cuando me acerco desde la barra hasta la mesa alta. Soy un dinosaurio. Balad caretas, porque llamo cookie a la galleta. Quizá tiene razón la amiga de Vicente Luis Mora y deberías construir hacia abajo. Profundizar en busca de la luz, el calor de la tierra, Julio Verne (prefiero escribir Jules Verne que cookie) y los mineros jubilados, con su pecho de asbesto y su clave de acceso permanente: el primer puente subterráneo entre Madrid y Barcelona. La cabeza del hombre-topo se asoma por los antiguos comercios cerrados de la Avenida de la Luz.

El libro que podría cambiar tu vida. El libro donde quedarse a vivir. El libro donde quedarse a morir. Circular 22. De Vicente Luis Mora. Amor y urbanismo.

rosina abós

Rosina Abós





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