Antivirales: Y también surfea
“No escribas eso, la gente me va a odiar”. Cuando la joven filósofa estrella Amia Srinivasan explicó a la edición británica de Vogue cuál había sido la rutina de escritura de su ensayo, el explosivo El derecho al sexo (Anagrama), ella misma se dio cuenta de que sonaba demasiado. Demasiado glamouroso, demasiado sacado de una película: alquilaba una casa en la costa de California, se despertaba sobre las seis de la mañana y en cuanto se despejaba la bruma de la mañana salía con su tabla a surfear. Después escribía y ya por la noche desconectaba con un vino. Srinivasan, que en su trabajo diario en el All Souls de Oxford no debe poder salir mucho al mar, ha escrito en alguna ocasión sobre su pasión surfera. “La verdad es que surfear, el sentido de la perfecta comunión con el mar, la sensación de la tabla bajo los pies, espumar la superficie del agua…compensa un posible encuentro con un tiburón, y seguiría compensando incluso si ese riesgo fuera mayor de lo que es”, escribió en un artículo en The London Review of Books sobre escualos en el 2018.
LA INFLUENCIA CATALANA DE LA PELÍCULA IRLANDESA
Tradicionalmente, si una película irlandesa competía por Oscars (Mi pie izquierdo, En el nombre del padre) lo hacía en las categorías genéricas porque estaban rodadas en inglés. Este año, sin embargo, Irlanda envía una película en lengua irlandesa (ya no se considera correcto llamarlo “gaélico” porque el gaélico incluye también la lengua escocesa) que ha sido un sorprendente éxito, An Cailín Ciúin, basada en la novela de Clare Keegan Foster. El director de la película, Colm Bairéad, se considera un gran admirador de Carla Simón y, de hecho, Estiu 1993 fue la principal inspiración para su película, que también va sobre una niña que pasa el verano con unos parientes debido a una situación familiar tensa. Ahora ambos podrían estar entra las nominadas al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, que se conocerán el 24 de enero.
LOS TRAPOS SUCIOS SE DIBUJAN
Aline Kominsky-Crumb, la historietista que falleció hace unos días en su casa de Francia a los 74 años, era una firme creyente en la necesidad de lavar los trapos sucios en público. De hecho, la serie de cómics que co-creó con su segundo marido, Robert Crumb, y la hija de ambos, también historietista, Sophie Crumb, se llamaba así, Dirty Laundry. Hija de un matrimonio de empresarios judíos de Long Island, Aline Goldsmith, que así se llamaba al nacer, estudió Bellas Artes pero desde el principio de su carrera se sintió llamada por el underground. E incluso cuando vio como el mainstream fagocitaba a los autores de cómic de su generación, ella insistió en quedarse en los márgenes. Fue una de las fundadoras (y también de las primeras en escindirse) del colectivo feminista Wimmin’s Comix y durante toda su carrera encontró la manera de trasladar a la página de la manera más cruda posible las vicisitudes de su matrimonio abierto, el abuso sexual que sufrió de adolescente o su afición a la cirugía plástica.
BOFILL POR CIVERA
Pronto se cumplirá un año del fallecimiento de Ricardo Bofill, y las imágenes de sus espacios, sobre todo de la propia Fábrica de Esplugues de Llobregat donde vivía y trabajaba, no han dejado de inundar las redes. Quien mejor ha fotografiado su obra, tan retratable, es su colaborador, Gregori Civera. Desde el 8 de diciembre, Civera expone sus fotografías de la obra de Bofill en la galería Kolektiv Cité Radieuse, que está precisamente dentro de la famosa Unité d’Habitation que proyectó Le Corbusier en Marsella. Se puede visitar hasta el once de enero.
OBSCENO VALE, PERO BARATO NUNCA
Ahora que Netflix ha estrenado la nueva versión de El amante de Lady Chatterley, se ha vuelto a hablar del juicio que tuvo lugar en Londres en 1960 y que marcó el inicio de una era de menor puritanismo sexual en el país. En 1960 ,tres décadas después de la muerte de D.H.Lawrence y de la primera publicación de la novela, Penguin sacó al mercado la primera versión no censurada –que corría pirateadas desde 1928–. El gobierno del conservador Harold McMillan se querelló contra la editorial por vulnerar las leyes de obscenidad recién implantadas y perdió. Lo que no se suele recordar es que el gran problema que tenían entonces con esa edición los que pretendían censurarla era el precio. Penguin presumía de vender libros que costaban lo mismo que un paquete de cigarrillos. El fiscal del caso llegó a decirlo en el estrado: esto no es como Lolita, que se ha publicado en una editorial universitaria, esto lo van a comprar los chicos de 15 años que han dejado la escuela para trabajar en la fábrica, “esto es pornografía por el precio de un paquete de tabaco”.