Así es el edificio moderno más emblemático de Cantabria — idealista/news
Cuando el viajero se adentra en Cantabria, además del paisaje, se ve sorprendido por una arquitectura rural muy particular, en la que destacan las casonas barrocas montañesas. Estas conviven con casas llanas, casas pajaretas, palacios, torres medievales… edificios que forman parte de la esencia del patrimonio civil de Cantabria. Destacan los conjuntos de interés arquitectónico donde aparecen estas tipologías.
Por su parte, la capital de la comunidad, Santander, está inevitablemente marcada por su localización y las condiciones meteorológicas que derivan de esta. En una ciudad que siempre está húmeda y azotada por el viento sur, la nueva urbe que comenzó a tomar forma en el periodo de entreguerras se demostró el mejor escenario para el desarrollo del racionalismo arquitectónico, con formas, volúmenes y colores que respondían a las necesidades del emplazamiento. Conservadora por tradición, Santander se abría así a los postulados Ludwig Mies van der Rohe y Le Corbusier hasta dar forma a un perfil urbano fascinante. Pero para el artículo de esta semana vamos a dar un salto hacia delante de medio siglo, para pasar del racionalismo al posmodernismo.
Palacio de Festivales de Cantabria, Santander
Con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea en 1985 y los fastos internacionales que supusieron los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, en 1992, además de la capitalidad cultural europea en Madrid o el Xacobeo 93 de Santiago, el país se vio inmerso en unos años de desbordante efervescencia que tuvo su reflejo en muchas edificaciones de la época, que aspiraban a convertirse en edificios emblemáticos de aquellos días de oro.
Pero no todos los proyectos funcionaron por igual, y algunos de ellos, pasada la resaca de aquella euforia, treinta años después, no aguantan bien el juicio del tiempo. Es el caso del Palacio de Festivales de Cantabria, en Santander (Calle de Gamazo, s/n), que tiene el dudoso honor de no faltar en ningún listado sobre los edificios más feos de España. Con todo, o tal vez por ello, es una de las construcciones más reconocibles y características de la ciudad cantábrica.
Lo curioso es que el diseño, inaugurado en 1991 y definido habitualmente como “monstruoso”, salió del lápiz de Francisco Javier Sáenz de Oiza, ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1993 y considerado uno de los mejores arquitectos internacionales del momento. Al parecer, el proyecto inicial de Oiza contemplaba un auditorio de tamaño medio con un presupuesto que rondaba los 1.100 millones de pesetas (unos 7 millones de euros). Sin embargo, el gobierno Cántabro entró en una dinámica habitual por aquel entonces de querer el “más grande todavía”, y acabaron poniendo sobre la mesa 7.000 millones de pesetas (unos 42 millones de euros) para dar forma a un proyecto que dejase a todos boquiabiertos. Y no cabe duda de que lo consiguieron.
La arquitectura, como la mayoría de las disciplinas artísticas, estaba marcada en los 80 por un posmodernismo que, en el marco arquitectónico, intentaba recuperar los signos y los motivos de la antigüedad, aunque no siempre se ejecutaba con la sutileza que habría sido deseable. En el caso del Palacio de Festivales de Cantabria, Oiza aseguraba que su inspiración había sido el Teatro Epidauro, el símbolo más importante del teatro griego antiguo, el más icónico de todos y considerado el más perfecto acústicamente. Sin embargo, la opinión popular fue que el nuevo edificio evocaba de manera grotesca un megalómano palacio egipcio.
Cuenta con cuatro grandes torres de 50 metros, inspiradas en los mástiles de barcos, que refuerzan la presencia del edificio integrándolo en su entorno marítimo. Su propósito, según describen en la propia web del Palacio de Festivales, “es servir de hito a la ciudad al igual que el Parlamento de Londres, dando respuesta así a la escala urbana del edificio”.
Los materiales que predominan en el edificio son el mármol y el cobre envejecido que le da ese color verde tan singular. El revestimiento de mármol se dispone en bandas horizontales blancas y rosas, influenciado por algunos edificios de la ciudad italiana de Siena, y la ornamentación es post-modernista, está inspirada en el estilo clásico.
El palacio fue construido adaptándose a la pendiente del terreno en el que se emplaza, y la platea principal mira en dirección a la bahía, focalizando las vistas hacia el escenario. Con tres salas disponibles (Pereda, María Blanchard y Argenta), el diseño consiguió una acústica es clara, transparente, logrando que el sonido se refleje y corra con naturalidad, fruto de las numerosas pruebas necesarias para que ese gran instrumento que es una sala de conciertos quede perfectamente afinado.