Comisión Federal de Electricidad | El Heraldo de Aguascalientes

Por J. Jesús López García

El Movimiento Moderno en la arquitectura inició en la segunda década del siglo XX, si bien desde el neoclasicismo del siglo XVIII se sientan las bases del racionalismo que después derivó en un funcionalismo cuya atención se centró en el bienestar del hombre común, esto como una secuela del positivismo de Auguste Comte (1798-1857) que acuñó su frase “El amor por principio, el orden por base, el progreso por fin” y que en ésta basaba la cifra misma de un mundo moderno asequible a la humanidad.

Hubo muchas maneras de designar las formas en que el racionalismo y el funcionalismo modernos –multiples autores consideran sinónimos ámbos términos– se manifestaban: purismo, nueva objetividad, neoplasticismo, constructivismo, suprematismo, en que el orden y el progreso cobraron una forma arquitectónica, compartiendo el entusiasmo por nuevos procesos y materiales de construcción, por maneras de incluir a cualquier persona en un ideal casi único, de superación de lo que se consideraba como atavismos.

En arquitectura en los años cincuenta del siglo pasado se construyeron iconos de la modernidad arquitectónica que se cristalizaron tras tres décadas de pulimiento técnico como el Seagram Building de Mies van der Rohe (1886-1969), siguiendo pautas que al mismo tiempo y un poco después continuaron más arquitectos que ya tenían años a la saga de los experimentos de Mies, pero al mismo tiempo, otros profesionales comenzaron a apartarse del canon moderno, experimentando con sus propias y particulares maneras de interpretar una modernidad más adaptada a sus lugares de origen, estableciendo nuevos derroteros para una modernidad menos radical, menos homogénea y menos programática. Esos maestros de la tercera generación, a decir de Bruno Zevi (1918-2000), rompieron parcial o totalmente con las formas, los preceptos y los manifiestos modernos, incluso aquellos modernos como Le Corbusier (1887-1965), experimentaron con gran éxito en su segundo aire, formas más libres de hacer edificios, tal como el eclecticismo temprano del siglo XIX hizo con el neoclasicismo precedente.

Tal como el Movimiento Moderno fue un conglomerado de tendencias y corrientes de diferentes nombres, lo que vino después de la modernidad también presenta un glosario amplio en que se presentan, al lado de las convergencias, las divergencias y las posturas opuestas: regionalismo crítico, brutalismo y tardomodernidad son algunas de las etiquetas que avisaron al inicio de la segunda mitad del siglo XX sobre la mirada encontrada de la posmodernidad misma que se presentó bajo la continuidad formal de lo moderno, como es el caso de la arquitectura de Louis I. Kahn (1901-1974), o las concepciones casi opuestas de un historicismo patente como se aprecia en las obras de Robert Krier (1938).

En Aguascalientes esas modalidades posmodernas llegaron hasta los años 80 con cierta fuerza, pero a partir de los años 70 se realizaron edificios que se apegan al concepto de “tardomodernidad” como lo elaboró Charles Jencks (1939-2019): edificios afines a la tecnificación moderna pero sin su aspiración a una racionalidad abstracta y neutral, por el contrario más proclive a un efecto plástico como la parte del edificio de la Comisión Federal de Electricidad cuya fachada se dispone hacia la avenida Héroe de Nacozari, anexo a la construcción antigua original. El frente sobre Nacozari muestra una volumetría sobria, que se organiza en dos volúmenes yuxtapuestos y de alturas diferentes para proporcionar un mayor dinamismo a la composición. Sus remates en la parte superior muestran un pliegue que produce un derrame que es meramente decorativo y lo mismo pasa con sus parteluces. Es un ejemplo de la tardomodernidad que en apariencia no es más que la continuidad de la modernidad misma, pero esas ligeras expresiones en su composición avisan sobre lo que se produjo con la subsiguiente posmodernidad.