Cómo es la arquitectura ibicenca y por qué es sostenible
Cuando en los años 30 del siglo pasado comenzaron a llegar a Ibiza los primeros viajeros, muchos de ellos intelectuales y artistas de la talla del filósofo Walter Benjamin o del fotógrafo Raoul Hausmann, se encontraron con una isla que no tenía nada que ver con lo que ahora nos viene a la cabeza al escuchar su nombre. Ibiza era por entonces una sociedad arcaica, un lugar remoto, perdido, y por el que los años habían pasado casi sin dejar huella. Benjamin, uno de los ensayistas más lúcidos del siglo XX, no dudó en afirmar: «Ibiza es el paisaje más intacto que he encontrado jamás».
Entre todas las peculiaridades de la isla, quizá la que más les fascinó fue su singular arquitectura, que iba en consonancia con todo lo demás: era arcaica, austera y muy simple. Ese descubrimiento de la casa tradicional ibicenca impactó especialmente en los jóvenes arquitectos españoles que buscaban, tras la explosión ornamental del modernismo catalán, volver a las raíces, a lo básico, a una autenticidad que consideraban que se había perdido mucho tiempo atrás.
Estos arquitectos, que a principios de 1930 acababan de fundar el Grupo de Artistas y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea (GATEPAC) en el Gran Hotel de Zaragoza, buscaban una renovación de su campo. Y lo hacían fomentando la creación de una arquitectura social que diera felicidad a las personas, en especial a los más desfavorecidos. Entre los miembros del grupo, con el tiempo, destacaron José Manuel Aizpurúa, Fernando García Mercadal y, sobre todo, Josep Lluís Sert.
Sert es uno de los arquitectos más importantes de todos los tiempos. Un creador de estilo racionalista influenciado por Walter Gropius y la Bauhaus, amigo y discípulo de Le Corbusier, y entre cuyas obras más destacadas están el Pabellón de España de la Exposición Universal de París de 1937 y la Fundación Miró de Barcelona. Sert reconoció durante toda su carrera que la pequeña isla mediterránea había marcado para siempre su obra.
Según se cuenta en su biografía Ser(t) arquitecto (Anagrama, 2019), escrita por María del Mar Arnús, Josep Lluís Sert comenzó a viajar a Ibiza con su futura esposa, Moncha, y su amigo y también arquitecto Germán Rodríguez a principios de los años 30. Todos ellos «se quedaron prendados de aquel mundo rigurosamente humilde, antiburgués», señala Arnús. En aquellas primeras visitas, Sert descubrió sus casas payesas: cubos encalados, ascéticos, racionales, serenos, que se agrupaban orgánicamente.
«El arquitecto veía en aquella sociedad humilde y ancestral y en su arquitectura el modelo para relacionar al ser humano y vincularlo a su medio natural», recuerda la autora. En definitiva, la simplicidad cúbica de la casa ibicenca resultó para los racionalistas una especie de confirmación de que iban por el buen camino.
Según algunos estudios que se han realizado en tiempos recientes, la casa rural ibicenca desciende directamente de un tipo de construcción fenicio y babilónico que llegó a la isla en tiempos neolíticos. Esta arquitectura tiene mucho en común con las casas rurales de Túnez o Argelia, aunque también pueden encontrarse construcciones similares desde el Himalaya hasta el sur del Atlas, pasando por Yemen. No obstante, debido al aislamiento cultural y económico, en ningún lugar se ha conservado de una forma más pura que en Ibiza.
Sert definió la arquitectura de la isla como «una arquitectura sin arquitectos», porque sus métodos de construcción se transmitían de generación en generación, como una canción popular.
En la actualidad, aunque Ibiza ya no es precisamente el lugar que era cuando Sert la descubrió hace casi cien años, la casa ibicenca continúa siendo el paradigma del verano verano; del reset total. Su simplicidad, su uso de materiales locales y su aspecto casi místico la hacen perfecta para aislarse, para bajarse del mundo.
LOS RASGOS FUNDAMENTALES DE LA ARQUITECTURA IBICENCA
Aunque cada una de las construcciones de la isla tiene sus rasgos particulares, las casas rurales ibicencas tienen ciertos puntos comunes a todas. En primer lugar, su aspecto exterior, con formas cúbicas y prismas de muros gruesos, de casi un metro de grosor, realizados con piedra local y argamasa y que suelen estar encalados por dentro y por fuera.
Las ventanas, por su parte, son pequeñas, irregulares y, originalmente, sin vidrios. Más estrechas en el exterior que en el interior, como en una fortaleza. Tanto este rasgo como el anterior, tienen que ver con cuestiones climáticas, pero también defensivas, ya que durante siglos la isla tuvo que soportar los ataques periódicos de piratas y saqueadores.
También es habitual que la casa esté ubicada sobre la ladera de una montaña, presidiendo los campos de cultivo, y orientada al sur para recibir más sol y protegerse del viento del norte.
Los tejados son planos, sostenidos por vigas de madera y con un aislamiento realizado a partir de cenizas y hojas de posidonia. Este tipo de tejado solía utilizarse para secar fruta y recoger el agua de lluvia en invierno a través de unos canalones que desembocan en una cisterna.
Finalmente, la casa carece completamente de ornamentos. Es práctica y funcional, aunque con el tiempo sí que se fueron añadiendo arcos o balaustradas de madera muy sencillas.
Debido a su configuración en forma de bloques, casi todas las casas tienen un módulo primigenio a partir del cual se fueron añadiendo nuevos módulos según las necesidades de la familia. Se trata, por tanto, de edificios en metamorfosis constante, aunque siempre conservan la apariencia de una obra terminada.
Por su parte, los interiores originales eran austeros y tenían los muebles justos y necesarios. Las ventanas pequeñas, además, dotan a los espacios interiores de una penumbra que nos da la sensación de estar dentro de un templo, pero que resulta muy útil para mantener baja la temperatura en los calurosos veranos isleños.
LA CASA IBICENCA Y LA SOSTENIBILIDAD
El terreno de la isla de Ibiza es complejo. Las zonas cultivables son escasas, están dispersas, y sus rendimientos suelen ser bajos. No llueve mucho y los veranos son largos. Además, la isla se mantuvo durante siglos fuera de los circuitos comerciales principales, con lo que sus habitantes tuvieron que aprender a ser autosuficientes: dependían de su tierra y de lo que pudieran fabricar con lo poco que tenían a mano.
Estas circunstancias hicieron que los ibicencos desarrollaran a lo largo del tiempo un tipo de arquitectura que, sin pretenderlo, actualmente es un ejemplo de sostenibilidad y bioclimática. A pesar de su simplicidad, la casa ibicenca tiene varias características muy inteligentes para aprovechar las ventajas naturales del terreno, además de disfrutar de unas características bioclimáticas únicas.
Respecto a lo primero, la casa aprovecha las rocas del terreno como cimientos naturales y como material de construcción, añadiendo solamente argamasa y cal. Además, al estar situada en una ladera orientada al sur, evita humedades debido a la pendiente y está protegida de los vientos fríos del norte. Como hemos dicho antes, las terrazas planas permiten recoger el agua de la lluvia.
Por su parte, los muros gruesos y las ventanas pequeñas crean un microclima interior que se mantiene estable a lo largo de todo el año. Estas últimas, además, al no tener vidrios, favorecen la ventilación de la casa. Finalmente, la orientación sur permite que el sol caliente la casa en invierno y tenga sombra en verano. Un frescor que se refuerza todavía más gracias a las paredes blancas.