Autor: Juan Scaliter
Imagina unos Juegos Olímpicos en los que
participaran Virginia Wolf y Ernest Hemingway. Uno en el que las medallas de música se las disputaran Le Corbusier y Frank Lloyd Wright o que el primer puesto en música se tuviera que decidir entre Manuel de Falla e Isaac Albéniz. Podría haber ocurrido. Al menos ese fue uno de los sueños del fundador del Comité Olímpico Internacional e impulsor de los JJOO modernos, Pierre de Coubertin. El objetivo del noble francés era unir lo estético y lo atlético. Así,
entre 1912 y
1948, se otorgaron medallas en cinco categorías artísticas: arquitectura, pintura, escultura, literatura (dividida en obras dramáticas, obras líricas y poesía épica) y música. Las reglas eran sencillas:
debían tener una ‘relación definida con el ideal olímpico’ y las piezas musicales tenían una hora para su exposición.
Obviamente el arte podía ser
sujeto de influencias políticas, mucho más que el deporte. En la ceremonia de apertura de la
competencia de arte olímpica de 1936, el ministro de Propaganda del Reich, Joseph Goebbels, recordó a su audiencia que cada obra inscrita en la competencia debía haber sido creada en los últimos cuatro años. Esto hizo que la mayor parte de las obras ofrecieran un retrato de Alemania durante el surgimiento del Tercer Reich. Para más detalles, en los JJOO de Berlín, el jurado estuvo formado por 29 jueces alemanes y 12 de otros países europeos. Y Alemania se alzó con 5 de las nueve medallas en disputa (cuando en los dos juegos anteriores solo había ganado una). Solo hubo otro caso similar de jueces evidentemente locales:
Los Ángeles 1932, cuando Estados Unidos incluyó a 24 jueces del país en un panel de 30. Las medallas obtenidas fueron similares a las de los alemanes en Berlín.
Pero los ganadores nunca llegaron a conseguir más que las medallas, ni de cerca la fama que les siguió a muchos deportistas. Los más reconocidos fueron
los dos únicos participantes que consiguieron medallas en deporte y en arte. El primero fue Walter W. Winans, un estadounidense que ganó una medalla de oro en tiro en los
Juegos Olímpicos de verano de 1908 y
en 1912 ganó otra medalla de oro por su escultura Un trotón americano. El otro atleta olímpico con éxitos en ambos campos fue el húngaro Alfréd Hajós quien se alzó con dos medallas de oro en los
Juegos Olímpicos de Atenas de 1896 y 28 años después, recibió una medalla de plata en arquitectura por
el diseño de un estadio.
Desafortunadamente la idea del arte en los Juegos Olímpicos desapareció en 1948, no solo por la dificultad de juzgar de modo imparcial la calidad artística de diferentes piezas sino por la misma razón por la que muchos deportes debieron adaptarse para no morir en el programa olímpico: el amateurismo. Del mismo modo que el fútbol y el baloncesto comenzaron a incluir deportistas profesionales en sus filas, cuando solo se aceptaron artistas amateurs, la calidad de las obras demostró no ser la más adecuada para representarse en un evento tan importante y la idea fue diluyéndose. Hasta desaparecer por completo.