Dos estructuras sin uso se convirtieron en vivienda de 50m2 sobre una terraza única
La historia de esta vivienda no dista de muchas otras: una construcción que se acondiciona en la terraza de un edificio para hacerla habitable. Pero, como decía Mies van der Rohe, Dios está en los detalles. La terraza es larguísima y no tiene que soportar la mirada de los curiosos, incluso en pleno Centro.
El edificio es un ejemplo exquisito de eclecticismo. Las insólitas estructuras de las que se partió eran una suerte de pérgolas coronadas por cúpulas de material. Quien se ocupó de reformarlas originalmente fue un arquitecto que le propuso al consorcio crear, a partir de dos de ellas, su estudio, una mejora de la que se haría cargo y que cedería luego de usufructuarla durante unos años.
«‘Esto tiene que ser todo blanco’, fue lo primero que pensé. Con esas cúpulas contra el cielo azul, te sentís transportado a Grecia. «
Arq. Guadalupe Diez, a cargo de la reforma y del interiorismo
A este rincón único llegó la arquitecta Guadalupe Diez con la misión de dejarlo listo para que pudiera alquilarla el hijo de uno de los vecinos, ya que venir “de adentro” es condición necesaria para hacerlo. De su relato se desprende que la suma de detalles “divinos” la dejaron tan feliz como a los dueños de este paraíso urbano.
“El color negro surgió cuando decidimos, para acortar tiempos y no estirar el presupuesto, hacer las nuevas conexiones eléctricas por caños exteriores. De ahí, pasó a todos los accesorios, incluidos los barrales de las cortinas”.
“Pintamos todo lo existente de blanco, incluido el piso de madera. Después de una rasqueteada, le dimos unas manos de pintura de alto tránsito y lo protegimos con laca al agua”.
El espejo engaña, ¿no? Su reflejo deja ver el varillado de piso a techo bien angosto que se puso junto a la heladera para que no se viera desde el living. El recurso se repitió en el extremo de la mesada de Silestone, para disimular la puerta del baño, todo ideado por Guadalupe Diez.
La cocina era lo que estaba en peores condiciones, y quedó claro rápidamente que no alcanzaba con la “lavada de cara” que le dieron al resto. Al ser chica, no afectó tanto los costos y –de paso– la reactualizaron por completo.
“Por los gustos de su dueño, también tenían que estar presentes los caballos; así que imaginé un mix de Santorini y el campo argentino”.
En la “proa” de la terraza, junto al muro con almenas, otro de los tantos aspectos curiosos del edificio, quedó en pie un sector al se le sumó mesa y sillas Quilmes. Acá se sienta el dueño de casa a disfrutar del atardecer y de las primeras luces sobre la 9 de Julio.
“Siempre se pensó en algo relajado: primero, por el tipo de espacio; segundo, porque lo iba a habitar una persona joven, así que lo planteamos para recibir amigos y disfrutar de esa terraza maravillosa”.