Eames para tiempos de crisis | Cultura
No eran arquitectos ni empresarios, pero revolucionaron la producción industrial de muebles, la arquitectura y la comunicación de tal manera que el mundo del diseño sigue viviendo hoy de sus ideas. De sus actos. Eran más de acción que de teorías. Tanto es así que Richard Saul Wurman, el fundador de Ted, describe a Charles Eames (1907-78) como alguien que «vendía su ignorancia»: «El viaje de no saber a saber era su proyecto». El proceso que lleva de intuir a realizar fue también el motor que había detrás de la capacidad de Ray Eames (1912-1988) para combinar estilos y yuxtaponer lo inesperado. ¿Una estilista? Una artista. La película <i>Eames: architect and painter,</i> que se estrena en el Matadero de Madrid el próximo día 24, lo explica de forma reveladora.
En la historia del matrimonio más famoso del mundo del diseño, las sillas eran lo de menos. El documental de Jason Cohn y Bill Jersey los describe como los precursores del diseño digital. No en vano, IBM los contrató para que comunicaran qué era un ordenador. Los Eames habían rodado filmes hermosos y en los sesenta explicaron los ordenadores con dibujos animados. Fueron el Google de su momento. Adelantaron la idea de ampliar conocimientos indagando en cada una de las partes. En realidad, fue esa meticulosa capacidad de asombro y ese empeño en valorar todos los detalles lo que terminó pasándoles factura profesional en 1976. Como pareja, la factura llegó un poco antes, aunque esto último no trascendió y es la propia amante de Charles la que lo revela en la película.
Así, el mito del matrimonio que adelantaba con cuatro ojos lo que escapaba al resto de los mortales se rompe con este documental. O se agranda. Conocidos durante años como los «hermanos» Eames -no cabía en la mentalidad de los cincuenta que una mujer hiciera algo más que apoyar a su pareja-, los testimonios que recoge la película revelan las luces y las sombras de unos creadores que hoy encajan en la definición de comunicadores por encima de cualquier otra. Es cierto que, tras trabajar para IBM, firmas como Westinghouse o Polaroid se rifaban sus servicios. También que sus películas adelantan el uso de Google Earth y humanizan la tecnología presentándola no como un robot sino como la lógica evolución del hombre. Esa lógica natural, la frescura que los llevaba a decorar su casa con raíces secas o a colgar los cuadros como un falso techo, también actuó en su contra. Cuando montaron una exposición sobre los presidentes Franklin y Jefferson en el Museo Metropolitan, la crítica fue implacable: «¿Qué hace toda esa basura en el Met?». Su manía por dar valor a todo les había impedido elegir. Charles nunca se repuso. Murió dos años después, en 1978. Ray vivió una década más. Pero se empeñó en fallecer el mismo día de agosto en que lo había hecho su pareja. Cerró un círculo.
Charles Eames sufría cuando su mujer no obtenía el reconocimiento que merecía. Era ella la que decidía combinar materiales inusitados. Ella, la que fotografiaba y filmaba lo que le parecía relevante. El arquitecto Kevin Roche describe una cena en su famosa casa californiana en la que sirvieron de postre un cuenco lleno de flores: «Era un postre visual, pero yo salí corriendo a la heladería».
Los Eames vuelven a dar ideas. En los cincuenta diseñaron el mobiliario de los estadounidenses que no querían tener una vida como la de sus padres. Hoy están detrás de muchas de las decisiones que se toman en el mundo de las pantallas. Tal vez por eso no sorprenda que detrás del estreno en Europa esté Vostok, uno de los estudios más solventes de diseño digital español. Su director, Javier Cañada, firmó la aplicación que Apple reconoció como la mejor realizada en España. Y ahora ha recurrido a los Eames para mejorar el conocimiento de sus clientes sobre diseño. Los Eames nunca firmaron contratos. Les valía con un apretón de manos. Ninguna gran empresa les traicionó. Podrían enseñar a ver las oportunidades para cambiar un sistema en crisis.
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