Entrevista a Klaus Schuwerk

Entrevista a Klaus Schuwerk


Entrevista a Klaus Schuwerk




Fredy Massad
el








Frente a las gesticulaciones desaforadas, las transcendencias efímeras, la absurda búsqueda de la novedad por la novedad, la construcción de edificios descartables a los pocos días de ser inaugurados, el Nasjonalmuseet (Oslo) se presenta como una rareza. Otro tanto sucede con su autor, Klaus Schuwerk, un individuo de hablar pausado, reflexivo, que no teme rechazar y cuestionar la deriva que está tomando la arquitectura ni tampoco poner en duda la política sobre la gestión de museos, cada vez con más frecuencia dirigidos por personas que han convertido en misión fundamental agradar con simplismos a influencers, youtubers y tiktokers.

Alemán residente en Nápoles, Schuwerk concibe su proyecto para el Nasjonalmuseet como un manifiesto reivindicando un regreso a la solidez, al justo y preciso protagonismo del edificio con relación al tesoro artístico que alberga.

La crítica, acostumbrada a las gesticulaciones pueriles, y a subyugarse gustosamente ante ellas, ha calificado despectivamente a este edificio de «monótono»; no obstante, es precisamente esa ausencia de estridencia en la que radica su mayor cualidad. Schuwerk ha centrado sus esfuerzos en lograr claridad formal y espacial, en construir un edificio que se viva, no que se admire vanamente, donde los principios atemporales acuden a manifestar que es posible hacer el presente con otras formas.

En la inauguración del Nasjonalmuseet te mostraste abiertamente descontento y crítico respecto a ciertos aspectos del edificio que habían modificado su resultado final respecto al proyecto original.

Cierto, pero he podido leer las opiniones que ha publicado la prensa local y comparten exactamente las mismas impresiones respecto a ese resultado final de algunos detalles. Es una lástima.

No te fue posible visitar las obras del edificio durante todo el periodo de confinamiento debido a las restricciones de movilidad.

Contaba con un excelente equipo de total confianza en Oslo que me mantuvo informado con toda puntualidad de cómo iba avanzando todo. Ese no fue el problema, pero, al no poder desplazarme allí, el proyecto se mantuvo fundamentalmente en mi cabeza y no adquirió del todo una sustancia tridimensional, de manera que fue una completa sorpresa encontrármelo construido.

 

Fotografía: Iwan Baan

¿Cuáles crees que son los aspectos más importantes que el arquitecto debe tener presentes en su mente a la hora de definir la construcción del museo de este tiempo?

Estoy completamente convencido de que la arquitectura es arte. En la sociedad contemporánea podemos ver que el arte es algo casi o pseudo-religioso. Vamos a contemplar una obra de arte como si fuéramos a la iglesia: en silencio, con recogimiento. Mi opinión es que deberíamos llevar esto a cabo de un modo aún más profundo. El arte debería estar aún más presente en nuestras vidas.

La arquitectura es un arte. Es más arte que el arte en sí mismo. La arquitectura define el mundo artificial que los humanos crean aún más de lo que puede hacer una pintura. Y pensemos que una pintura hoy puede tener un valor económico extremadamente superior al de un edificio. ¿Cuántos edificios podrían construirse con el precio que puede llegar a alcanzar un cuadro de Edvard Munch?

A mi parecer, la arquitectura debería ser arte en sí misma. No obstante, y así pudiste comprobarlo, mi edificio puede considerarse una especie de “anti-Guggenheim”. Es lo más opuesto a cualquier propuesta de arquitectura-espectáculo, a esos edificios que claman “¡Mírame!”.

Para mí la arquitectura es algo que reconozco en un pequeño palacio en Nápoles o cualquier ciudad italiana. La arquitectura es el telón de fondo para la vida de las personas. La vida humana es el principal centro de todo. Esta idea, no obstante, hoy ya no conduce hacia una arquitectura agradable y bella, como sucedió en la década de 1970.

La arquitectura es siempre el escenario donde se desarrolla ese gran juego que comienza cuando venimos al mundo y se acaba cuando morimos.

Sin embargo, en muchas ocasiones, la impresión es que la jugada sólo puede darse entre dos opciones: un edificio prudente, clásico, por decirlo de algún modo, o bien ese tipo de edificios espectaculares que tienden a ser lo que los políticos comitentes favorecen.

Estoy de acuerdo. Me parece que el problema de base son los políticos que aspiran a disfrutar de la breve gloria que les va a proporcionar ese edificio, pero que tienen un nulo interés en pensar qué va a ser de ese edificio en veinte o cien años. Les preocupa solamente la repercusión mediática que tendrá, no si tiene un verdadero valor arquitectónico a largo plazo.

He usado el término “anti-Guggenheim” antes porque el Guggenheim Bilbao es el más célebre de estos edificios-escultura, pero hay muchos otros ejemplos alrededor del mundo.

Si por un lado tomamos el Guggenheim Bilbao y por el otro la Piazza San Marco en Venecia, la diferencia más llamativa entre ambos será el hecho de que uno es un volumen escultórico que sólo permite que se pasee en torno a él y se le “rece”, por decirlo de alguna manera, mientras que el otro es el contrario absoluto. La Piazza San Marco es un vacío donde los humanos pueden actuar. Por supuesto, tengo en cuenta la triste imagen que le da ser un lugar totalmente ocupado por turistas, pero si imagino la vida en una ciudad italiana cualquiera, donde la gente va a pasar un rato a la plaza los domingos o veo una plaza en una pintura antigua, me convenzo de que la arquitectura es importante, pero aún lo son más las personas que poseen una vida y a las que la arquitectura puede transmitirles la impresión de que nuestra cultura tiene una larga existencia, más allá de ese momento en el que ellos están viviendo. No nacemos y nuestro único estímulo es la obtención de comida para poder sobrevivir. La vida es sentir que hay algo más, que hay en torno a nosotros una cultura que proporciona algún consuelo al hecho de que somos mortales.

 

Fotografía: Iwan Baan

En la historia del siglo XX, el edificio diseñado por Wright para acoger el museo Guggenheim en Nueva York surge también con esta vocación de crear un edificio que fascinase. Wright diseñó una escultura dentro de la cual se viviese esa experiencia de reverenciar obras de arte (quizá ya desde esa forma en que el arte también ha devenido una variante de producto de consumo). ¿Estaría ya ahí claro el germen de esa actual situación en la que el contenedor ha terminado siendo más importante que el contenido?

Sin la menor duda. No obstante, eso no significa que el edificio no deba poseer belleza. Debe ser espacioso, estar construido con buenos materiales…

Divido las artes a la manera en que se hacía en la antigua Grecia: las artes mayores, que comprendía la arquitectura, que eran aquellas que suponían la invención de algo completamente nuevo y las artes miméticas, que se basaban en la copia, como la pintura y la escultura.

El arte contemporáneo no copia nada. Es muy complejo. Me apasiona, pero me enrabia cuando veo una de esas exposiciones, como la que estaba ocupando el museo en el momento en que lo visitamos para su presentación, y compruebo que cualquiera puede instalar cualquier mierda en ese espacio – y a veces es literalmente eso-.

¿Y no crees que ese es el rasgo que comparten determinado tipo de arte contemporáneo y de arquitectura?

Diría que sí hay cierto parecido. El edificio más importante de Noruega es la catedral de Nidaros, una construcción medieval. Se ignora quién fue su arquitecto. Hoy sucede lo contrario: los Frank Gehrys, las Zaha Hadids, los Rem Koolhaas son famosísimos. Bjarke Ingels es una estrella cuando sus edificios son un completo desastre. No hay nada de fondo. La idea es una especie de broma o de chiste a fuerza de hacer que resulte genial. Para mí, eso no es arquitectura.

 

Fotografía: Iwan Baan

Ingels, de hecho, ya actuaba como una celebridad de la arquitectura, y como tal era considerado, incluso antes de haber puesto en pie un solo proyecto. Una fama imbatible que cimentó gracias a una buena explotación de las redes sociales y los medios digitales.

Yo soy totalmente reacio a las redes sociales. No tengo página de Facebook ni de Instagram… Quiero estar centrado en el trabajo de hacer buena arquitectura. No estoy dispuesto a hacer concesiones a este mundo de superficialidad.

En este momento, por la repercusión de la apertura del museo, estoy recibiendo una gran cantidad de e-mails invitándome a que envíe mi proyecto para que sea candidato a algún premio de arquitectura, avisándome de que es el último día de plazo para ello. El premio europeo, el premio mundial… Y al final es casi seguro que consigas ese premio, pero después de haber pagado alguna cantidad de dinero para poder entrar en este concurso. Es algo delirante: pagas para que te den un premio y luego lo promocionas en tu página web, vendiéndote como el arquitecto europeo puntero del momento; acto seguido, vas a necesitar a alguien que escriba sobre ti en algún medio relevante, aunque no sea para elogiarte, y se confirme así que eres uno de los arquitectos más importantes del mundo. Después tienes que fotografiarte al lado de algún ministro o miembro de la realeza y difundir esas imágenes para que así la gente se convenza de que verdaderamente eres famoso.

Lo cual conlleva que automáticamente se asuma que ese personaje es un buen arquitecto, cuando su solo logro es haber sabido usar las redes sociales y los medios con una relativa habilidad y astucia – algo que hoy en día tampoco se deba reconocer como un mérito, en mi opinión-. Esto es un problema porque distorsiona absolutamente la que debe ser razón de ser de la arquitectura y de la función y posición cultural del arquitecto. El tipo de edificio que tú has propuesto con este museo supone una reivindicación de los principios esenciales de la arquitectura. No quiero usar las palabras “clásico” o “tradicional”, pero sí que es evidente que estás abogando por reafirmar el profundo y perenne valor de esos principios. Recuerdo que mencionaste a Mies van der Rohe, ¿es él una de tus figuras referentes?

Totalmente. Y regresando a tu primera pregunta, creo que, si culturalmente me fuera posible, construiría el Partenón. Hoy no sería posible construir el Partenón o el Panteón, aunque es un sueño que siempre está ahí.

Observando mi edificio en Oslo, tal vez es posible encajarlo en la etiqueta de “minimalismo”.

 

Fotografía: Ina Wesenberg

¿Usas ese término sintiéndote confortable en él?

No demasiado, pero supongo que es algo evidente. Si vamos a arquitectos contemporáneos vivos encontraremos ahí a Peter Zumthor, a quien admiro profundamente y que a su vez es también un gran admirador de Mies van der Rohe. Algo interesante sobre Mies es que, sobre todo hacia el final de su vida, aunque creo que fue un pensamiento que siempre estuvo en su cabeza, es que fue un arquitecto moderno, pero en realidad tuvo vocación de ser clásico. Entendió hasta el tuétano cuáles eran esos principios clásicos.

La arquitectura crea espacio mediante materiales que armonizan entre sí. Crean una sinfonía. Mies admiraba profundamente a Karl Friedrich Schinkel y, mientras estaba diseñando el Pabellón de Barcelona, tenía como referentes los Baños Romanos y el Palacio de Charlottenhof de Schinkel, sumado a todas sus ideas sobre el arte clásico, y condensó todo eso en su diseño para el Pabellón.

Es difícil decir quién es mejor, si Schinkel o Mies. Es tal vez algo que se ha dado a lo largo de toda la Historia, y que Platón ya remarcó, y es que podemos acercarnos demasiado a la Idea porque arderíamos. En el mejor de los casos, tenemos ese mundo de las Ideas reflejándose en todo aquello que hacemos y creo que en el Pabellón de Barcelona vemos algo que va mucho más allá de lo material, algo que puede percibirse también en determinadas composiciones musicales, pinturas…

A eso es a lo que yo aspiro. Por esa razón me indigna la actitud de los gestores del Museo Nacional respecto al arte. Disponen de ese espacio al aire libre donde podrían haber ubicado estatuas clásicas, contemporáneas… Sin embargo, han optado por reunir todas esas piezas que están destrozando el espacio.  A mí no me informaron en ningún momento y, de repente, alguien, en alguna parte, me avisó de lo que estaban haciendo. Les propuse otro emplazamiento, pero su actitud parecía dar a entender que el arquitecto no tiene que darle indicaciones de ninguna clase al museo.

No es que yo quisiera inmiscuirme, pero la brecha entre nosotros es demasiado profunda. Ellos están atentos a todas estas dinámicas del mundo de Instagram. Por ejemplo, nosotros habíamos diseñado únicamente un rótulo próximo a la entrada, en bronce, con una tipografía muy esbelta. Algo muy discreto. Y la opción final escogida por el museo es, a mi parecer, algo equiparable a los logos que llevan esos bolsos de lujo, algo innecesario y que sólo tiene la función de exhibir la marca. La directora se mostró algo perpleja cuando le expresé mi descontento. Se lo justifiqué diciéndole que lo que nosotros habíamos propuesto era exactamente lo mismo que llevan haciendo los arquitectos siglos y siglos, no obstante, su réplica fue: «¿Entonces no vamos a poder escribir en la fachada lo que queramos?»

En síntesis, hubo en todo momento una distancia insalvable entre el punto de vista de la directora del museo y el mío. Como si fuéramos habitantes de planetas distintos.

En realidad, quizá haya algo de literalidad en esto último, porque te estás definiendo como un arquitecto aferrado a las cuestiones permanentes y profundas que sustentan la arquitectura, algo que entra en conflicto con la sustancia de ese mundo de las redes sociales, que es superficial y veleidoso. Lamentablemente, hoy son muchos, en todos los ámbitos de la cultura y la educación, los que siguen el dictado de esa dinámica impuesta por influencers y el efectismo efímero de los contenidos que las dominan.

Describiste tu proyecto como toda una serie de cajas que uniste cuyo propósito era sugerir sensaciones a través del museo. La escalera es una pieza clave en el interior. También el uso de la luz está cuidado al extremo. Diría que es un edificio que exige de una atención y lentitud que está claramente reñida con ese espíritu de los tiempos actuales.

Próximamente visitará el edificio nuestro fotógrafo, que sí ha entendido el proyecto y que seguramente será capaz de captar algunas de nuestras ideas en sus imágenes. Las actuales fotografías disponibles realizadas por Iwan Baan, que es uno de los fotógrafos de arquitectura estrella del momento, no demuestran la menor comprensión de este. La mayoría son vistas tomadas de un helicóptero cuando, a lo largo de los doce años que ha tomado este proyecto, me he hartado de repetir que no era un proyecto para ser visto desde un helicóptero. Sin embargo, una vez que el edificio está acabado, el museo contrata a Baan y éste toma doscientas fotografías inútiles subido a uno.

El meollo del edificio está en su espacio y debe ser explicado desde el punto de vista de la experiencia humana, por lo que habría que fotografiarlo como si fuera a través de los ojos de un visitante.

 

Fotografía: Annar Bjorgli

Es importante que señales esto porque no es inocuo que los fotógrafos de arquitectura más solicitados elijan presentar los edificios para el gusto de Instagram o intensifiquen la mostración cosmética y artificiosa que las revistas (especializadas o para público en general) hacen, generando así una comprensión distorsionada de qué y para qué es la arquitectura.

Lo que hace Baan en concreto es copiar los renders, donde siempre se coloca como figuras de fondo a alguien sonriendo, un skater, una persona en silla de ruedas… Da igual dónde esté ubicado el proyecto. Es decir, que Baan no está fotografiando arquitectura, sino sólo transmitiendo esa impresión optimista y falsa que comunica un render, que por lo general siempre ignora a la arquitectura vecina del edificio que está representando.

El día de la presentación del museo abordaste también el tema de la sostenibilidad y la ecología. Son temas con los que la arquitectura hoy se llena la boca también y creo que, a menudo, sin entender genuinamente de qué está hablando, qué significa construir un edificio sostenible.

Es tremendo lo que existe en torno a la sostenibilidad. Hay una obsesión delirante por obtener un dígito más bajo y se acaba con edificios ridículos que hay que reciclar, una idea que me parece igualmente delirante porque lo que deberíamos tener claro es que debemos construir edificios que puedan durar muchísimo tiempo. Estoy convencidísimo de que los únicos edificios sostenibles son aquellos que son bellos. El Partenón y el Panteón son edificios sostenibles. Acabaremos dándonos cuenta en el futuro de que muchas de estas máquinas tecnológicas que hoy consideramos totalmente sostenibles no lo son en absoluto. Lo verdaderamente sostenible es construir bien.

Eres alemán pero haces hincapié en que te consideras perteneciente a una cultura arquitectónica más amplia, europea.

Es porque creo que todos procedemos de una misma raíz: la de la arquitectura griega.

Por supuesto que hay especificidades locales, y les doy valor, pero mi bagaje y todo el bagaje de la buena arquitectura que puede encontrarse en Noruega, comenzando por esas construcciones medievales y llegando a la obra de un neoclásico, como Christian Heinrich Grosch, que estuvo además en contacto con Schinkel. Es evidente cómo Grosch tomó la idea de la escalinata abierta que está presente en el Schauspielhaus y el Altes Museum en Berlín, y que es una tipología que Schinkel conoció de cerca en Nápoles. De hecho, no muy lejos de donde me encuentro ahora mismo, hay un edificio que tiene una escalinata abierta.

Todas estas cosas nos conectan, reflejando que somos europeos. Japón y China constituyen otra cultura con la que estamos ahora más próximos, pero lo cierto es que yo me reconozco en la idea de ser un arquitecto europeo.

 

Fotografía: Ina Wesenberg

Parte de tu formación como arquitecto tuvo lugar en Madrid.

Sí. Mi tesis doctoral, que leí en la Universidad de Stuttgart, versó sobre la Estación de Chamartín. Hice también un proyecto con Paco Alonso, que me parece un arquitecto fascinante. Después estuve en una academia de verano en Nápoles y quedé prendado. Esta ciudad ha salvado mi alma. Es un lugar donde todas las cosas modernas están presentes, pero sigue existiendo el mundo antiguo, Tiene esa potencia.

Quiero poder decir, igual que Mies, que todo lo que sé de arquitectura lo he aprendido del mundo antiguo. Espero que esto sea algo palpable en mi edificio en Oslo. Que, aunque tenga todos esos componentes con los que hoy debe contar cualquier construcción, esté en él el espíritu de los antiguos edificios, que va más allá de la superficialidad.

Señalaste que te resultó complicado trabajar en Noruega.

Sí, me parece una sociedad difícil, que está abandonando todas sus tradiciones y tiene su mirada totalmente puesta en un futuro indefinido, pero respecto al que tiene unas expectativas absolutamente optimistas. Lo imaginan como una especie de paraíso. Convive con esto el sentimiento de temor ante una catástrofe climática inminente. La coexistencia de estos dos extremos genera entre la gente mucho nerviosismo e inseguridad.

Es un estado mental que contrasta con el que existe en el sur de Europa.

Absolutamente. Aquí en el sur de Italia está presente esa voluntad de trabajar por un futuro mejor, pero somos conscientes de que ese futuro nunca será algo perfecto. Que siempre habrá poderes dañinos, que no podemos abrigar la esperanza de un mundo feliz y pacífico, pero también sabemos que el fin del mundo no va a llegar.

Un aspecto que me llama mucho la atención del tiempo en que vivimos es que la emoción lo domina todo. Quizá este mundo de Instagram ha llevado a que todo se base en emociones. Ya no vemos la complejidad ni nuestros propios defectos. Todo se ha simplificado al máximo y se ha revestido de una pátina emocional.

Hemos reducido nuestros razonamientos a la extensión de un tweet.

Y esta arquitectura del impacto emocional, como la de Zaha Hadid, o del simplismo emocional, como la de Ingels, es el signo de nuestro tiempo. Sin embargo, la arquitectura no debería ser personal ni emotiva en ese sentido, sino una creación colectiva.

En el edificio de Oslo se me puede ver a mí como arquitecto, pero también puede verse a Paco Alonso, a Hans Kollhoff, a Alberti, a Mies van der Rohe, a Peter Zumthor, a la arquitectura griega, a la ciudad de Nápoles…Todo ello está ahí presente, no de manera caótica, sino en una búsqueda de belleza. Sería una arrogancia absurda por mi parte autoproclamarme un genio, puesto que yo no soy más que un pequeño arquitecto que se está apoyando en los hombros de quienes sí son grandes arquitectos.

La arquitectura es sencilla y compleja al mismo tiempo.  En apariencia, el trabajo del arquitecto consiste en crear habitaciones, salas de unas determinadas dimensiones con unos materiales concretos… Pero a la vez subyace a ello una enorme complejidad. La suma de ambas debe tener el efecto de una sinfonía sencilla, clara.

La verdadera sencillez alberga siempre complejidad. Es algo difícil de lograr y hacer apreciar en este tiempo de rapidez, frivolidad emocional, ignorancia, puritanismo…

Y también está la corrección política, que inmediatamente acusa y condena. Es algo que me lleva a preguntarme en qué tipo de mundo estamos viviendo. Cómo es posible que no entendamos que ni uno solo de nosotros es perfecto.

 


CríticaEntrevistasOtros temas




Fredy Massad
el










Source link

Compartir post

Comienza a escribir y presiona Enter para buscar

Carrito

No hay productos en el carrito.

WhatsApp Disponible de 9am a 6pm