Entrevista conb el crítico de arquitectura Llàtzer Moix

Entrevista conb el crítico de arquitectura Llàtzer Moix


Frank Zappa opinaba que la crítica musical era una expresión periodística inútil. Lo argumentó con aquella sentencia demoledora que decía que «escribir sobre música era como bailar sobre arquitectura». Rizando el rizo, siempre me he preguntado qué debería pensar el excéntrico músico experimental sobre el hecho de escribir de arquitectura. «También decía aquello que buena parte del periodismo musical consiste en gente que no sabe escribir, que hace entrevistas a gente que no sabe hablar, para gente que no sabe leer. Frank Zappa era un terrorista de las sentencias», apunta Llàtzer Moix (Sabadell, 1955), subdirector del diario La Vanguardia y el nuestro más reputado crítico en arquitectura. Experiencia y conocimientos que ahora evoca en Palabra de Pritzker (Anagrama, 2022), libro que, de Frank GehryFrancis Diébédo Kéré, Álvaro Siza, Rafael Moneo, Renzo Piano, Norman Foster, Jacques Herzog o Kazuyo Sejima; recoge las 23 entrevistas que ha mantenido con los ganadores del premio más importante de arquitectura. «No sé qué opinaría Zappa de escribir sobre arquitectura, pero más que buscar la crítica, mis artículos tienen un afán de carácter divulgativo». Cierto. Desde hace décadas Moix intenta descubrirnos, con una prosa tan técnica como cautivadora, los mecanismos mentales que llevan a un arquitecto a materializar un proyecto de una manera u otra. «Hay un déficit de conocimiento arquitectónico en el conjunto de la sociedad. Un hecho sorprendente, porque la arquitectura es un arte de que no podemos huir. Vivimos dentro de la arquitectura y cuando salimos a la calle nos sigue rodeando. En mis artículos intento acercar la arquitectura al público general».

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Portada del nuevo libro de Llàtzer Moixz, Palabra de Pritzker

¿Levantamos poco la vista para disfrutar de la arquitectura que nos rodea?

La arquitectura es una disciplina de la cual no podemos huir, porque, para mejor o peor, nos afecta constantemente. Pero no disponemos de las herramientas para entenderla. Los que hemos sido lectores desde pequeños, tenemos un crítico dentro porque hemos ido adquiriendo conocimientos con cada una de las lecturas y hemos aprendido a discernir. Y lo mismo podríamos decir del cine, la música o el teatro. En cambio, con la arquitectura, a pesar de ser una disciplina totalmente insoslayable: podemos no ir al teatro, pero no podemos dejar de vivir en arquitectura; no disponemos de las claves por decodificarla. Hay mucho a explicar sobre arquitectura.

No hay que ser un experto en arquitectura para mantener conversaciones fascinantes con ella. «Si visitas la capilla de Notre Dame du Haut en Ronchamp de Le Corbusier, es imposible que no te despierte los sentidos, aunque tu contacto con la arquitectura haya sido muy menor. El espacio, las entradas de luz, los volúmenes… Todo eso te interpela en una lengua que no conoces pero que notas que te habla. Percibes que te está diciendo cosas». Son las llamadas experiencias espaciales. Instantes epifánicos que van a más a medida que va creciendo tu interés por la arquitectura. «Como todo, es una cuestión de tiempo. Recuerdo que las primeras construcciones que me llamaron la atención fueron las casas de pescadores de los pueblos de la Costa Brava, hasta que llegó un momento que empecé a diseñar los viajes a partir de las obras arquitectónicas que podía visitar en cada destino. Y si he ido a Marsella, no he dejado de ir a ver el Unité d’Habitation del mismo Le Corbusier. Y lo mismo en Londres con la casa de John Soane, un arquitecto del siglo XVIII, o el edificio 30 St Mary Axe de Norman Foster. El año pasado Frank Ghery inauguró un edificio, la Torre Luma, en Arles. No lo dudé y me fui un fin de semana a visitarla. Es un turismo, más allá del gozo estético, muy pragmático. Si vas al Museo del Louvre a ver la Mona Lisa, lo que verás se serán cogotes. Y al fondo, un cuadro escondido tras una protección de cristal que genera reflejos. Una experiencia artística muy discutible. A las obras maestras de la arquitectura muchas veces las puedes disfrutar casi solo».


Casa de Frank Ghery en Santa Mónica, California / Foto: Alamy Stock Photo

¿Ser de Barcelona ayuda a cultivar este interés por la arquitectura?

Barcelona es una ciudad privilegiada arquitectónicamente hablando. Una ciudad en que conviven iglesias románicas con obras del Gótico civil, como las Drassanes, o religioso, como Santa Maria del Mar. Quizás del Barroco no hay tantas obras, pero ya rápidamente pasamos a todo el movimiento Moderno y después, el legado Modernista y de Gaudí. Hasta llegar a la era de la alcaldía preolímpica de Pasqual Maragall con unos equipos con una formación cultural importante y una gran sensibilidad para la arquitectura.

Justamente, el primer ensayo arquitectónico de Llatzer Moix fue La ciudad de los arquitectos (1994), relato de la evolución arquitectónica de la ciudad de Barcelona desde la llegada de la democracia a la celebración de los Juegos Olímpicos ahora hace treinta años con figuras como Oriol Bohigas y Ricardo Bofill al frente. «El año 1985 el Ayuntamiento de Barcelona invitó al arquitecto norteamericano Richard Meier. Lo pasearon por toda la ciudad y le dio a escoger tres solares en que se tenían que llevar a término tres proyectos diferentes. Aquello me pareció un hecho muy noticiable porque no era como se acostumbraban a hacer las cosas». De aquella investigación salieron dos artículos de portada firmados por Moix. Si hablamos de arquitectura, un hecho insólito en aquellos días. A partir de aquel momento fue un desfile constante por Barcelona de arquitectos de renombre internacional. Muchos de ellos se involucraron directamente en la transformación olímpica. Y con ellos, una clase arquitectónica local muy potente. Toda una generación de arquitectos muy distinguible y distinguida. Personas con una conciencia política muy marcada y por eso ignorados de los encargos públicos por la burocracia franquista. Este ostracismo los llevó a cultivarse intelectualmente y reconstruirse teóricamente. Cuando se recuperó la democracia y las instituciones les empezaron a convenir proyectos, ya sabían perfectamente qué querían y tenían que hacer. «Fue una comunión extremadamente productiva entre una ciudad que vivía un momento de grandes expectativas y posibilidades de cambio y los mejores arquitectos del momento, estructurados, además, en una organización casi parafamiliar, con Bohigas como gran cabeza de familia. Esta fórmula hizo posible una transformación muy considerable, en un tiempo muy corto, unos costes relativamente controlados y una desviación en corrupción que no está escrita porque quiero pensar que fue muy menor o directamente no existió. Tuve la suerte de vivir aquella época, y estar lo bastante despierto como para creer que valía la pena explicarlo». Llatzer Moix acaba de ampliar su bibliografía de ensayos arquitectónicos, catálogo en qué también figuran Arquitectura milagrosa (Anagrama, 2010) y Queríamos un Calatrava (Anagrama, 2016), con Palabra de Pritzker, recopilación de las entrevistas que a lo largo de los años ha hecho con los arquitectos ganadores del más preciado galardón del sector.


Elbphilharmonie de Hamburgo de los arquitectos Herzog & De Meuron / Foto: Christopher Tamcke / Alamy Stock Photo

¿Cómo surge la idea de reunir todas estas entrevistas en un solo volumen?

Si lo miro con perspectiva, me doy cuenta de que todos los libros que he hecho son consecuencia de los temas que me han interesado mientras dirigía la sección de cultura de La Vanguardia. Escribí un libro sobre Eduardo Mendoza, Mundo Mendoza (Seix Barral, 2006), porque era mi escritor favorito. Me gustaba mucho el humor inglés, y cuando Tom Sharpe publicó su primer libro aquí, creo recordar que el año 1987, viajé a Cambridge a entrevistarlo. Una vez ya instalado él en Llafranch lo iba a ver a menudo. De aquellos encuentros surgió Wilt soy yo (Anagrama, 2006). Con los de arquitectura, metido en la disciplina desde el año 1985, lo mismo. Un ámbito en que han pasado muchas cosas. Desde la transformación de Barcelona de qué hablábamos, a la emergencia de los arquitectos estrella y el intento fallido en la gran mayoría de casos, de reproducir el éxito de Bilbao, con el Calatrava como caso paradigmático. Este nuevo libro es el que tiene el reflejo más sostenido de todos los años que me he dedicado a esto.

El Premio Pritzker es el canon oficioso de la arquitectura en la contemporaneidad. Un premio con un palmarés que, como todos, genera filias y fobias, pero que, finalmente, guste o no, recoge los mejores. Un catálogo de genialidades de la arquitectura a través del cual se puede trazar la evolución del sector en estas últimas décadas. «Este premio nace en el seno de una dinastía norteamericana de mucho dinero, que tiene una tradición larga de patrocinio y mecenazgo a las artes y la cultura. Los Pritzker es una medalla más que se colgaron». En sus primeros años, para prestigiar el premio, este fue a parar a clásicos vivos incontestables. Nombres como Luis Barragán, Richard Meier, Kenzo Tange… Posteriormente, llegó una segunda época en la que el Pritzker reconoció a los arquitectos estrella: Frank Ghery, Norman Foster… Un fenómeno, este, que se consolida a caballo entre finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, reflejo del momento de exuberancia económica de la sociedad. «A partir del segundo decenio del siglo XXI, e incluso un poco antes, hechos como la conciencia medioambiental, el ahorro de consumo energético, la atención a las grandes migraciones… cobran mucha importancia y la arquitectura tiene que dar una respuesta urgente a eso. En este escenario, los premiados de los últimos años no son autores de edificios llamativos como la época de los arquitectos estrella, pero sí que son creadores que están encontrando soluciones a todas estas cuestiones. Los Pritzker, con mucho sentido, han ido evolucionando con los tiempos». Si se quiere premiar la arquitectura contemporánea, se tiene que premiar la arquitectura que da respuesta a los problemas contemporáneos. «El primero premiado por los Pritzker fue Philip Johnson, que era el jefe de la tribu de los arquitectos pijos norteamericanos. El paradigma del WASP. Este año se lo han dado a Diébédo Francis Kéré, a un arquitecto de Burkina Faso. En el 2022 las necesidades y urgencias arquitectónicas no están en Nueva York sino en Uagadugú».


La escuela de Gando ideada por el arquitecto Diébédo Francis Kéré / Foto: Viquièdia

La historia de Diébédo Francis Kéré es fascinante. Nació el 10 de abril de 1965 en Gando, una población de 2500 habitantes en el corazón de Burkina Faso. Diébédo era el hijo del jefe de su pueblo, un hombre que no sabía ni leer ni escribir. Como en Gando no había colegio, para poder atender su correspondencia, al padre del futuro arquitecto lo envió a una escuela de la capital del país, Uagadugú. Cuando acabó los estudios elementales, Diébédo empezó a trabajar como carpintero. Gracias a su pericia modelando la madera ganó una beca para estudiar el oficio en Berlín. Finalizada la ayuda, prosiguió sus estudios en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Técnica de Berlín al mismo tiempo que creaba la asociación Schulbausteine für Gando, organización que tenía como objetivo dar apoyo al desarrollo de su país, conjugando los conocimientos que estaba adquiriendo en Europa con los métodos de construcción típicos de Burkina Faso. «Antes de acabar los estudios, a través de esta asociación, creó un crowdfunding para recoger dinero para construir una escuela en su pueblo. Un proyecto modélico con el que el año 2004 ya ganó el Premio Agá Khan de Arquitectura. Un ejemplo de arquitectura que mejora la calidad de vida por ser un edificio totalmente sostenible». Destaca especialmente en este proyecto las cubiertas orientadas que Diébédo diseñó. «Habría sido completamemnte ridículo instalar aparatos de aire acondicionado porque no se habrían podido permitir pagar la electricidad». La solución fueron estos techos pensados de manera tal que la ventilación natural está garantizada, disminuyendo considerablemente la temperatura dentro de las aulas. «Un edificio que es el paradigma de arquitectura útil en el siglo XXI. Mucho más útil que cualquiera rascacielos de Manhattan. Y no es que hace 30 años en Burkina Faso no tuvieran estas necesidades. Las necesidades eran las mismas que ahora, pasa que ellos no tenían arquitectos locales, y a nosotros sus necesidades tampoco nos interesaban mucho. Espejo de eso, los Premios Pritzker, se han sumado a esta responsabilidad transformadora de la arquitectura del siglo XXI».

¿Revisadas y editadas de nuevo, hay ninguna de las entrevistas incluidas en el libro que te resulte especialmente reveladora y clarividente?

Las entrevistas con los arquitectos más alejados de mi cultura. El pensamiento y discurso de los arquitectos occidentales me resulta próximo y familiar. En el otro extremo, los arquitectos japoneses, por ejemplo, tienen una gran conexión con la naturaleza. Incluso trabajan en proyectos que tienen como objetivo evolucionar con el ritmo de la naturaleza. Balkrishna Doshi, el arquitecto de la India ganador del Pritzker el año 2018, es una persona que rezuma esta cultura espiritual por los cuatro lados. O el australiano Glenn Murcutt, que vivió toda su infancia en Papúa Nueva Guinea en medio de un clima tropical desatado: tormentas, sol, huracanes… Y todo el mismo día. La marca de agua de Murcutt son unas casas unifamiliares de aspecto muy sencillo pero que se adaptan e interactúan con la naturaleza. Así, si sopla el viento, se recogen; si hace sol, se protegen con una especie de brise soleil… Unas casas que, además, están a un metro por encima del suelo para protegerse de los animales salvajes. En lugar de protegerse de la naturaleza, lo que hace Murcutt es aprovecharse de la fuerza del enemigo y apropiarse de su energía. Otro caso sería el del arquitecto chino Wang Shu. Después de nacer y crecer con la revolución cultural china, se da cuenta de la política salvaje de reorganización arquitectónica del regimen comunista. Un sistema que derriba las viviendas colectivas tradicionales para construir edificios. Él se subleva contra eso y todos sus edificios, a pesar de ser contemporáneos, integran la idea de estos edificios tradicionales e incluso incorporan materiales procedentes de los derribos. Poniendo todas las entrevistas juntas te das cuenta de que todos son hijos de sus circunstancias.





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