Europa quiere edificios de kilómetro cero | Babelia
Frente a los grandes gestos, la inclusión social; frente a una exagerada preocupación por la fachada, la sostenibilidad, y frente al espectáculo de lo nuevo, la circulación de materiales y energías. Los finalistas del Premio Mies van der Rohe —el Premio de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea— revelan la mejor versión de nuestras ambiciones urbanas. Y, como la mejor arquitectura, hablan más de objetivos que de realidades: ciudades cohesionadas e inclusivas, edificios con nula o baja huella de carbono, inmuebles que responden a demandas sociales.
Entre los cinco finalistas, anunciados este miércoles, figuran viviendas sociales —como las de Peris+Toral en Cornellà— y experimentos tipológicos que mezclan campo y ciudad, como la Ferme du Rail del colectivo Le Grand Huit en París. Sin embargo, fue el anuncio de la primera criba de 40 proyectos que optaban al galardón lo que resume las que deberían ser las prioridades para mejorar las ciudades del continente. Y destaca el trabajo de proyectistas que han dedicado su talento a tratar de mejorar la vivienda social y el espacio público; esto es: la vida de las personas. Cómo se habita la ciudad depende, en gran medida, de las infraestructuras disponibles para facilitar la convivencia, pasa por reservar un lugar para sus habitantes, por reconvertir áreas industriales en domicilios y por prestar atención a otras maneras de habitar.
Se defienden la accesibilidad y la pluralidad, se buscan nuevas respuestas y usos. Nada se desprecia. Es tan importante saber proyectar como ingeniárselas para recuperar edificios o ganar metros cuadrados.
En esta 18ª edición, un vistazo a la evolución en los criterios de selección de los premiados revela cambios en los modelos urbanos, mutaciones en la profesión y una paulatina pero progresiva redefinición de las prioridades urbanas: las que están pensadas para el bienestar de la gente por encima del rendimiento económico o el lucimiento personal. Recuperación de patrimonio y vegetación, ampliación de plazas y zonas públicas, construcción de escuelas ejemplares y universidades que fomenten la convivencia concentran el uso de los edificios que un jurado, presidido por la mexicana Tatiana Bilbao, consideró relevantes.
El faro de las prioridades está servido. Y la lista de los autores es también reveladora. Más allá de los holandeses Neutelings Riedijk —que transformaron la mayor estación de Bruselas en un área de trabajo, comercio y espacio público—, los españoles Selgascano —que firman otro bosque de oficinas domesticadas Second Home en Londres— o de las Pritzker irlandesas Grafton —que concluyeron las viviendas de la Universidad de Kingston en la misma ciudad—, entre los finalistas han desaparecido casi todos los nombres archiconocidos. Y han aflorado profesionales que trabajan con los vecinos (Le Grand Huit y su Ferme du Rail en París), que construyen recuperando técnicas artesanas en paisajes protegidos (Dorte Mandrup-Poulsen y su centro de visitantes junto al mar de Wadden en Dinamarca) o que trabajan la densidad apilando campos de cultivo (la propuesta de agricultura vertical que firman Secousses Architectes e Ilimelgo en Romainville, a las afueras de París).
Más que el aplauso al edificio premiado, que se conocerá el 22 de mayo, esta preselección compone un barómetro del cambio que experimentan las ambiciones arquitectónicas del continente. Marca la hoja de ruta en la lógica del galardón y constata un cambio de paradigma en el mensaje de los proyectistas. Se defiende la accesibilidad y la pluralidad, se buscan nuevas respuestas y usos. Nada se desprecia. Es tan importante saber proyectar como ingeniárselas para recuperar edificios o ganar metros cuadrados.
Como demuestran los últimos premios Pritzker, los franceses Lacaton & Vassal, las maneras de actualizar la tradición y el ingenio para lidiar con presupuestos menguantes están entre los nuevos retos de la arquitectura. Esa toma de conciencia es la nueva monumentalidad: la construcción de ciudades amables. Y la preselección del premio lo confirma. Hay buena arquitectura que, sin obedecer a modas, está abriendo puertas. Sucedió en Rybnik, al sur de Polonia, donde un pequeño refugio de madera de bajo coste sirvió para levantar un lugar de encuentro entre ciudadanos de 27 barrios tradicionalmente enfrentados. Ocurrió también en Barcelona, en el Turó de la Peira. Allí, Anna Noguera y Javier Fernández Ponce recurrieron al deporte por dentro y a la vegetación por fuera para oxigenar las horas de ocio juveniles y el microclima de un barrio periférico.
Entre los nuevos proyectos, el riesgo no es gratuito. Se traduce en esfuerzo por consultar a los vecinos o por idear viviendas sin pasillos que mejorarán la vida de los usuarios. “El objetivo es la inclusión, y para que las ciudades se acerquen a ella la arquitectura debe ser plural”. Así lo defiende Tatiana Bilbao, que habla de un cambio de paradigma y de “practicar la democracia a través de la arquitectura”.
La comisaria para la innovación de la UE, la búlgara de 42 años Mariya Gabriel, ha definido la arquitectura como la piedra angular de la sostenibilidad, el green deal europeo.
La comisaria para la innovación de la Unión Europea, la búlgara de 42 años Mariya Gabriel, responsable del programa Horizon Europe, ha definido la arquitectura como la piedra angular de la sostenibilidad, el green deal europeo. Las urbes y edificios del continente quieren recuperar su relación con el paisaje y la sostenibilidad reflejando, ahora sí, más a la sociedad que al poder (económico). La figura de los arquitectos cuidadores es un ejercicio de ética y voluntarismo no exento de sacrificio. Al contrario que cualquier arte —que puede desarrollar una versión para los clientes y otra personal—, los arquitectos han necesitado siempre al poder. Por eso la arquitectura que entiende que es preciso dedicar tiempo de consulta a la gente y que piensa tanto en reparar como en innovar tiene algo de idealista: sabe que el poder que necesita está ahora en manos de los ciudadanos.
También la representación española (las viviendas sociales en la antigua fábrica Fabra & Coats de Roldán & Berengué o las cooperativas de La Col, candidatas finales al Premio Emergente) habla de la renovación de la disciplina. Las innovaciones no son formales, hay una búsqueda genuina de facilitar otras maneras de vivir. Esa nueva arquitectura se atreve incluso a alterar el refranero. Las viviendas de Peris + Toral en Cornellà (Barcelona) —entre los cinco últimos aspirantes al premio—, además de carecer de pasillo y dejar la distribución en manos de sus usuarios, tienen, atención, dos puertas. Son pisos que aprovechan los centímetros, pero ofrecen a sus usuarios dos accesos para poder convertir un apartamento en vivienda-despacho. Entienden que las familias se protegen mejor con la posibilidad de salir libremente que con candados y cerraduras.
Con todo, conviene tener cuidado con la euforia y no aplaudir una cosa y su contraria. En esta convocatoria, el jurado valora proyectos kilómetro cero, un eufemismo cuando se refiere a edificios construidos a menos de 100 kilómetros de donde se ubican los estudios de arquitectura y no a la procedencia de los materiales. Los arquitectos, como el conocimiento, es deseable que se muevan. Ese movimiento suele reflejarse en proyectos más sostenibles, imaginativos e inclusivos, como los que en esta edición compiten por el Premio Mies van der Rohe.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
50% de descuento
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites