Gijón pierde a Mariano Marín, maestro de la arquitectura

Gijón pierde a Mariano Marín, maestro de la arquitectura


Mariano Marín, en fotografía tomada en el año 2017. / CITOULA

Tercero de una saga familiar, supo poner un toque de modernidad y valentía en tiempos anodinos y recibió por ello premios como el Asturias y el Castelao

El legado que deja Mariano Marín Rodríguez-Rivas está al cabo de la calle, a la vista de todos. Está en esta ciudad en la que nació un 21 de febrero de 1926, en otras urbes y otros pueblos de la geografía asturiana en los que desarrolló su carrera siguiendo la estela de una saga familiar que ha dejado marcada su impronta en el urbanismo que nos acompaña a diario. Ayer, a los 96 años, tras una vida intensa y fructífera, novelesca por momentos, y que él mismo se había afanado en recoger en una autobiografía de título ‘Teselas de un tiempo ido’, se apagó la luz de un nombre que primero dibujó edificios sobre papel hasta su jubilación en 2004 con 78 años y que concluyó feliz de poder hacer arte con sus pinceles sobre un lienzo.

Sucede que las teselas de su mosaico vital venían hechas de fábrica. Parecía estar llamado a dedicarse a la arquitectura este hombre que hace una década donó el archivo familiar al Ayuntamiento de Gijón para que los arquitectos e investigadores de hoy puedan estudiarlo. Su abuelo Mariano Marín Magallón inició una saga de arquitectos que continuó su padre Mariano Marín de la Viña y que concluye con él. Con ese pasado, no es extraño que el joven Mariano se licenciara en Madrid en 1957. Pero lo cierto es que no era la arquitectura inicialmente la pasión de un hombre amante de la cultura en todas sus vertientes, melómano y que adoraba el mar. Pero la tradición, y pese a sus problemas iniciales con el dibujo que le traían a mal traer, le llevó a ser arquitecto, un oficio en el que acabó convirtiéndose en un nombre destacadísimo y que en el año 2017 le llevó a recoger el I Premio Castelao entregado por el Colegio de Arquitectos de Asturias. Fue revolucionario, renovador, sensible en un tiempo en el que no era fácil encontrar hueco para la belleza y la osadía cuando las ciudades crecían desaforadas.

Tras pasar por la universidad en Madrid, pudo realizar un máster en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, gracias a una beca, y de allí se trajo para la España de la autarquía las ideas y la inspiración de Mies van der Rohe o Philip Johnson. Eso ocurrió antes de doctorarse de nuevo en la capital, donde en 1962 ingresa en el Cuerpo de Arquitectos de Hacienda al tiempo que se establece en Gijón, Pronto empezó a destacar. En 1967 obtiene el primer premio por el proyecto de la delegación del Ministerio de Obras Públicas en Bilbao, realizado en colaboración con otro grande de la arquitectura asturiana, Ignacio Álvarez Castelao, y en 1986 recibe el Premio Asturias de Arquitectura por un grupo de viviendas de promoción pública en Cudillero. Son esos solo dos hitos en la trayectoria de quien fue decano del Colegio de Arquitectos entre 1976 y 1978 y 1983 y 1985.

Pero la mejor manera de conocerle es a través de sus obras. Y quienes peinan canas y tienen buena memoria aún recordarán una que, por el hecho de haber desaparecido, no deja de ser icónica. Se adelantó al mismísimo Norman Foster a la hora de diseñar una gasolinera vanguardista en la avenida de Portugal con conos invertidos como cubiertas. La estación de servicio Mayfer y sus paraguas de hormigón no dan ya testimonio del talento de quien ideó el edificio del Club de Tenis de Gijón, junto a José Díez Canteli en 1962, considerada como una obra maestra de la arquitectura moderna en Asturias. A ellos se suman varios edificios de viviendas, como el que se halla en Los Campos, con fachadas a la carretera de la Costa, calles Uría y Luciano Castañón, construido en 1958 y que juega con diferentes alturas para ajustarse al espacio en el que se ubica.

También llevan su firma interesantes edificios como el chalet en Somió que hizo para María Jesús González Felgueroso y Julio Albi Rico de 1964 (Residencial Villa de Somió), o el Grupo Escolar de Aboño, que levantó en el año 1965 para Tudela Veguín junto a su colega Luis Masaveu.

Vivió los años del desarrollismo, de las construcciones rápidas y numerosas, de modo que no eran los mejores tiempos para hacer alardes de modernidad e ingenio, pero, pese a ello, consiguió sacar adelante en los sesenta y los setenta proyectos interesantes, incluidos los realizados para entidades bancarias y comerciales. También en ese periodo firmó el proyecto del refugio para la Agrupación de Montaña Torrecerredo en el puerto de San Isidro.

Las viviendas de protección pública le ocuparon durante un buen periodo de su carrera, primero haciéndose cargo de la renovación de cuarteles y barrios mineros y más tarde diseñando grupos de viviendas en Cudillero, El Entrego, Grado, Nava y Oviedo.

Entre 1980 y 1995 trabajó en diferentes proyectos para el Instituto Social de la Marina, que se concretaron en las casas del mar de Cudillero, Luarca, Tapia de Casariego y Ribadesella, para las que buscó soluciones que se salieran de la norma establecida.

Puso una mirada de vanguardia en tiempos grises y anodinos y no necesitó para ello grandes desmanes ni lujos, sino que lo hizo tirando de materiales como el gresite, la plaqueta o el ladrillo.

Pero más allá de la obra que deja, está la vida misma, y ahí quienes estuvieron a su lado fueron su mujer, María Isabel, y sus hijos Mariano, Tomás y María. Hoy le despedirán en el tanatorio de Cabueñes, a las cinco de la tarde, antes de que sus restos mortales sean incinerados y sus cenizas reposen en el cementerio municipal del Salvador, en Oviedo.

En su autobiografía editada el pasado año, recorre su vida jugando con la siempre frágil memoria y la emoción: «El primer recuerdo me lleva a una casa de Gijón, allá por el Coto, donde se alojaba la familia Marín y donde probablemente nací», escribió. Tenía seis años entonces. Noventa años después, en esa misma ciudad, Mariano Marín ha rubricado su adiós.



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