“Hay que vincular la necesidad del cliente y la de los extraños”
Una arquitectura que atienda las necesidades del cliente y, también, la de quienes pasan ante ella. Este es uno de los objetivos de Yvonne Farrell y Shelley McNamara, las más recientes ganadoras del gran premio de la arquitectura europea.
Esta es la primera ocasión en la que un edificio universitario merece el premio Mies. ¿Qué aporta su Town House a dicha tipología constructiva?
Lo principal es haber conseguido un edificio que combina cierta presencia cívica con la apertura, con una condición informal y adaptable. Tanto es así que a veces lo definimos como un “almacén de ideas”. Es a la vez un edificio simple y complejo. No queríamos que tuviera un aspecto elitista o académico, sino que los estudiantes lo sintieran como su propia casa. Y que reuniera servicios distintos, desde una biblioteca hasta espacios para la danza. Nos parecía que esa podía ser una idea refrescante. No quisimos hacer dos edificios, sino lograr que funciones distintas convivieran en uno. Eso nos llevó a una construcción porosa, abierta a la comunidad local y con un funcionamiento de 24 horas al día y siete días a la semana. Se puede circular por este edificio muy fácilmente. Hemos sido testigos de cómo los estudiantes se sienten cómodos allí, lo disfrutan, casi diríamos que ven reducidos su estrés.
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En su argumentación, el jurado subraya que la Town House tiene alta calidad ambiental. ¿Qué significa eso?
Una de las cosas más importantes, en cualquier proyecto, es el control del lugar en el que va a situarse y de la actividad que va a cobijar. Queríamos que convivieran en este edificio muchas actividades y muchos momentos. Queríamos sacar el máximo partido a las luces solares de invierno, también a las de verano. Queríamos que convivieran en él las actividades tranquilas con las que generan algo más de ruido. O que en términos de sonido fuera inteligente, por decirlo así. Parecía una locura. Pero hemos avanzado en términos de control acústico lo suficiente para poder hacer compatibles usos casi opuestos incluso, como la danza y la lectura.
No quisimos hacer una fortaleza académica, sino un edificio que invitara a entrar”
¿Qué otras características destacarían de su edificio?
Hemos transformado 150 plazas de aparcamiento en un parque verde donde se celebra la biodiversidad. Hemos mantenido los robles preexistentes. Los cerramientos del edificio son una especie de membrana que regula la relación entre el interior y el exterior. De hecho, todo el edificio es como una piel construida, que por una parte protege del sol y de los elementos, pero por la otra es muy versátil en términos de sostenibilidad. El edificio trata de fomentar la vida y la relación entre sus usuarios, trata incluso de favorecer su salud: hemos puesto los ascensores en un rincón, para que no sean una opción obvia, y hemos dispuesto las escaleras de tal modo que inviten al contacto, a la conversación, a socializar. Los jóvenes suben los tres o cuatro primeros tramos casi sin darse cuenta, como si fuera un paseo. Esta bien que la universidad invierta en edificios como este, es decir, en educación. Pero el lado social de tales inversiones es también importante. El edificio debe fomentar la relación entre sus usuarios. Y los estudiantes lo aprecian.
Háblenme de la piel, definida por una columnata, que crea ese espacio intermedio entre el interior y el exterior.
El edificio debía tener, dada su función, una presencia cívica. Pero no queríamos hacer una fachada como un muro. Este juego de columnas nos pareció apropiado, nos da un espacio emparentado con el de un claustro. Nos permite abocar el edificio hacia el exterior. A los estudiantes les gusta mucho charlar en el exterior, frente al edificio. No quisimos unas columnas que dieran una sensación muy estática, sino más dinámica, y eso lo hemos conseguido con distintos niveles y terrazas. Esa columnata marca un límite, ambiental y social. Allí se puede esperar el autobús en un día de lluvia. Y le da al edificio un aire acogedor.
Queremos devolvera la arquitecturalos espacios que reúnen a la gente”
¿Puede decirse que este es otro proyecto de Grafton Architects en el que el espacio público es una prioridad?
Seguramente, hacer arquitectura consiste en encontrar el nexo entre las necesidades del cliente, de quien encarga la obra, y los deseos desconocidos o no formulados de los extraños, de los que ocasionalmente pasan frente al edificio. Es decir, de encontrar y ofrecer los ingredientes que no nos han pedido, pero que, en este caso, nos brindan una piel que filtra con suavidad. Ese espacio bajo la piel de columnas permite esperar un taxi, recibir a los padres de los alumnos… Como la marea en la costa, tiene un efecto de bienvenida. No estamos hablando de una fortaleza académica, sino de un edificio que invita a cruzar el límite y entrar. Tiene la capacidad de ir un poco más allá y lograr que la arquitectura, que puede rechazar, en este caso abra los brazos al visitante. A veces, nos gusta decir que la arquitectura es un lenguaje silencioso que habla. Quisimos que este edificio diera la bienvenida, que invitara a compartirlo. Kenneth Frampton afirmaba años atrás que la arquitectura parecía estar perdiendo su capacidad para crear espacios vivos que reúnen a la gente. Nosotras aspiramos a devolverle esa capacidad.