Jaime Hayón, la centralidad de un diseñador excéntrico
La precaria difusión del diseño español
“Hemos intentado mostrar la parte menos conocida del proceso de producción con la ambición de revelar y explicar cómo los productos mutan de la ficción a la realidad”. Esta declaración bien podría resumir el argumento principal de la muestra estelar dedicada a Jaime Hayon en el Valencia World Design Capital 2022. Sin embargo, la hizo en 2018 Ana Domínguez Siemens, a propósito de la que ella comisarió en febrero de ese año en el Madrid Design Festival: Backstage, Jaime Hayon, de lo imaginario a lo real.
La nota de prensa —mil veces regurgitada por los medios estos días— insiste en que la valenciana es “la primera retrospectiva de gran formato que se celebra en España sobre el Premio Nacional de Diseño de 2001”, aunque apenas hayan transcurrido cuatro años de la que, objetivamente, ostenta ese título. También alardea de mostrar obras inéditas en nuestro país, como el conjunto Mediterranean Digital Baroque, realizado para la galería de David Gill en Londres en 2003, parte de cuyas piezas también se exhibieron en Madrid en 2018; o Mesamachine, contribución del autor al proyecto Connected, promovido por AHECy que se vio, asimismo, en una de las exhibiciones colectivas del Madrid Design Festival 2020.
La poca consistencia con que se aborda tan a menudo la difusión del diseño en España tiene estas cosas: no hubo un catálogo —ni material ni digital— de la excelente exposición madrileña, ni a estas alturas lo hay de la valenciana. Los esfuerzos se diluyen melancólicamente una vez que la ola ha borrado los afanados trazos en la arena, así que no sería raro que dentro de unos cuantos años se reseñe por tercera vez la primera gran retrospectiva sobre Jaime Hayón en su país. Y no es que este no merezca cuantas retrospectivas se le puedan hacer, pero cualquier evaluación de méritos de la capitalidad de Valencia deberá tener en cuenta que su exhibición más ambiciosa no es sino una reedición puesta al día de algo que ya vimos no hace tanto. Planteado, además, con criterios muy semejantes, pues, a falta de más comisariado que el del propio estudio, los de la actual no parecen separarse significativamente de los de Ana Domínguez en su momento.
Dicho esto —porque es perentorio que se diga—, no debe desaprovecharse la ocasión de explorar la singularidad de la labor de Jaime Hayón. Ya que se nos proporciona, que al menos la insistencia no caiga en saco roto. El término singularidad no es mero recurso: Hayón es un personaje totalmente excéntrico a la escena del diseño español. Fue el primero que operó desde sus comienzos en una escena global, a diferencia de otros colegas de su generación o mayores que él y establecidos fuera de nuestras fronteras —Patricia Urquiola, El Último Grito, Héctor Serrano— que se vincularon, más bien, a la de sus países de acogida.
Jaime Hayón. La rara avis del diseño
En unas declaraciones de 2006, a poco de instalarse en Barcelona, este madrileño itinerante —Treviso, Barcelona, Londres, Valencia—, decía que el de la Ciudad Condal era “un mundo muy pequeño, nadie me conoce siquiera. Me han publicado en muchos sitios extranjeros, en Australia, en Japón, pero aquí nadie lo sabía”. Hoy ya lo saben todos, pero no por eso se han disuelto del todo ciertas actitudes, digamos, condescendientes respecto a su particular manera de estar en el diseño. La excentricidad paga peajes.
Así es, su forma de situarse en la disciplina queda al margen de toda convención. Antes que estrella del diseño lo fue del skateboard en la California de los noventa. En el marco de ese nicho urbano y tribal empezó a desarrollar en serigrafías un peculiar enfoque gráfico del que, a modo de caldo primordial, nace toda su obra. Desde ahí aterrizó en el diseño como estudiante en Madrid y París, pero fue en Fabrica —el centro fundado por Benetton en Treviso— donde el olfato infalible de Oliviero Toscani detectó su talento y lo ascendió en apenas un año de simple becario a responsable del departamento de investigación. “Compartí avión con Luciano Benetton cuando tenía veinticinco años. Puedes imaginar que, después de eso, ya no te asustas de nada”.
Un imaginario gráfico lleno de potencial
Desde luego, no da la impresión de que el miedo lo haya cohibido nunca. Desde sus inicios, Hayón vive en encrucijadas, de ahí que entender su porfolio requiera acercarse a su proceso de creación, que es lo que intentan mostrar tanto la exposición de Valencia como su precedente de Madrid. Todo parte —como ya se ha dicho— de un trabajo gráfico: Hayón es una mente que dibuja, que dibuja sin cesar.
Pero esos bocetos no son matrices conceptuales de un proyecto, sino imágenes que surgen de una especie de trama orgánica para configurar un imaginario personal habitado por personajes y extraños animales fantásticos. No son propiamente historias, sino fragmentos con potencial narrativo, jirones de una cosmogonía juguetona, sonriente, feliz.
Al principio de su carrera, ese universo fue coagulando en figuras tridimensionales, como los muñecos que hizo para la compañía juguetera japonesa Toy 2R o sus primeras incursiones en la cerámica, a través de la empresa véneta Bosa. Después, el planeta Hayón fue creciendo en escala y complejidad en instalaciones a medio camino entre el interior, la escultura y la artesanía, que toman cuerpo en galerías especializadas: Mediterranean Digital Baroque —donde la transición de lo gráfico a lo tridimensional se despliega programáticamente, casi como un manifiesto— o Funtastico.
Los primeros pasos hacia el infinito
En 2005, Ramón Úbeda lo dio a conocer al público español a través de un reportaje en la revista Diseño Interior y —en su incansable labor de scouting como director artístico— lo introdujo en la industria del mueble de autor con piezas y colecciones de mobiliario, iluminación y baño para BD Barcelona, Artquitect o Metalarte. Estos objetos son, a su vez, mutaciones de esa matriz gráfica. Habitantes del planeta Hayón que, además, son susceptibles de uso funcional. Sí, los muebles de Hayón tambiénson personajes, igual que, por ejemplo, los de Mariscal, otro excéntrico del diseño con el que guarda ciertas similitudes.
Desde esos años, el planeta no ha hecho sino expandirse. Los primeros clientes de Hayón fueron empresas de perfil afín, muy marcado por una suerte de high craft, como Bosa, Bisazza, Baccarat o Lladró. Su asociación con esta última —para la que fungió como director artístico— es un verdadero caso de estudio: cómo reinterpretar los altos estándares de producción de una firma llevando el bibelot de la dimensión kitsch a la del pop, sin traicionar ni a la marca ni a sí mismo. Hoy, su cartera y su mundo han colonizado a todos los grandes del mercado, desde Cassina a Magis, desde &Tradition hasta Fritz Hansen.
Sus personajes siguen anidando en instalaciones y en los museos y galerías —como las máscaras-tapiz realizadas para el Central Museum of Textiles de Lodz y que, esta vez sí, se ven por primera vez en España en la exhibición valenciana—, pero también se articulan en ambiciosos proyectos de interiorismo hostelero y comercial. Todo ello es el resultado de ese procedimiento que se gesta desde la acumulación de imágenes centrifugadas en el terreno gráfico y muta en útiles reales —que “pueden tener su función, pero no hay por qué suponer que la tengan”— salidos directamente de la ficción, de un curso narrativo que, como sugiere el título de la exposición, no tiene fin.
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