La cabaña que Le Corbusier amó
Lejos de la amplitud de sus obras más conocidas, el genial arquitecto diseñó una cabaña en la Costa Azul que se convirtió en su último y definitivo hogar
PARIS.- Fascinado por el irresistible encanto de Roquebrune-Cap-Martin, en la Costa Azul, Le Corbusier comenzó en 1952 la construcción de una pequeña cabaña para pasar sus vacaciones. Ese exiguo espacio de 15 m2, convertido con el tiempo en un mito, constituye la síntesis de las reflexiones del célebre arquitecto francés sobre el hábitat minimalista.
«El 30 de diciembre de 1951, como regalo de cumpleaños de mi mujer, en la mesa de un pequeño bar de la Costa Azul, dibujé los planos de una cabañita que construí al año siguiente en la cresta de un peñasco azotado por el mar. Esos planes (los míos) fueron hechos en un cuarto de hora», escribiría más tarde.
Enamorado de ese lugar calmo y eternamente bañado por el sol, Le Corbusier, que mantenía una apasionada relación con el mar, frecuentaba asiduamente el café L’Etoile de Mer, cuya terraza domina las aguas del Mediterráneo.
Fue justamente allí, en una de las mesas del bar, donde dibujó los planos de su pequeña cabaña después de recibir la autorización del dueño, Thomas Rebutato, de construirla pegada al establecimiento. Una vez concluida y hasta el día de su muerte pasó allí todos los veranos.
Desde la estación ferroviaria de Roquebrune-Cap-Martin, bella comuna enclavada entre Mónaco y la frontera italiana, hay que recorrer el camino del litoral o el «sendero de los aduaneros» –como se lo llama en la región– y después seguir al guía. Invisible a más de cinco metros, oculta por L’Etoile de Mer, aparece entonces una pequeña cabaña casi cúbica con muros recubiertos de planchas de corteza de pino.
Adiós al sistema métrico, bienvenido el Modulor. Inventada en 1944 por Le Corbusier, esa noción es una unidad de medida basada en la morfología humana, que permite calcular el máximo de confort en la relación entre el hombre y su espacio vital. En el «Cabanon», un espacio cuadrado de 2,26m de altura y una superficie total habitable de 13m2 todo es funcional y práctico, incluidos los muebles: desde las banquetas, hasta los cajones y las camas. También hay todo lo esencial: un rincón para trabajar, otro para descansar, toilettes, lavabo, una mesa, estanterías y un placard.
En la entrada un fresco realizado por Le Corbusier con colores claros –celeste, amarillo y crema–, como la luz del Mediterráneo– recibe al visitante. En el interior, todo es madera.
Según los arquitectos responsables del mantenimiento, «Le Corbusier consideraba el isorel blando (paneles de fibras de madera aglomerada) como el material del modernismo».
El escritorio consiste en una mesa de trabajo asimétrica en planchas de castaño y asientos que, parecidos a cajones de fruta, permiten sentarse a distintas alturas. También en listones de madera, el parquet imita el dibujo de los paneles verde y blanco del cielorraso.
Sobre la izquierda, una apertura vertical enrejada deja pasar el aire y la luz, pero protege de los mosquitos. Enfrente, el lavabo metálico es tan discreto que hay que acercarse para distinguirlo. Dos ventanas abren sobre el exterior: una deja ver el mar, la otra un centenario algarrobo. Las persianas interiores son plegables y se componen de dos partes: un espejo y una pintura del arquitecto. El árbol es suficientemente voluminoso como para dar sombra a todo el edificio. Afuera, el canto de las cigarras y el perfume de eucaliptus, yucas, lentiscos, pistachos y tunas dan vida al pequeño jardín salvaje que rodea la cabaña.
Todas las mañanas, con lluvia o con sol, Le Corbusier bajaba a la playa para bañarse en el mar. El 27 de agosto de 1965, un ataque cardíaco mientras nadaba lo condujo a la muerte en pocas horas, sin que los servicios de urgencia lograran reanimarlo.
A cambio de aquella parcela de terreno donde plantó su minúscula residencia de vacaciones, el arquitecto construyó algunos años después para Thomas Rebutato un edificio innovador, las Unidades de Camping: cinco prototipos de bungalows cuya decoración interior retoma algunos principios de su cabaña que recibieron turistas hasta 1984, antes de ser cedidos por la familia Rebutato —al igual que el café— al Conservatorio del Litoral, organización de preservación de los espacios naturales, que ya era propietaria de la pequeña cabaña.
El 3 de septiembre de 1996, «le Cabanon» de Le Corbusier fue declarado monumento histórico y desde entonces se estudia en las escuelas de arquitectura. El Conservatorio del Litoral autoriza las vistas guiadas con cuenta gotas: no más de tres minutos por grupos de cuatro personas.
La impronta de Le Corbusier se puede apreciar en la Casa Curutchet, que se construyó en La Plata entre 1949 y 1953, y que fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Le Corbusier la diseñó, aunque no participó de la dirección, ni la vio finalizada. La película La obra secreta, dirigida por Graciela Taquini, recrea una visita guiada a la casa. Disponible en Cine.ar