La casta se va de veraneo | El Día de Zamora
Sí, casta y política, pues aquí no hay otra. Nuestros antepasados se referían a ellos como politicastros. Sin duda exageraban, dada la integridad, honorabilidad y dedicación de todo prócer que vive del erario público, porque a fin de cuentas de algo tienen que comer, latisueldos cortijeros de por medio. En fin, que yendo a esta época de tanto progresismo y bienestar, los políticos, una profesión y un oficio, ¡oiga!, tendrán derecho a holgar como todo hijo de vecino, si bien la mayor parte de la ciudadanía pensará que lo que tienen es infinita caradura. Algunos del común, más bien pocos por la edad, recordarán aquellos veranos tórridos bajo un sol de justicia, ni más ni menos que lo de ahora aunque sin la mamarrachada del cambio climático, en que los labradores de nuestra tierra andaban a la siega, el acarreo, la trilla, la limpia cuando soplaba, y por fin, el grano esperando el feliz momento de los sacos camino del sobrado. Aquellas gentes recias, curtidas en el discurrir de una vida que de jolgorio y placer nunca tuvo nada, estaban siempre ahí en pleno verano, pendientes día a día de la faena al igual que de la mies, del tiempo que no del clima, y especialmente de las malditas nubes grises tornando a negras a la caída de la tarde, para descargar lluvia o piedra aquí y allá, ¡vamos, que a quien Dios se la dé san Pedro se la bendiga!, y arruinar la cosecha del año en un abrir y cerrar de ojos.
Desde ese ejemplo digno de encomio, es difícil entender la costumbre que se ha abierto camino en nuestra adulterada e inservible democracia, solidaria de una sociedad con muchísimo bienestar y gorronería, de que la casta política sea incapaz en situaciones de gravedad, así la económica o sanitaria, de renunciar a su veraneo, a su mal ganada vagancia, aprovechando en algunos casos el chollo de mansiones y fincas del patrimonio público, o sea, cinco estrellas y gratis total. No, no se entiende siquiera por decoro que tales jerarcas y advenedizos, en calidad de servidores públicos con las más altas responsabilidades, abandonen sin más los asuntos que les competen, algo parecido a la muy sufrida cosecha de la ciudadanía, para falconear, navegar, regatear, zampar y, de paso, airear su glamour personal, su mucha clase, su alcurnia, sus modelitos, sus privilegiadas relaciones y amistades. En suma, su elitismo y condición superior a la de cualquier mindundi que, en calidad de gobernado, encuentra el diésel con que viaja al modesto destino playero al doble de precio que el año anterior, y no digamos el coste de la paella, un decir, del no menos consabido chiringuito en arenas masificadas y plebeyas.
¿Políticos, o los politicastros de toda la vida? Dejémoslo al presente en gobernanzos, que de un modo u otro tienen chollo y veraneo garantizado, naturalmente por lo mucho que valen y merecen.