La Montevideo que no fue: los proyectos arquitectónicos que nunca se concretaron
Por Leonel García
En 1929, ese suizo-francés nacido como Charles-Édouard Jeanneret-Gris, más conocido como Le Corbusier y venerado como uno de los padres de la arquitectura moderna, visitó Montevideo. Solo estuvo cuatro días como una escala de un viaje por la región, pero dejó su huella: dictó un par de conferencias muy recordadas, criticó ácidamente al Palacio Salvo, al que dijo que habría que “cañonear”, y se animó a bosquejar su proyecto para la capital de Uruguay.
Resulta muy llamativo ver hoy ese proyecto, que no pasó de la categoría de croquis. En él pareciera como si el Centro y la Ciudad Vieja hubieran sido bombardeados y lo que sería 18 de Julio se prolongase desnudamente hacia uno de los extremos de la bahía, hasta fundirse en lo que sería el techo de algo similar a un edificio. Otra construcción parecida la corta perpendicularmente, formando una suerte de cruz. Estos eran los “rascamares”, enormes alternativas de inmuebles que el afamado arquitecto consideraba más apetecibles que los “rascacielos” que empezaban a pulular por el mundo, como acá lo hacía el poco apreciado Salvo. Los rascamares parecían meterse a la vez en la roca, cual cimientos emergentes, y en el Río de la Plata, cual muelles, con decenas de apartamentos en su interior.
“Es increíble. Le Corbusier demolía la Ciudad Vieja y la convertía en una unidad habitacional (los rascamares en cruz) con una autopista arriba”, ríe hoy Alfredo Ghierra, artista, exestudiante de Arquitectura y alter ego de Ghierra Intendente, personaje y performance basados en su interés por lo urbano. “Le Corbusier quería hacer ciudades nuevas. Él sostenía que ciudades como Montevideo estaban pensadas para el peatón y el caballo, y el movimiento moderno quería hacer borrón y cuenta nueva”, explica por su parte Marcelo Danza, decano de la Facultad de Arquitectura (FADU) de la Universidad de la República. Así como bosquejó a la capital uruguaya, también hizo lo mismo para la argentina y la brasileña, que por entonces era Río de Janeiro. “Para acá quería rascamares y una sociedad en base a grandes edificios”.
Montevideo no tuvo una distinción especial, dice el arquitecto y docente. Para Buenos Aires pensó en una isla con un aeropuerto; para París, demoler y construir todo de nuevo, salvo la Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame y el Arco de Triunfo. Lo de Le Corbusier no pasó de una idea. “Eran dibujos conceptuales”, precisa Danza. El puerto siguió siendo el puerto, la Ciudad Vieja y el Centro siguieron desarrollándose con auges y caídas, y el Salvo sigue enhiesto en plaza Independencia. Por supuesto, este croquis del suizo-francés no fue el primer ni último proyecto para Montevideo que acabó desechado.
Casi un siglo después, una iniciativa privada proyecta construir una especie de isla de 36 hectáreas unida a la rambla de Montevideo por un puente de 450 metros, entre las playas La Mulata y Carrasco. Esta isla incluiría un puerto deportivo con capacidad de 300 amarres y 36 lotes inmobiliarios para edificaciones. Se calcula para ella una inversión que supera los 2.000 millones de dólares. Los renders muestran una urbanización moderna, mezcla de Miami y Dubái, que puede resultar maravillosa o pesadillesca según la óptica de cada uno. Desde que se conoció este proyecto publicado en Búsqueda, en la edición del 19 de mayo, se instaló la polémica sobre su (in)viabilidad e (in)conveniencia, al punto que nadie puede tener (in)certezas sobre si pasará de la etapa de diseño.
La arquitecta Laura Cesio, docente del Instituto de Historia de la FADU, dice que la historia de Montevideo sabe de “millones” de proyectos frustrados. El más antiguo que le viene a la mente es la construcción de galerías porticadas en todos los edificios en torno a la plaza Independencia, a la manera de la Rue de Libourne parisina. El portal La ciudad imaginada, 100 años de concursos en Uruguay, creado en 2015, ofrece buena idea de lo que se hizo, lo que no y lo que alguna vez se consideró una buena idea. De los 186 concursos de arquitectura ahí analizados, el 19,4% (36) de los ganadores no llegaron a hacerse.
“En general, los proyectos arquitectónicos se frustran por temas económicos. Claro que hay otros que carecen de un mínimo asidero con la realidad y se caen por eso, por tener un punto de partida ‘utópico’, si vale la palabra”, dice Cesio a Galería. “A veces, más que por la falta de un inversor, no cuentan con la voluntad política de sacarlo adelante”, agrega. Otras veces al destino se le da por bromear. A fines del siglo XIX, el emprendedor Emilio Reus proyectó un lujoso establecimiento hidrotermoterápico en la Ciudad Vieja. Pero lo que en su momento se pensó como un palacio termal para la clase adinerada, las vueltas del tiempo —y la bancarrota de Reus— lo transformaron hoy en el Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI), cuenta la docente.
Con esta proyectada isla de destino incierto como excusa, Galería propone una enumeración de proyectos frustrados que hubieran hecho de Montevideo una ciudad diferente. Las ideas parecerán sorprendentes pero cada tanto se reciclan. Cesio recuerda que en la última dictadura también se proyectó una Ciudad Vieja totalmente nueva, tirada abajo y cubierta de nuevos edificios. Acá no había corriente arquitectónica alguna. “Eso estaba asociado a que la dictadura quería acabar con la memoria, es por eso que en esa época se demolieron tantas cosas”, señala. Todas las ideas son hijas de su tiempo.
Truncas o recicladas. En 1912, el arquitecto Juan Giuria ganó un proyecto para construir un “Hospital Marítimo”, a las afueras de Montevideo, cerca de lo que era conocido como “Villa del Mar”. Este consistía de pabellones conectados por galerías y un gran patio rectangular. Desde arriba se veía la simetría. Reducida la idea original a la mitad, los cimientos de esa construcción fueron la base de lo que acabó siendo primero el Hotel Miramar y luego la Escuela Naval en la rambla de Carrasco, a un paso del arroyo que separa al departamento de la costa de Canelones.
No es la primera obra de gran porte que fue ideada para un propósito y terminó sirviendo a otro. Muy poco antes de que en 1930 se inaugurara el Estadio Centenario, Julio Vilamajó, uno de los mayores nombres de la arquitectura nacional, diseñó un inmenso feudo para Peñarol con capacidad para cien mil espectadores. Para ese entonces, los mirasoles oficiaban de local en su ya desaparecida cancha de Pocitos, donde entraban diez mil almas. Sin embargo, la dureza del terreno escogido, entre los actuales Parque Rodó y Punta Carretas, más otros planes urbanísticos de Montevideo, desalentaron la idea. Vilamajó igual vio erigirse a uno de sus hijos en ese mismo lugar: la Facultad de Ingeniería. El estadio actual de Peñarol, el Campeón del Siglo, inaugurado en 2016, alberga a 40.000 personas.
No todos los proyectos truncos que hubiesen significado tener un Montevideo “completamente distinto al actual”, al decir de la arquitecta Cesio, eran de gran porte. En barrios que hoy son lejanos al centro pero no necesariamente periféricos, como sí lo eran a principios del siglo pasado, la ciudad podría hoy estar llena de casas en forma de T, quincho a dos aguas, estar-cocina en un ambiente y dormitorios y baño en otro, como eran las viviendas económicas rurales que en 1926 diseñó Alberto Muñoz del Campo.
El aerocarril de Malvín, de 1963, es uno de los más legendarios puede-haber-sido del urbanismo montevideano. Tanto, que todavía quedan vestigios de su pretendida estructura a medio construir. El aerocarril llegaba de la rambla a la Isla de las Gaviotas, a 300 metros de la costa y de fácil acceso para un buen nadador. El proyecto incluía un restaurante y un parque en ese islote que desde 1990 está protegido por ley. Las columnas que hacían de extremos de los cables se demolieron en 1973, ya que la concreción de una obra supuestamente simple nunca pudo cristalizarse por motivos que nadie recuerda del todo bien.
El tantas veces aludido Metro de Montevideo, que incluso dio nombre a una serie de falso documental emitida por TV Ciudad, nunca tuvo realmente un proyecto concreto, más allá de alguna iniciativa. “El gran problema es que 18 de Julio recorre desde la parte más alta de una roca. Cualquier cimiento que quieras hacer se va a topar con una piedra enseguida, que es la gran traba. Cada tanto algún privado tira esa idea, pero no pasa de un bolazo”, dice Cesio.
Ni siquiera la idea de una isla artificial como la de Punta Gorda es nueva. En un artículo publicado el 9 de octubre de 2021, El Observador recuerda al proyecto Tertium Millenarium de 1997 del estudio Lamorte-Mills, que proponía algo similar pero a unos 120 metros de Trouville, a la que se uniría mediante un puente. Iba a tener 20.000 metros cuadrados, edificios que asemejan velas como en Dubái, hoteles y un centro gastronómico.
Por esa época estaban de moda los anuncios de proyectos mastodónticos. Por esa época también Malasia asomaba en el mundo de las inversiones como uno de los “tigres asiáticos” que acabaron maullando más de lo que finalmente rugieron. A la vuelta de un viaje por ese país, en 1996, el presidente Julio María Sanguinetti anunció que emprendedores querían invertir más de 400 millones de dólares en un predio de 300 hectáreas en Punta Yeguas, detrás del Cerro de Montevideo. Era casi una ciudad satélite en el oeste olvidado del departamento con terminal logística, hotel cinco estrellas, 3.000 unidades habitacionales y hasta un puente que uniera el Cerro con el Puerto.
El nuevo siglo. El Plan Fénix fue quizá el último gran anuncio arquitectónico para Montevideo del siglo XX. Se reciclaba la Estación General Artigas de AFE, adquirida por el Banco Hipotecario, y se pretendía revigorizar el barrio con una serie de grandes ideas que incluían un shopping, un centro cultural, un hotel, edificios de apartamentos con amenities por decenas y un largo etcétera. Lo único que quedó de toda la idea, luego de varias marchas, contramarchas, juicios y expropiaciones, fue la Torre de las Comunicaciones, que hoy alberga a Antel y a un lujoso edificio que otrora fue símbolo de la ciudad al borde de las ruinas.
En 2010, abandonada ya la idea de todo un perímetro de galerías porticadas, la plaza Independencia volvió a ser protagonista de un intento fallido. Un proyecto integrado por seis arquitectos, unidos bajo el nombre Fábrica de Paisaje, ganó un concurso para remodelarla impulsado y auspiciado por el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, la FADU y la Sociedad de Arquitectos. Inspirada en plazas como la del Vaticano y el Zócalo en México, aumentaba su área de 12.876 metros cuadrados a 32.850, dejaba la actual superficie totalmente peatonal, limitaba la circulación en los alrededores, ofrecía accesos con inclusividad, un estacionamiento subterráneo para 250 vehículos y un área verde (en la que se iban a relocalizar las palmeras actuales) entre la Puerta de la Ciudadela y el Mausoleo. Sin embargo, la ambiciosa reforma quedó sin efecto, pese a los recursos administrativos presentados a las autoridades por los ganadores, pasando a engrosar la lista de los proyectos a futuro que no dejaron de serlo.
Un año antes, el Banco República había llamado a un concurso internacional para remodelar su sede central, que sustituiría el histórico edificio que ocupa toda la manzana entre Cerrito, Piedras, Zabala y Solís. Se presentaron 67 proyectos y resultó ganadora una ambiciosa idea que incluía, como característica llamativa, una vidriada terraza de cara al puerto, que también permitía desde ahí ver al interior. La construcción se extendía entonces a otra manzana, hacia la rambla 25 de Agosto, incluía un centro cultural, una sala de exposiciones, un parque mirador y un estacionamiento subterráneo en tres niveles para 400 autos. Si bien fue impulsado por los dos primeros gobiernos frenteamplistas, las críticas opositoras de entonces por algo que era considerado un despilfarro, lo dejó en la nada.
Esos también fueron años de grandes proyectos que, en rigor, parecían liftings de los espacios ya existentes. El de la Plaza de la Democracia (de la Bandera) de 2011 proponía un espacio mucho más verde que el actual y —lo más llamativo y costoso— en bajada: la parte de la plaza que daba hacia 8 de Octubre y la Médica Uruguaya estaba más elevada, descendiendo paulatinamente hacia Tres Cruces. No por nada la idea tenía por título “¡Más cielo! Un palco al poniente”. Pero fue el segundo premio el que acabó finalmente viendo la luz.