La vida de Josephine Baker se convierte en novela gráfica para acercar su figura a los más jóvenes
«Cuando se le concedió el honor de ser enterrada en el Panteón [en 2021] no hubo ninguna polémica. Nadie se opuso. Ni la derecha, ni la izquierda. Hubo unanimidad sobre su implicación en la Guerra Mundial y su compromiso contra la segregación racial. Como acto simbólico, en la lápida pusimos como fecha el 30 de noviembre de 1938, que evidentemente no es la de su nacimiento sino cuando obtuvo la nacionalidad francesa y hasta el Empire State Building se iluminó con los colores de la bandera francesa», recordaba Jean-Claude Bouillon-Baker, hijo de la artista franco-afroamericana, que hace unos días pasó por Madrid para presentar Josephine Baker, novela gráfica de más de quinientas páginas escrita y dibujada por José-Louis Bocquet y Catel Muller.
«Quería encontrar un medio que resultase lúdico a la hora de acercar la figura de Josephine Baker a los más jóvenes y una novela gráfica me pareció una buena idea. Además, desde el primer momento tenía claro que era una historia que no podía tener un formato reducido, sino que necesitaba de una narración larga y extensa», comenta Bouillon-Baker, que encontró en Bocquet y Muller los aliados perfectos para llevar a cabo este proyecto. «Nos conocimos hace unos diez años. Cuando me preguntaron quién era y les respondí que el hijo de Josephine Baker, se les iluminaron los ojos porque la admiraban mucho. Aprovechando su buena disposición, les comenté mi idea de hacer una novela gráfica sobre mi madre. Aunque les gustó la idea, acababan de terminar Kiki, sobre Kiki de Montparnasse, y como su vida se desarrolla en la misma época que la de Josephine, no aceptaron».
Todo cambiaría unos años después, durante el convite de la boda de Bocquet y Muller al que Jean Claude, convertido ya en amigo de la pareja, asistió como invitado. «Al principio de la velada seguían un poco reacios, pero al final, con algunas copas encima, aceptaron hacerse cargo del proyecto», relata Jean-Claude que, durante tres años, asesoró a la pareja de autores sobre la vida de su madre. «Mi papel principal fue el de acompañarlos a todos los lugares en los que vivió Josephine y orientarlos en algunos temas, especialmente en todo lo referente a la casa familiar de Milandes y al tema de las adopciones», explica Jean-Claude, miembro de la Tribu del arcoiris, denominación creada por la propia Josephine Baker para referirse a sus doce hijos adoptivos que procedían de diferentes países, culturas, etnias y credos religiosos
Un icono del siglo XX
Josephine Baker había nacido en San Luis, estado de Misuri, en 1906. Hija de una pareja de artistas de vodevil, las dificultades económicas de la familia, sumadas a la separación de sus padres, hicieron que, desde muy joven, tuviera que ponerse a trabajar como criada o camarera en un bar.
Con un talento especial para el baile y un estilo personal y rupturista surgido de manera totalmente intuitiva y autodidacta, Josephine intentó ganarse la vida como artista con no pocas dificultades. Además de no tener la edad legal para ser contratada por los empresarios de los teatros, el racismo imperante en la sociedad estadounidense provocaba que, por mucho talento que tuviera, fuera siempre considerada una artista y ciudadana de segunda. «La Estatua de la libertad era la que saludaba a los emigrantes que llegaban a Estados Unidos buscando una vida mejor. En el caso de Josephine fue al despedirse de la estatua, y poner rumbo a Francia, cuando conseguiría esa vida mejor», reflexiona Jean-Claude.
Josephine Baker llegó a Paris con apenas 19 años, cuando la capital francesa era el centro del mundo. «Acudían personas procedentes de toda Europa, desde los Urales hasta España. Allí conoció a figuras como Simenon, Cocteau, Picabia, Picasso, Leger, Le Corbusier, Adolf Loos… Tal vez en otra época, con menos movimiento cultural, Josephine no hubiera tenido la misma repercusión pero, en ese momento, en el que además había una especial atracción hacia el primitivismo y más concretamente hacia el primitivismo negro, se convirtió en un icono«, comenta su hijo.
Ella sabía que la llamaban ‘la fiera más salvaje de París’, y aprovechó para comportarse con la misma libertad que una de esas fieras salvajes»
Liberada por fin del racismo que sufría en su país, Josephine Baker decidió que tampoco aceptaría las limitaciones que sufrían las mujeres en la sociedad parisina de la época y decidió hacerse cargo de su carrera, para ser ella la que decidiera en qué proyectos quería participar. «No era habitual que una mujer de esa época tuviera tanta libertad e independencia en su carrera profesional. Ella sabía que la llamaban ‘la fiera más salvaje de París’, y aprovechó para comportarse con la misma libertad que una de esas fieras salvajes. En todo caso, también hay que destacar que Josephine supo rodearse de gente muy competente, como Pepito Abatino, su primer amor y su empresario, que comercializó muchos productos con el nombre y la imagen de Josephine, o Henri Varna, empresario del Casino de París, que le enseñó a bajar las escaleras como una estrella, le regaló a Chiquita, la guepardo con la que se paseaba por París, y que fue autor de la letra J’ai deux amours, uno de sus mayores éxitos».
Compromiso político
Además de su faceta como artista, Josephine Baker desarrolló una importante labor como defensora de los derechos civiles y las libertades. Durante la Segunda Guerra Mundial y como miembro de la resistencia francesa, Baker aprovechó sus frecuentes viajes por el mundo para transmitir mensajes a espías y militares aliados. Finalizada la guerra, Josephine continuó su militancia política en grupos de defensa de los derechos civiles y participó en la marcha sobre Washington convocada por Martin Luther King, vistiendo el uniforme del ejército francés y luciendo las medallas recibidas por su lucha contra los nazis.
«En lo más íntimo, Josephine sufría una doble herida que se volvió a abrir cuando en 1936 regresó a Estados Unidos para actuar. Allí comprobó que, si bien era considerada una estrella por los estadounidenses, era una estrella negra. Sentía esa diferenciación como si se la hubieran marcado con un hierro candente y eso le dolió mucho», comenta Jean-Claude. Aunque la artista regresaría a Estados Unidos en varias ocasiones, la mayor parte de ellas por motivos de trabajo, Baker se estableció definitivamente en Francia, país en el que falleció en abril de 1975 y al que estuvo siempre agradecida por haberla acogido y permitido ser libre. «Francia es quien me ha hecho y Francia puede hacer conmigo lo que quiera», solía afirmar la artista. Ahora, una Francia unánime y agradecida ha hecho que ingrese en el Panteón.
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