Lo mejor será rendirse

Lo mejor será rendirse


Traigo el bosque de Izium, en la región de Jarkov. Entre los árboles, alguien ha sembrado cruces de madera, unas cruces perfectas y pulcras, cruces como de la Bauhaus. Cae una lluvia fina, un soldado se enciende un pitillo bajo un plástico transparente. Cuando contempla el horror, uno se fija en cuestiones banales. De los atentados de Bataclan, recuerdo una bicicleta aparcada al otro lado de la calle y sobre ella, un manto de flores que, con los días, casi llegó a cubrirla. Era la bicicleta de un muerto. De una de las terrazas recuerdo un paraguas olvidado, el tiesto de una planta roto en el suelo de una lavandería. Lo que fuera. La atención toma refugio en esas escenas accesorias y pone a cubierto los ojos, el corazón y la memoria. Como si no quisiera ver lo otro. Lo otro es que han sacado 450 cadáveres de entre las raíces de los árboles de Izium. Como tesoros inversos. Como bulbos. A esa gente, Rusia les hizo un pijama de barro en un bosque a las afueras del pueblo y ahora los desentierran como momias tiernas, las uñas arrancadas, las manos atadas a la espalda y una soga al cuello a modo de corbata.



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