Los suelos de cerámica son lo que convierten este piso de Valencia en una demostración del verdadero estilo mediterráneo
En el libro Arquitectura de andar por casa, el arquitecto y divulgador Luis Lope de Toledo reflexiona sobre la evolución de este arte no siempre apreciado por el gran público. Nuestros hogares son nuestra primera toma de contacto con el mundo del diseño, “y solo al compararlos con otras situaciones descubrimos […] diferentes maneras de habitar”. Ese acto de reeducar la mirada es lo que ha llevado a Pablo Morán, la mitad del dúo que conforma Club Studio –junto a Carlota Hernández–, a considerar su piso de L’Eixample valenciano como un centro de experimentación en el que probar nuevos materiales y configuraciones.
Situados en un edificio plurifamiliar de corte burgués, los 90m2 de esta vivienda altamente compartimentada estaban rematados, en un inicio, por suelos de madera de corte clásico y molduras de los años 80. “Nos encantó por la luz, la terraza y las posibilidades que tenía, pero ciertamente era un espacio súper jerarquizado y excesivamente tradicional”, recuerda Pablo. Además de reconfigurar la distribución de la planta para que se amoldase al pulso de la vida moderna –»demolimos las estancias para conseguir un plano abierto que nos permitiera socializar y tener una relación directa con la ciudad a través del balcón»–, el estudio de los materiales fue uno de los puntos principales a la hora de elaborar el proyecto. “La madera es un elemento precioso, pero queríamos darle un vuelta a todo. Al ser mi casa, podía permitirme asumir un posible error y mi pareja, por suerte, estaba de acuerdo”, nos cuenta el arquitecto entre risas.
El interiorismo al servicio de nuestros pies
“La mayor fuera del proyecto está en el suelo. Lo que quisimos hacer es coger las referencias del movimiento moderno de la arquitectura mediterránea y hacer de este plano el protagonista”, rememoran Pablo y Carlota, que encontraron en la Glass House, de Philip Johnson, y la Casa Farnsworth, de Mies van der Rohe, un hilo del que tirar. “Cogimos referencias en las que el suelo era determinante para darle homogeneidad al conjunto. Indagando conocimos también Villa Mairea, de Alvar Aalto, en la que encontramos un formato de suelos cerámica que nos interesaba». La tríada de musas se remata con la presencia de proyectos nacionales, especialmente aquellos que se concentran en la Costa Brava: “El 80% de las viviendas de la zona tienen suelo de rasilla (una pieza cerámica de arcilla cocida) en un formato de 27×13, que es el que hemos utilizado nosotros (en concreto la serie Montserrat de Cerámicas Calaf, S.A.) y que da nombre a la casa”, cuentan.
Lo más curioso es que la rasilla es precisamente un material barato (vale menos de 20 céntimos la pieza), que a pesar de su nobleza y presencia en la historia de nuestro país nunca ha destacado del todo entre los interioristas. “Te diría incluso que está mal visto por ser tan básico. Pero creemos firmemente que no hay límites a la hora de trabajar con materiales. No siempre la belleza está en lo caro”, sentencian. Y es que a pesar de que la cerámica en sí cuenta con un público entregado, lo cierto es que estamos acostumbrados a verla imitando otros elementos: “Todavía hay mucho complejo con la cerámica desnuda, pero tiene un color precioso que no se valora. Ha sido un proceso divertido ver como muchos productores se echaban las manos a la cabeza cuando les contábamos la idea”.
¿Por qué deberíamos apostar por los suelos de cerámica?
Gracias a su disposición en retícula, este material de infinitas posibilidades se deja ver en su versión más contemporánea. “Conservamos algunos de lo elementos originales en el piso, como los pilares o el falso techo, así que en el suelo quisimos conseguir el punto de modernidad que nos faltaba”, explica Pablo, “pero puede ponerse también en forma de L o con un estilo matajuntas, todo depende de lo que pretendas conseguir”. Aunque su versatilidad es bien conocida por todos –puede utilizarse para revestir paredes o incluso fabricar mobiliario–, en el caso de Casa 27×13 Club Studio ha apostado por focalizar toda su fuerza visual en el mismo plano, simplificando el resto de la paleta cromática con el objetivo de potenciar ese tono terroso –que cambia según la época del año siguiendo los rayos del sol– tan característico que nos recuerda a las construcciones de pueblo más tradicionales.