Mies van der Rohe (1886-1969): menos es más
Mies van der Rohe sería muy crítico si por unos instantes pudiese ver la deriva personalista en la que se encuentra gran parte de la arquitectura más representativa de nuestro tiempo. Él, por encima de todo, consideraba que la arquitectura pertenecía a una época y no a un individuo. Hoy, los socialmente bautizados como arquitectos estrella han eclipsado el sentido global y social que la obra arquitectónica representaba a sus ojos. Consideraba la arquitectura como “el guardián más fiel del espíritu de los tiempos, porque es objetiva y no está afectada por el individualismo ni por las fantasías personales”.
La infancia de Mies van der Rohe definiría su manera de entender la arquitectura. Demostró un vivo interés por los materiales, sus orígenes y limitaciones técnicas que más adelante exploraría. Él mismo recordaba cómo, en uno de sus viajes a los Países Bajos, mientras visitaba la bolsa de Ámsterdam, se le ocurrió que debía aceptar como principio fundamental de la arquitectura la noción de claridad en la construcción.
Muy fácil de decir pero muy complejo de llevar a la práctica con absoluta fidelidad, especialmente en la parte estructural de una construcción. En sus proyectos la estructura no era un elemento a ocultar sino a mostrar; entendía que por encima de cualquier necesidad funcional de un edificio se encontraba siempre la estabilidad, y él no contemplaba un proyecto donde la parte estructural tuviese que ocultarse, todo lo contrario, se exigía en sus diseños desenmascarar y diferenciar aquellos elementos que eran portantes de los que no, y reducir estos últimos a la mínima expresión.
Mies van der Rohe distribuía ubicando las divisorias inteligentemente, lograba separar los espacios sin necesidad de que aquellas llegasen ni a las paredes perimetrales ni al techo, ni tan solo eran necesarias las puertas para comprender y utilizar estos espacios; de este modo cedía el protagonismo al contenedor y no a lo que contenía. En todos sus proyectos podemos identificar tanto aquellos elementos cuya función es estructural como los que no lo son; sin embargo todos y cada uno de ellos fueron diseñados con algún sentido funcional, estético o compositivo que aportase claridad al conjunto.
Mies van der Rohe seguramente no habría mostrado sorpresa alguna si definiésemos su arquitectura como conservadora a la vez que radical. Conservadora porque nacía de los principios clásicos del orden estructural, de la relación espacial y de la proporción; y radical porque aprovechaba al máximo las fuerzas motrices de la época: la ciencia, la tecnología, la industrialización y la economía.