Originalidad asombrosa en el icónico mural de la UNAM
Originalidad asombrosa en el icónico mural de la UNAM
• Representación histórica de la cultura
• Esta creación de Juan O’Gorman fue elaborada con piedras de distintos colores naturales, traídas de varias regiones del país y dispuestas sobre una superficie de cuatro mil metros cuadrados
“La Biblioteca Central es un ejemplo extraordinario de arquitectura como pintura y de pintura como arquitectura. Es decir, se trata de un proyecto que no cabe dentro de los moldes del funcionalismo porque justamente se convirtió en pintura. En esto reside su originalidad”, afirma Rita Eder, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM y especialista en Historia del arte.
El origen del mural Representación histórica de la cultura se remonta hasta mediados de la década de los años 40 del siglo pasado, cuando Diego Rivera –quien ya había comenzado a levantar el Museo Anahuacalli en el pueblo de San Pablo Tepetlapa, en Coyoacán, para albergar su magnífica colección de figuras prehispánicas– llamó a O’Gorman y le solicitó que participara en la hechura de motivos en mosaico en el interior de esa singular construcción.
“Esta experiencia sería esencial para el proyecto que O’Gorman llevaría a cabo años después en la Biblioteca Central”, señala la universitaria.
Piedras de distintos colores
En un principio se pensó en utilizar unas losetas vidriadas para revestir la Biblioteca Central, cuyo diseño arquitectónico fue planeado y ejecutado por el mismo O’Gorman en colaboración con Gustavo Saavedra y Juan Martínez de Velasco; sin embargo, a aquél no le gustaba este material.
“Recordemos que O’Gorman se inició como arquitecto en el funcionalismo más puro, pero en algún momento de su vida dejó de apasionarle lo que hacía. Posteriormente conoció el trabajo del arquitecto estadunidense Frank Lloyd Wright, en cuyo diseño arquitectónico hay una relación muy estrecha entre paisaje y naturaleza. Esta relación, que a O’Gorman le entusiasmó, y la estancia con Diego Rivera en el Anahuacalli le fueron dando ideas de cómo podía modificar su visión funcionalista inicial e intentar una arquitectura de raíz mexicana. Así, cuando llegó a Ciudad Universitaria y se enteró de que la Biblioteca Central tenía que responder al diseño de una arquitectura racionalista, resolvió aplicar un revestimiento total de mosaico sobre las caras exteriores del edificio”, explica Eder.
La Biblioteca Central está recubierta con puras piedras de colores naturales que O´Gorman buscó en varias regiones del país. Encontró 150 distintas, de las cuales escogió 10 o 12 (unos dicen que 10 y otros que 12) de color rojo, amarillo, rosa, verde, gris, negro y blanco. Y las que no halló, de color azul, las sustituyó con vidrio de ese color que se despedazó para que pudiera ser aplicado.
“Uno de los puntos principales de la pintura mural es el que tiene que ver con su perdurabilidad. Si es arte público y está a la intemperie, ¿cómo se puede conservar? (David Alfaro) Siqueiros y Rivera hicieron algunos experimentos al respecto, pero la propuesta de O’Gorman fue bastante efectiva, pues el mural confeccionado con estas piedras ha resistido y se ha conservado en excelente estado hasta la fecha”, agrega la investigadora.
Iconografía
En la cara norte del mural, O’Gorman usó imágenes del Códice Borbónico y el Códice Mendocino para representar la época prehispánica, pues su propósito era que semejara una especie de amoxcalli, que en náhuatl significa “casa de libros”, o sea, el lugar donde se guardaban los códices precolombinos (documentos pictóricos hechos por miembros de los pueblos indígenas de Mesoamérica para dejar constancia de su historia, sus creencias, sus costumbres, etcétera).
“La forma de la Biblioteca Central es marcadamente horizontal, característica que se asocia a la forma de un libro y de los códices”, informa Eder.
En la cara sur, el pintor y arquitecto nacido en Coyoacán plasmó diversos aspectos de la cultura occidental y el carácter dual de la Conquista española y la época colonial.
“La peculiaridad de lo que se observa en esta cara es que no se parece a ninguna otra representación de la historia de la Colonia, porque se incluyó el debate de la ciencia como parte de aquélla. O’Gorman representó el conflicto entre las teorías de Ptolomeo, quien creía que la Tierra estaba inmóvil y ocupaba el centro del universo, y que el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas giraban a su alrededor, y Copérnico, quien aseguraba que la Tierra y el resto de los planetas giraban alrededor del Sol, lo cual iba en contra del geocentrismo defendido por las convicciones religiosas. También se aprecian escenas de las batallas durante la Conquista y del triunfo de la Iglesia sobre las creencias de los pueblos indígenas, que provienen del llamado Lienzo de Tlaxcala, un códice colonial producido en la segunda mitad del siglo XVI”.
En la cara oriente, O’Gorman reprodujo su particular visión del mundo contemporáneo, desde la Revolución mexicana hasta la modernidad de mediados del siglo XX, representada por el signo atómico. Y, por último, en la cara poniente, trabajó con elementos relacionados con la Universidad y el México actual, entre los que destaca, arriba al centro, el escudo de la UNAM con el lema: “Por mi raza hablará el espíritu”.
“Aunque la iconografía de Representación histórica de la cultura resulta notable, en realidad lo más importante es la asombrosa idea que tuvo O’Gorman de revestir un gran edificio como la Biblioteca Central con piedras de distintos colores naturales. En este sentido, la originalidad de esta construcción es incontestable. Creo que, con lo que dejó plasmado en sus muros, O’Gorman alcanzó en la segunda fase de su vida el objetivo al que aspiraba. Por cierto, junto con Brasilia, inaugurada en 1960 como la capital de Brasil, el edificio Seagram, en Nueva York, y otros inmuebles, la Biblioteca Central aparece en innumerables libros como un ejemplo.
Mural y arquitectura unidos
DOS OBRAS EN UNA, EL EDIFICIO
EMBLEMÁTICO DE LA UNIVERSIDAD
La Biblioteca Central es una obra que bien podría considerarse dos si no fuese un todo indivisible: por un lado, es el edificio insignia de la UNAM y, por el otro, el mural mejor conocido de Ciudad Universitaria, aunque para su autor, Juan O’Gorman, fue algo más: su regreso a la arquitectura tras un exilio autoimpuesto de 12 años. Eso fue en 1936 después de que, como él mismo escribiera: “Una mañana, al salir de casa, tuve la buena idea de cerrar el despacho para dedicarme a actividades más acordes con mi personalidad y con mi modo de ser”.
La profesora Louise Noelle Gras conoció a O’Gorman en 1976, cuando editaba la revista Arquitectura México y por razones de trabajo tuvo encuentros intermitentes con él hasta 1980, cuando dejó su puesto para, meses después, integrarse de forma definitiva al Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM. “No diría que fue mi amigo, pero sí lo recuerdo como alguien muy cordial, elegante, serio y, sobre todo, muy severo para juzgarse a sí mismo y a sus creaciones”.
Quizá esa autocrítica tan propia de él –plantea la académica– fue la que le hizo renunciar a su profesión con apenas 31 años de edad y seis de ejercicio profesional (de 1929 a 1935), pero la invitación que le hicieron Mario Pani y Enrique del Moral, autores del Plan Maestro de CU, en 1949 para diseñar lo que sería la Biblioteca Central –junto con Gustavo Saavedra y Juan Martínez de Velasco– lo trajo de vuelta. “En su autobiografía no explica el porqué de tal decisión, pero creo que el haber regresado, y de una manera tan contundente, se debe a la oportunidad ofrecida entonces de conjugar en un proyecto sus dos grandes vocaciones: pintura y arquitectura”.
Justo de aquella época (1950) es su famoso Autorretrato múltiple, obra de caballete en la que O’Gorman se representa a sí mismo, del lado izquierdo del lienzo, como un arquitecto con escuadra en mano, mientras que en el derecho se personifica como un pintor con pincel en la diestra. Como expresara alguna vez la investigadora emérita Ida Rodríguez Prampolini: “Lo que hace distinto a O’Gorman de la mayor parte de los hombres notables es la integración que supo hacer de dos facultades que en la mayoría de los seres humanos se dan escindidas: la que define a los artistas y la que produce a los científicos”.
Para la doctora Louise Noelle, la Biblioteca Central es el lugar donde, tras trabajar en ámbitos separados, el Juan pintor y el O’Gorman arquitecto pudieron al fin convivir. “Hoy esta construcción es uno de los mejores ejemplos de integración plástica en México y para corroborarlo sólo basta imaginar que quitamos uno de los elementos: el inmueble perdería parte de su sentido sin su mural y los murales no transmitirían lo mismo si no estuviesen integrados al edificio”.
Le Corbusier alguna vez aseveró: “Arquitectura y artes plásticas no son dos cosas yuxtapuestas; son un entero coherente y sólido”, máxima que O’Gorman concreta en la Biblioteca Central, algo que no debería sorprender de un hombre que al hablar de arquitectura decía: “Debe hacerse siempre como obra de arte”, y que al hacerlo de pintura en muros opinaba: “Hay que planearla como se planea una casa”.
Historia escrita en piedra
Pocos pueden citar de memoria el nombre del mural de la Biblioteca Central, Representación histórica de la cultura; pero todos –o casi– saben que está hecho de millares de piedrecillas incrustadas en las cuatro caras de la torre de acervos, donde forman figuras que nos remiten a nuestro pasado prehispánico, a la cosmología de la Nueva España, al México de mediados del siglo XX y a la UNAM. Se trata, en otras palabras, de historia escrita en piedra.
Sobre por qué se decantó por dicho material, Juan O’Gorman le compartió a Alfredo Robert en el documental biográfico Como una pintura nos iremos borrando: “El mosaico de piedras de colores se hizo aquí, en la Universidad, con el objetivo de llenar un edificio que originalmente iba a ser un cubo horrible, espantoso. Querían recubrirlo de vitricotta. ¡Figúrense el horror si se hubiera consumado eso!”.
Aunque en realidad, como aclararía el pintor en su Autobiografía, dicha técnica no nace en la Ciudad Universitaria de los años 50 del siglo pasado, sino un poco antes, en 1945, a seis kilómetros de distancia, en
un museo aún en obra negra de San Pablo Tepetlapa. “Los primeros mosaicos de piedras de colores realizados en México fueron los que, con dibujos del maestro (Diego) Rivera, hice yo en el Anahuacalli”.
Sobre cómo se gestó la idea, la investigadora detalla: “Ambos artistas se dieron cuenta de que los techos del edificio, con el concreto al desnudo, no lucían bien y pensaron en remediar eso sin recurrir a la pintura o al aplanado. A Rivera se le ocurrió que, si pintaba trazos en las tablas del encofrado y, antes del colado acomodaba pedrería de diferentes tonos encima de las marcas en la madera, al fraguar aquello tendría una superficie con figuras delineadas en piedra. Esto sería el antecedente de lo que se haría, poco después, en el campus”.
Sin embargo, la Biblioteca Central es muy diferente del Anahuacalli y, para cubrir sus cuatro mil metros cuadrados de paredes exteriores, O’Gorman tuvo que adaptar la técnica y dibujar, en tamaño real, el mural entero. En esta ocasión el procedimiento consistió en trazar cada parte de la obra a escala 1:1. Esa plantilla se usaba como guía para colocar las piedras policromas y luego se hacía un precolado. Al final se obtenían lozas de un metro que se colocaban como piezas de rompecabezas, unas junto a otras, para revelar la imagen de conjunto.
En este proyecto la selección de las piedras fue crucial, por lo que O´Gorman, para hacerse de los tonos necesarios, recorrió gran parte del país, asesorado por un ingeniero de minas, amigo de su padre. “Al final seleccioné una decena de colores: un rojo Venecia, un amarillo siena, dos rosas de diferente calidad, un gris violáceo, el gris oscuro del Pedregal, obsidiana negra y calcedonia blanca. También mármol blanco y dos verdes, uno claro y otro oscuro. Para el azul emplee vidrio coloreado y después triturado”, escribió.
En opinión de Louise Noelle, lo logrado en la Biblioteca Central es tan importante que no le extraña que, al día de hoy sea el edificio mexicano más fotografiado. “¿Y quién no quiere una foto ahí? Sólo basta con verlo de cerca para apreciar los resultados. Pese a que O’Gorman tuvo que lidiar con miles de mosaicos nunca vemos líneas rotas, así de atento era al detalle. Colocar todos estos paneles con tal cuidado fue un trabajo de filigrana que le llevó más de un año”.
En todos estos experimentos con la roca, O’Gorman perseguía una meta concreta: la permanencia, como él admitiría al escribir: “La pintura con el tiempo se borrará, en cambio el mosaico de piedra de colores o vidrio es permanente”. Y tenía razón, agrega la profesora Louise Noelle, “aunque quizá algunas partes se han visto afectadas por la contaminación y la lluvia ácida, estamos ante un mural que a 70 años de su creación se mantiene casi perfecto. Esto se debe al gran ingenio del autor, y también a la durabilidad de la piedra”.
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