Pablo Amargo. Arte gráfico de profunda sencillez

Arte gráfico por naturaleza

Nuestros ojos son pasto de la obsesión del mercado global por captar nuestra atención. A veces parece que la ciudad es un simple soporte —una extensión de la pantalla de nuestro leal dispositivo inteligente— para colocarnos en la mente la última e inaplazable oportunidad de adquirir o consumir algo imprescindible. Estamos sometidos a una estridencia visual constante, que ya no nos molesta porque nos es natural: entre edificios y asfalto, millones de leds e imágenes de paisajes increíbles, escenas idílicas y excitante juventud plastificada. En definitiva, promesas para escapar de la existencia que nos devora.

Pero en esta jungla aún hay creadores que dejan a un lado el oropel y el artificio tecnológico para sumergirse en aguas más hondas, donde las explosiones digitales se desvanecen y solo tiene razón de ser la esencia de la idea. En esa latitud plástica se levanta el arte gráfico de Pablo Amargo (Oviedo, 1971), ofreciendo un enfoque muy personal que desmonta el sentido obvio de lo cotidiano para generar nuevas significaciones. Nuevas maneras de mirar lo mil veces mirado que nos llevan a reflexiones sosegadas y sencillas —sin direccionamientos tendenciosos— y nos acercan al tejido paradójico y contradictorio de la realidad.

El humor analógico de Pablo Amargo

Este ilustrador posee el latido creativo de nombres como Isidro Ferrer, Chema Madoz o, por proximidad formal, Shigeo Fukuda; auténticas referencias en cuanto a su extraordinaria capacidad para moldear conceptos y construir situaciones que siembran en nuestro cerebro la semilla de la evocación.

En este caso, Pablo Amargo aporta un rasgo muy identificable y que, de una u otra forma, siempre emerge: el humor. Un guiño cómico, espontáneo y sutil brota cuando los dibujos traspasan los límites de su lógica compositiva para situar al observador en perspectivas imposibles, que nos pueden remitir, en ocasiones, al imaginario del maravilloso M. C. Escher.

El trazo de Pablo Amargo es delicado; una danza perfectamente acompasada de líneas rectas y curvas limpias, armonizada por la melodía del color negro, a menudo sobre blanco. Aunque en determinados momentos también aparecen otros tonos cromáticos que le sirven para subrayar detalles o, directamente, para encuadrar su peculiar poética visual.

Podemos disfrutar de sus obras en medios icónicos como The New York Times, The New Yorker o National Geographic y, en España, en El País o La Vanguardia. Así como en cubiertas editoriales y diversas piezas de comunicación; pero el pulso más personal está en sus propios libros, entre los que destaca el fascinante Cat are paradoxes. No es de extrañar que la profunda sencillez de este ovetense haya sido merecedora de los más importantes premios en su ámbito dentro y fuera de España, como el Nacional de Ilustración o la Gold Medal de la New York Society of Illustrators.

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