PARA ENTRAR BIEN – Diario La Tribuna

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ANNUS HORRIBILIS”. Se llevó a una Reina, a un Rey y a un Papa. (QDDG). Así que, para entrar bien al año nuevo, –otros dirían con pie derecho– no izquierdo –aunque en el actual orden de cosas, quién sabe si eso no sería motivo de susceptibilidades– hagámoslo leyendo a uno de los mejores poetas que ha tenido Honduras. Daniel Laínez. JESÚS: I. Despertar de conciencias… ¡Mañana esplendorosa!/ vistiendo blanca túnica, sencilla y vaporosa/, un hombre iluminado de inspiración divina/ cruzaba los fecundos predios de Palestina…/ Su voz era un salterio de música encantada/ y era una llama de sacra la luz de su mirada./ Los pájaros trinaban en la floresta umbría/ y una lírica fuente lejana desleía/ su monocorde gama… ¡doliente ritornelo/ que se perdía en la amplia impavidez del cielo!/ El Jordán, cristalino, alegre y refulgente/, cantando entre las peñas corría mansamente…/ Así iba el peregrino señor de Galilea/ sembrando la semilla fecunda de una idea/, con sentimientos santos y palabras de Artista…/. De pronto, sin pensarlo, se halla frente al Bautista/, y ambos se reconocen y embriagados de gozo/ hermanan sus dos almas temblando en un sollozo/. Y con las frescas linfas del límpido Jordán/ derraman su bautismo las manos de San Juan/. ¿Después? Horas terribles de conmoción y prueba…/ Un ángel en sus brazos al desierto lo lleva/ para que allí, en el seno de aquel reino de paz/, con fastuosas promesas lo tiente Satanás…/ Pero él resiste y lucha contra el audaz y rudo/ empuje del demonio que contrariado y mudo/ aléjase a la cumbre de agrestes peñascales/ al ver que han fracasado sus planes infernales/.

II. Lázaro –el dulce hermano de Martha y María–/ goza la paz perpetua queda la tumba fría…/ Y al ver la aflicción de ellas, con un gesto sereno/, <<Seguidme hacia la fosa>> les dice el Nazareno/. Y Juan y Pablo y Pedro y Martha la piadosa/ fueron siguiendo mudos su huella luminosa/, hasta pararse frente a la fría sepultura/; y él: <<levántate y anda>> le dice con ternura/; y Lázaro, aquel hombre sepulto ya tres días/, siente que le renacen sus muertas energías/; y se… incorpora alegre de fondo de su fosa/ ya limpio de pecados… y con voz temblorosa/ da las gracias al cielo y divulga la hazaña/ generosa del Maestro, de cabaña en cabaña/. Todos le oyen atónitos, de asombro fascinados/, y acuden al Rabino, quien lava sus pecados/. Los niños, las mujeres, y hasta los mismos sabios,/ bebían las doctrinas que fluían de sus labios./ Y todos le confían sus penas y sus males/ y para todos tiene consejos fraternales/. Alivia a un paralítico y a un sordo-mudo y luego/ con solo su palabra le da la vista a un ciego/. Recorre los caminos con su sandalia rota/ y su sandalia tiñese con sangre gota a gota/; entonces Magdalena con un fervor de santa/ unge con sus cabellos la llaga de su planta/ Y así va predicando de poblado en poblado/: <<el reino de los cielos, mortales, se ha acercado>>. III. Una luna fantástica surca la noche plena/ Jesús con sus discípulos disfruta de la cena/; y habla de Amor, de Fe, de Caridad, de todo/; del gusano asqueroso que se arrastra en el lodo/, como del cóndor fuerte que se lanza al espacio/; del opulento rey que vive en su palacio/ rodeado de esplendores… y también del mendigo/ a quien debemos darle: pan, consuelo y abrigo/. Cuando de pronto siente en sus mejillas tersas/ el beso con que Judas lo entrega a las perversas/ mesnadas… ¡Ay! Y Pedro, a quien el miedo ciega/, antes que cante el gallo por tres veces lo niega/, Todos lo vituperan y el sombrío Pilatos/ –que como poderoso, es irónico a ratos–/ ante una muchedumbre de fieles y paganos/ a muerte lo condena… ¡Y se lava las manos…!/ Y marcha Jesucristo con su madero a cuestas/ a sufrir su condena con Dimas y con Gestas/ –un noble bandolero y un terrible asesino–/ quienes esperan mudos… y el manso peregrino/ con su cruz y su túnica –que se tornó en sudario–/ escala lentamente las cumbres del Calvario/, en donde envuelto en áureos resplandores de fuego/ recibe la lanzada de Longinos el ciego…/ Y antes que en el madero las fuerzas le faltasen/ a todos los perdona… ¡pues no saben lo que hacen!/ y hasta al mismo Longinos le devuelve la vista…/ Y así muere aquel noble señor de Galilea/ sembrando la semilla fecunda de una idea/ con sentimientos santos y palabras de Artista/.

IV. ¡Oh, señor Jesucristo!/ ¿Dónde están tus doctrinas?/ Nuestras almas ¡tus almas! Hoy encuéntranse en ruinas/. Tú que fiel recorriste el soleado camino/ en lomo piadoso de un humilde pollino;/ que vestías por hábito una túnica blanca/, blanca como tu alma, sencilla, dulce y franca/; que subiste al Calvario coronado de espinas/ por dejarnos, piadoso, luminosas doctrinas/; y que vida le diste con tu verbo postrero/ al ladrón que contigo expiró en el madero/; hoy tienes en la tierra regios representantes/ que lucen en sus testas coronas de diamantes/; que cruzan sus mansiones pobladas de jardines/ entre una alucinante fanfarria de clarines/, y que imponen soberbios, caprichosos sus leyes/ con el tono altanero con que lo hacen los reyes/. Ya nadie sigue Maestro, tus huellas luminosas/: en vez del sayal blanco las túnicas fastuosas/, corona de diamantes en vez de la de espinas…/ ¡Oh, tu señor de magas pupilas misteriosas/, amigo de las llagas, del llanto y de las rosas/, ¿Dónde están tus discípulos y dónde tus doctrinas?/. V. LETANÍA FINAL/ Vengo a pedir perdón por todos los humanos/; vengo en nombre, Maestro, de la diosa Razón/. Abeles y Caines… ¡todos somos hermanos,/ y para todos debes tener tu absolución…!/ ¡A los crueles tiranos que soñándose reyes/ subyugan a los pueblos pisoteando sus leyes!/ ¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!/ Al militar perverso y el pueblo Sancho y Panza/ que con promesas vanas emprenden la matanza/: ¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!/ A las turbas salvajes de fieros asesinos/ que en pos de sangre y oro recorren los caminos/. ¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!/ A los hambrientos jueces que enfermos de avaricia/ por un montón de cobre pervierten la justicia/: ¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!/ A las madres sin nombre, que –cual crueles alimañas–/ destruyen despiadadas el fruto en sus entrañas/: ¡Perdónalas, Señor, que no saben lo que hacen!/ A las damas infieles de instinto indecoroso/ que por esplín o hastío le faltan al esposo/: ¡Perdónalas, Señor, que no saben lo que hacen!/ A las tristes rameras, con ojos de locura/, en cuyos pobres pechos no anida la ternura/: ¡Perdónalas, Señor, que no saben lo que hacen!/ A los pálidos clérigos, hipócritas, sensuales/, que gustan de los siete Pecados Capitales/: ¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!/ Al banal periodista y al poeta mercenario/ en cuyas manos trémulas se agita el incensario/: ¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!/ A los tristes avaros que sin ningún decoro/ no duermen custodiando sus talegones de oro/: ¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!/ Y a los amigos ruines que con guantes de razo/ nos hieren las espaldas al darnos un abrazo/: ¡Perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen!/ Perdónalos, Rabino… ruega por todos ellos/. Siembra en sus pobres pechos la semilla del Bien./ Que tu palabra irradie magníficos destellos/ a través de los siglos de los siglos. Amén. (La contextura sólida, en educación, cultura y talento, de las personalidades de ayer –solloza el Sisimite– nada comparable a las sociedades de hoy. ¿Quizás sea esa alergia a la lectura de la actual generación? –Concurre Winston–. Y como muestra de esa abismal diferencia, un botón: qué elocuencia; toda la sacra historia, acoplada a una realidad vigente, condensada en unos hermosos versos).





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