¿Qué hacemos con los trofeos de caza del abuelo?
Un lobo lanza un desgarrador aullido envuelto en llamas. Ni la ferocidad de sus colmillos le salvará de la quema. Es su último grito de auxilio antes de ser devorado por el fuego, el triste final de un trofeo de caza reducido a cenizas. Junto al imponente ejemplar se destruyen en esa hoguera ‘bestial’ linces, leopardos, patas de elefante… hasta completar una docena de piezas naturalizadas de la colección cinegética de un particular. No es la primera ni será la última que desaparecerá pasto de las llamas en algún descampado de la piel de toro. ¿Qué está pasando?
El inexorable paso del tiempo está haciendo estragos en el coleccionismo de animales disecados, una afición en declive y estrechamente vinculada al de una estirpe de cazadores que lleva años diluyéndose por una cuestión biológica. La avanzada edad (y desde 2020 la covid) se ha llevado por delante a muchos de aquellos viejos constructores y empresarios que durante las décadas de los 70, 80 y 90 del siglo pasado, e incluso antes, recorrían el mundo con sus rifles al hombro para abatir piezas exóticas que luego traían a España.
A veces lo hacían con los papeles en regla y otras sin documentación alguna, porque fueron cazadas antes de la implantación de las normas internacionales. De hecho, nuestro país no se adhirió hasta 1986 al Convenio Cites, que regula el comercio de especies amenazadas en todo el mundo. Una vez aquí, los especímenes muertos, o mejor dicho lo que quedaba de ellos (básicamente piel, cráneo y cornamentas), ‘resucitaban’ en los talleres de taxidermia antes de engrosar espectaculares colecciones y decorar mansiones que, en otros tiempos, desfilaban sin freno por las páginas del ‘¡Hola!».
Lo cierto es que parte de ese mundo de grandes (y carísimas) expediciones de caza por tierras lejanas se está desmoronando. Viajar a Botsuana para matar elefantes, abatir en Alaska un oso polar o cobrarse un leopardo de las nieves en las montañas de Mongolia no está ni de lejos tan de moda como hace treinta o cuarenta años. Al margen de que los países han restringido la caza de animales exóticos a cupos muy estrictos, ni los hijos ni los nietos han heredado el interés de sus padres y abuelos por los safaris y los pabellones de trofeos. Pesa, seguramente, la mayor conciencia medioambiental de las nuevas generaciones, pero a veces la realidad resulta más prosaica. No les seduce adornar el salón de su casa con la testa de un rinoceronte blanco y tampoco tienen sitio para albergar, si quiera una mínima parte de las colecciones (algunas superan el centenar de ejemplares) porque residen en viviendas más modestas..
«No saben qué hacer»
«Ni está de moda coleccionar animales disecados, ni la caza es ya una afición tan socialmente aceptada como hace treinta años», admite, no sin cierto pesar, uno de los responsables del Museo de la Caza de Los Yébenes (Toledo), el mejor museo privado de España de animales naturalizados, con más de 800 ejemplares en sus salas. A esta persona, propietario de una taxidermia, no deja de sonarle el móvil con llamadas de hijos y nietos de antiguos clientes que no saben qué hacer con los trofeos heredados.
«Me acaba de llamar una señora que ha heredado la casa de su padre fallecido por covid y me cuenta que tiene una colección de medio centenar de piezas, todas sin documentación porque fueron cazadas en los años 60. La familia no quiere saber nada, ni tiene dónde almacenarlas, y nos pregunta si tienen alguna salida. En general, la gente lo primero que intenta es vender los trofeos, pero es complejo y no se quieren meter en líos», detalla el taxidermista, que pide no revelar su nombre, y que cree que tampoco hay mercado para este tipo de artículos. «¿Quién va a comprar una colección de 300 corzos, dónde los va a meter?… Además, nadie quiere un animal que no ha cazado».
El responsable, que también es un experimentado cazador que ha recorrido medio mundo, ha recibido propuestas de donaciones para el museo manchego que dirige una fundación. «Hemos tenido que habilitar un sótano para guardar todos los trofeos que nos están llegando, y ya lo tenemos lleno», ilustra.
Grandes y pequeñas colecciones
Lo que describe es un patrón que se viene detectando entre los familiares de cazadores fallecidos que heredan inmuebles (incluyendo grandes mansiones) con animales naturalizados dentro. A veces el legado abarca grandes colecciones con osos, linces, alces, leopardos… y otras veces piezas sueltas, como un águila imperial disecada o la figura de una mujer africana tallada en un colmillo de elefante. Los herederos quieren deshacerse de la colección para poder vender la casa y es habitual que traten de monetizarla, sobre todo las piezas más valiosas, los marfiles por ejemplo.
«Si los pones a la venta te arriesgas a que te detengan por tráfico ilegal. Poseer un colmillo de marfil es como si tienes un kilo de cocaína, te tratan como a un narcotraficante», se queja otro coleccionista, que también pide mantener el anonimato. Aquí la discreción es la norma. En su caso concreto heredó un par de colmillos de elefante que su abuelo cazó en Kenia en los años 60, cuando no estaba prohibido, pero no puede acreditarlo con documentos oficiales porque no existían, «si acaso con alguna fotografía antigua, pero no me arriesgo a que me los quiten».
Todas las piezas abatidas con posterioridad a 1986, cuando España suscribió el convenio Cites, han de tener su ‘dni’ para garantizar que fueron cazadas dentro de la legalidad, y que su importación del país de origen, en caso de haber sido abatidas en el extranjero, también se hizo de acuerdo a la legislación internacional. «Un cazador ha podido matar en Tanzania un león o un elefante y ha importado el trofeo a España con todos sus permisos Cites. Pero la cuestión es que esos permisos nunca tienen finalidad comercial, es decir permiten acreditar a los herederos la legalidad de esas piezas para su tenencia, pero no pueden comerciar con ellos», explican fuentes del Seprona.
Donaciones al Museo de Ciencias
La donación es la salida más generosa a estas herencias, pero tampoco resulta tan sencillo como llamar a un museo y que vengan a recoger los animales. El Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), uno de los más populares de Madrid con cerca de 300.000 visitantes al año, está abierto a esta vía altruista, una práctica que regala a los animales una segunda vida. Ángel Garvía, conservador de la colección de mamíferos, ha notado un incremento «significativo» de las donaciones en los últimos años. Recibe decenas de ofertas de particulares, tanto de cazadores como de familiares de cazadores fallecidos, pero solo se materializa entre el 20 y el 25%. Cada año el MNCN suele cerrar una decena de donaciones, que pueden ser desde un búho, la típica ardilla disecada o un tigre de cuerpo entero, hasta colecciones de decenas de piezas.
«Lo primero que les decimos es que no hay remuneración económica y que no garantizamos la exposición permanente de las piezas en sala, y eso ya reduce bastante el interés», ilustra Garvía. Otro requisito es la documentación en regla, aunque en esto hacen excepciones porque hay herencias de hace cien años que carecen de papeles. «En estos casos en los que se obra de buena fe pedimos alguna fotografía antigua que demuestre que esas piezas ya estaban en la casa antes de Cites», cuenta Garvía. La vía de las donaciones ha permitido al museo ampliar su colección de mamíferos (con 26.000 registros) con cabezas de bisonte, cuellos de jirafa, leones, pumas o colosales cornamentas de wapitís, renos, caribús… Eso sí casi nunca reciben piezas labradas en marfil «porque la gente se las suele quedar en casa».
Dar certidumbre
La falta de ‘papeles’ para donar, exhibir o vender animales naturalizados está empujando a muchas familias a deshacerse por la vía rápida, incluso prendiéndoles fuego en piras fantasmagóricas, de colecciones de escaso valor económico, pero de indudable interés científico y divulgativo. «Me atrevería a asegurar que más del 95% y seguramente el 100% de los animales que componen estas colecciones se han cazado respetando las leyes del país de donde provienen y se han traído a España siguiendo la normativa vigente en el momento de la importación», afirma tajante José Luis López-Schümmer, presidente de Artemisan, una fundación privada que defiende la caza. «El problema», añade, «radica en poder demostrar de forma fehaciente la legalidad de los trofeos cuando en la mayoría de los casos los documentos que podrían acreditarlo no existen porque en su momento ni siquiera se expedían».
Por eso, Artemisan quiere proponer al Ministerio de Transición Ecológica (Miteco), del que depende todo lo relativo a Cites, una especie de amnistía «para dar certidumbre a muchos propietarios ahora sujetos a inseguridad y a posibles sanciones e incautaciones. Y si el Seprona observa algún indicio de delito durante el proceso de regularización que lo investigue de forma concienzuda». Para López-Schümmer, todos los sectores implicados deben buscar una solución para «no estar todo el día con la espada de Damocles sobre la cabeza por ese trofeo de lobo naturalizado que cazó el bisabuelo en 1947 o esas figuritas de marfil que compró una tía abuela en un viaje a la India en 1974».
18.000 euros por una pareja de colmillos
El Seprona, el Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil, se incautó a principios de este año en una sola operación de 1.090 especímenes disecados, más que la suma de todos los intervenidos en los años 2020 y 2021. De estos ejemplares, 405 pertenecían al Cites por su especial protección. Las piezas fueron halladas en unas naves de Bétera (Valencia), dentro de la finca particular de un empresario, al que se investiga por un presunto delito de contrabando y otro relativo a la protección de la flora y fauna. Se trata de uno de los mayores decomisos de animales disecados hechos en Europa.
La colección contaba con animales con diversos niveles de protección como el guepardo, leopardo, león, lince, oso polar, pantera de las nieves, rinoceronte blanco… y 198 colmillos de marfil de elefantes, de lo más preciado en este mercado. «Los colmillos y las tallas labradas en marfil es de lo que más se incauta», señalan fuentes del Seprona, cuyos agentes rastrean las webs de compraventa donde se suelen ofrecer este tipo de artículos «de forma fraudulenta». Según los investigadores, una pareja de colmillos de elefante de buen tamaño montados en una peana puede alcanzar «tranquilamente» los 18.000 euros.
Desde el Seprona explican que las piezas pueden ser legales (cuentan con el ‘dni’ de Cites), «pero esos permisos Cites que se emiten para los trofeos nunca tienen finalidad comercial, es decir, te permiten acreditar la legalidad de las piezas para tu tenencia pero no para venderla y obtener un lucro económico«. Hay excepciones como antigüedades de marfil de antes de 1947. Los agentes están convencidos de que la circulación de piezas valiosas en el mercado es una forma de fomentar la caza furtiva e incluso el robo de trofeos de colecciones particulares.