¿Qué hora es? El tiempo, nuestra materia prima

¿Qué hora es? El tiempo, nuestra materia prima


“Me despierto en la misma habitación todos los días, me pongo ropa del mismo color, como en la misma mesa con la misma gente, camino en el mismo recinto y miro el mismo paisaje día tras día”. Esto no es parte del diario de alguna de los millones de personas que atravesaron la pandemia y el confinamiento a raíz del coronavirus. Se trata, en cambio, de un tramo del libro From the Inside (Desde adentro), en el que Robert L. Berger relata sus cuatro años y medio de vida carcelaria. Berger era un próspero hombre de negocios, CEO de la Royce Aerospace Materials, compañía productora de material aeroespacial, poseedor de lujosas mansiones, un barco, varios autos y la membresía en refinados clubes privados. Ese perfil se hizo añicos cuando la IRS (Internal Revenue Service), equivalente estadounidense de la Afip criolla, lo acusó de incumplimientos y delitos fiscales que lo llevaron a prisión. Su sincero relato de la experiencia no solo describe con rigor documental la vida en la cárcel, sino que resulta una profunda meditación sobre los misterios del tiempo.

¿Qué es el tiempo cuando no hay acontecimientos que se sucedan unos a otros, cuando, como en la memorable película El día de la marmota (dirigida por Harold Ramis y protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowell), quedamos atrapados en un bucle que nos condena a vivir una y otra vez los mismos hechos? Cuando relojes y calendarios pierden su significado porque marcan horas y días vacíos. “Los intervalos de tiempo carentes de cambio y actividad se experimentan como lentos, pero, con poco o nada que recordar, pronto se evaporan en la memoria y parecen haber pasado rápidamente”, señala el sociólogo de la Universidad de Florida Michael G. Flahertyes, autor de The Cage of Days: Time and Temporal Experience in Prison (La jaula de los días: el tiempo y la experiencia temporal en prisión) y The texture of time (La textura del tiempo). Agrega Flahertyes: “Tanto los presos como los no presos hemos sido socializados en la estandarización del tiempo desde la infancia y ese proceso nos deja bastante incómodos cuando no sabemos qué hora es. Intuitivamente, nos damos cuenta de que perder la noción del tiempo nos desincroniza e impide nuestra capacidad de coordinar nuestras acciones con los demás”.

Aunque no la hagamos consciente, la paradoja del tiempo nos habita y nos inquieta: cuando se detiene es la vida la que parece cesar, cuando corre veloz parece que esa misma vida se nos escapa. Y, sin embargo, el tiempo no es lento ni rápido, no vuela ni se estanca. Más allá de nuestra ilusión de capturarlo en relojes y en calendarios, de envasarlo en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, siglos y milenios, nada hay que podamos exhibir como prueba real de su existencia. Es posible que el día en que el último humano desaparezca de la faz de la tierra también el tiempo deje de existir. Porque, en definitiva, se trata de nuestra creación, una creación de la que hemos quedado prisioneros.

Como apunta Flahertyes, “las personas a menudo provocan o cultivan formas deseables de experiencia temporal y suprimen o minimizan las formas indeseables. Por ejemplo, uno puede participar en una actividad que lo distrae para que el tiempo parezca pasar más rápido, o tratar de reducir la velocidad y concentrarse en los detalles del momento presente para que dure más”. En relación con sus investigaciones sobre el tiempo en la prisión, concluye que “todos debemos negociar el terreno en disputa entre la estructura del tiempo y su transcurso. Y, como prisioneros, ganamos algo y perdemos algo”. Con su siempre conmovedora sabiduría Borges escribía hacia 1952, en Nueva refutación del tiempo: “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”. Somos tiempo, pues, y no otra cosa.



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