¿Siguen vigentes las ideas de Le Corbusier a día de hoy? El hombre y la máquina

¿Siguen vigentes las ideas de Le Corbusier a día de hoy? El hombre y la máquina


«La casa debe ser el estuche de la vida, la máquina de la felicidad». Así entendía la vivienda Le Corbusier (1887-1965), uno de los arquitectos más relevantes y visionarios del siglo XX. Con «las pupilas abiertas», a las que hacía referencia en su Poema del ángulo recto, este arquitecto franco-suizo enseñó a sus coetáneos a mirar la practicidad intrínseca en los diseños de los automóviles, aviones y transatlánticos del momento. Más que su estética o el espíritu maquinista, lo que Le Corbusier quería versionar en una vivienda era la eficacia funcional de las máquinas en las tareas para las que habían sido concebidas. «La casa es una máquina de vivir, baños, sol, agua caliente y fría, temperatura regulable a voluntad, conservación de los alimentos, higiene, belleza a través de proporciones convenientes. Un sillón es una máquina de sentarse. Los lavabos son máquinas para lavar…». Le Corbusier expresaba su convencimiento de que la arquitectura tradicional no podía dar respuesta a las exigencias que conllevaba la vida moderna. De ahí su propuesta por una arquitectura más asentada en la era industrial y que, además, repercutiera positivamente en la vida de los habitantes.

El primer proyecto que levantó en este sentido fue la Unidad de Habitación o Cité Radieuse en Marsella, de 1952, que más tarde replicaría en otras ciudades francesas (Nantes-Rezé, Briey y Firminy-Vert) y en Berlín. Este imponente bloque de vivienda colectiva fue también la primera gran obra residencial de este revolucionario de la arquitectura moderna y en ella aplicó sus cinco principios básicos: la fachada libre, los pilares, la ventana longitudinal, la planta libre y el techo-jardín.

 

Laboratorio de innovación

En la Unidad de Habitación introdujo también los últimos adelantos tecnológicos, como el uso del hormigón armado y la construcción mediante el ensamblaje de paneles prefabricados y losas de techo vertidas. Ponía así en práctica su idea de industrialización de la arquitectura en general y de la vivienda en particular. El resultado fue tan colosal que marcó el inicio y se convirtió en el gran referente de la arquitectura brutalista, que tanto auge tendría entre 1950 y 1970. Aunque la escala monumental de la Unidad de Habitación pueda indicar lo contrario, es un edificio concebido a imagen y semejanza del ser humano. Por una parte, porque ejemplifica las teorías sobre la humanización de la arquitectura, al proporcionar a sus habitantes servicios elementales como escuela, panadería, supermercado, gimnasio, piscina… Por otra, porque fue la primera construcción que Le Corbusier realizó a partir del Modulor, un sistema de medidas o módulo constructivo, que él mismo había creado, basado en las proporciones humanas y en una relación matemática entre ellas.

Orden y armonía

El Modulor toma como referencia la figura del hombre francés medio del momento, es decir 1,75 metros de estatura, de pie y con el brazo levantado, y de su mitad, a la altura del ombligo. Con esta propuesta antropométrica demuestra que cada magnitud se relaciona con la anterior a partir del número áureo, por lo que es una escala de proporciones válida para construir edificios armónicos.

La Unidad de Habitación es un ejemplo diáfano de la búsqueda de Le Corbusier del orden y la proporción por la geometría. Según el arquitecto, esta «solucionará los problemas de la arquitectura». A lo que añade: «Las formas primarias son las formas bellas, pues tienen una lectura clara«. Dos aseveraciones que van en la línea del Movimiento Moderno o Racionalismo que él representa.

Para subrayar ese carácter geométrico y modular de la fachada, y de paso equilibrar la contundencia que le confiere el hormigón armado, Le Corbusier vuelve a recurrir al color como elemento constructivo. Pintando las jambas y los dinteles con tonalidades suaves de azul, verde, rojo, naranja, marrón… rompe con la uniformidad y consigue dar variedad, ritmo y vibración al conjunto. Porque, además de ser un arquitecto genial, Le Corbusier es un pintor memorable. Por ello era plenamente consciente de la capacidad del color para modificar el espacio y actuar psicológicamente sobre las personas. Y lo aplica con tanta rotundidad y, a la vez, con tanta sutileza que consigue que, en conjunto, sus obras arquitectónicas sean grandes máquinas de emocionar.



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