Un año sin Ricardo Bofill, el arquitecto más instagrameable

Un año sin Ricardo Bofill, el arquitecto más instagrameable


Ricardo Bofill fue el arquitecto catalán más internacional, con permiso de su idolatrado Antoni Gaudí. Edificios diseñados por él se diseminan por todo el globo: de vivienda social en Francia o Argelia –nunca dejó de hacerla, creía que era el reto más difícil– a proyectos rutilantes como la sede de Shiseido en el exclusivo barrio de Ginza de Tokio, o uno de los rascacielos más emblemáticos de Chicago, el 77 West Wacker, de 50 plantas.

A punto de cumplirse un año de su muerte, su obra tiene más vigor que nunca gracias a la fotografía. “Tenía un sentido muy teatral de la arquitectura, muy escenográfico”, evalúa Gregori Civera, que fotografía desde hace más de doce años su obra para el Ricardo Bofill Taller de Arquitectura (RBTA), una obra que abarca seis décadas y se reparte en cuatro continentes.

Ahora expone una selección con las mejores imágenes de su archivo, que puede visitarse hasta el 10 de febrero en la galería Kolektiv Cité Radieuse de Marsella. Paradójicamente, la exposición BofillxCivera se encuentra en una de las plantas del famoso edificio Unité d’Habitation, de Le Corbusier, un arquitecto del que Bofill abominaba. Para el arquitecto catalán, Le Corbusier era “el diablo”, ya que pese a contar con “un talento y una fuerza extraordinarios” desarrolló teorías urbanísticas que solo podían atribuirse a ser “una mala persona”, había declarado en diferentes entrevistas. 

“Yo creo que le haría gracia verse en un edificio de Le Corbusier, no se sentiría incómodo en ningún sentido”, asegura Gregori Civera, que fue un estrecho colaborador suyo en vida y ha puesto en marcha la exposición de Marsella en colaboración con Pablo Bofill, continuador de su legado en RBTA junto con Ricardo, el primogénito. Al fin y al cabo, obras como el Walden 7 de Sant Just Desvern se inspiraron veinte años después en la filosofía de Unité d’Habitation de Le Corbusier en Marsella, recuerda: ambas funcionan como una ciudad vertical, con viviendas conectadas, tiendas y todo tipo de servicios. Pero si bien Le Corbusier, en plena postguerra, levantó aquella contundente mole rectangular de hormigón en Marsella más preocupado en cuestiones como la higiene (que las viviendas tuvieran luz y estuvieran aireadas) que en la estética, Ricardo Bofill se pudo permitir, proyectando en los setenta, el lujo de ser sensual en el Walden 7, apostando por ejemplo por el azul intenso de los pasillos interiores. 

No falta en la exposición BofillxCivera la Muralla Roja de Calpe (Alicante), ubicada en la urbanización de la Manzanera y archiconocida gracias a Instagram: su fama llegó hasta a Corea del Sur, inspirando las icónicas escaleras por las que subían y bajaban los protagonistas de la serie de Netflix El Juego del Calamar. Frente al alarde de color y geometría de los apartamentos de la Muralla Roja de Calpe cualquier artificio sobra, cree Civera: “lo importante es dar con la idea, no sacar a la obra de su contexto ni ofrecer una perspectiva nunca vista, si no reaccionar a lo que tienes delante”. La muestra repasa toda la trayectoria de Bofill. Desde el Barrio Gaudí en Reus (1968), conjunto de viviendas muy económicas donde empezó a ensayar sus teorías urbanísticas bajo la premisa de evitar a toda costa el concepto “ciudad dormitorio”, a proyectos más actuales como la Universidad Mohammed VI en Marruecos.

No repetirse jamás, como Gaudí

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Si algo aprendió Ricardo Bofill de Gaudí, a quien consideraba “el genio más grande de la historia de la arquitectura” es que ninguna obra puede repetirse, independientemente de su éxito. “Mucha gente tiene una idea y toda la vida le da al mismo clavo. Él no y eso significa arriesgarse de forma continua, también desde el punto de vista empresarial”, destaca Gregori Civera. Esa forma de ser y de hacer, no tener miedo a equivocarse y replanteárselo todo una y otra vez, es la mayor lección de vida que el fotógrafo se llevó del arquitecto, dice, desde que lo conociera en 1997, cuando con solo 26 años fue a fotografiar el Teatre Nacional de Catalunya, diseñado por él inspirándose en la antigua Grecia.

Años después, en 2009, la revista Vanity Fair le hizo el encargo de retratar a la familia: a partir de ahí, Civera ha fotografiado los edificios del Ricardo Bofill Taller de Arquitectura por todo el mundo. “Él era un provocador, pero en las distancias cortas era una persona encantadora que se interesaba por la gente que tenía alrededor, a veces con más paciencia y otras con menos, como todo hombre muy ocupado”, destaca. Su obra sigue en construcción, bajo el mando de sus dos hijos. 



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