Un doble regalo para mis lectores

Un doble regalo para mis lectores


Este sería mi soliloquio número 120. Comencé a escribir en Evangélico Digital (algo que considero una honra y por lo que siempre estaré agradecido a sus directores) el 5 de julio de 2020, hace ya dos años y medio, y me gustaría compartir con mis fieles lectores un regalo muy especial para mí.

De hecho, es un doble regalo, relacionado con la última novela que he publicado: Guillermo Perrofiel. Es el primer libro de una saga titulada Las historias de Tala. La obra es recomendable de doce años en adelante, hasta para jóvenes nonagenarios. Tala es un mundo que he creado y que, a grandes rangos, puedes conocer en el siguiente mapa.

Un doble regalo para mis lectores

La historia de Guillermo Cachín es solo la puerta de entrada a este fantástico mundo llamado Tala. El joven es un sencillo albicitano que logra escapar de la muerte al convertirse en un gran perro lobo. Guillermo, ahora llamado Perrofiel, con sus amigos de Casas del Alba, deberá enfrentarse a gigantes despiadados, brujas y reyes poderosos y a otras criaturas sorprendentes en un viaje que atrapará nuestro corazón para descubrir la belleza y el misterio de Las historias de Tala.

Y aquí va el doble regalo… En este artículo reproduzco el capítulo dos del libro, en el que se nos narra la llegada de tres monstruosas criaturas a Valle Gentil, y te hago llegar el audiolibro de los tres primeros capítulos. La novela tiene dos partes que suman treinta y tres capítulos. La primera parte se titula, El pueblo y el viaje, y la segunda mitad, El rescate.

Y sin más rodeos, te dejo con esta muestra de mi novela, al alcance de cualquiera en Amazon.

 

En audio, los tres primeros capítulos unidos: Ivoox de Juan Carlos Parra.

En audio, los tres capítulos por separado: Ivoox de Audiocuentos cristianos.

En vídeo, los tres capítulos por separado: Youtube de Juan Carlos Parra.

 

Habían transcurrido cuarenta y tres largos y tristes años desde el desembarco, no obstante, todos lo recordaban cada mes, cada semana y cada día de su penar. Unos lo vivieron y quedaron marcados por el terror; otros no habían nacido aún, pero sus padres se lo contaron muy pronto, en cuanto tuvieron uso de razón. Así podrían entender la causa de sufrir tal angustia, el temor que, como una camisa de fuerza jalonada de vergüenza, oprimía a la población gentileña sin excepción.  

Matías, el vigía de la atalaya de Buena Vista, había divisado una tétrica embarcación aproximándose por el basto mar Oriental. Al principio fue solo una mancha en la lejanía, como una mota de polvo en el cristal del catalejo, pero, poco a poco, el punto en el horizonte se fue convirtiendo en una fantasmagórica imagen que hizo despertar al viejo guardián de su letargo. El vigilante tocó la campana de alarma y en Buena Vista supieron lo que era una amenaza real por primera vez.   

Don Germán, el alcalde del pueblo, y sus dos hijos mayores pensaron que Matías había vuelto a empinar el codo. Sin embargo, cuando subieron a la atalaya, para comprobar lo que sucedía, perdieron el aliento. Ya se podía otear, arribando a la costa, un barco que parecía haber sobrevivido a tormentas en largos días de viaje y que transportaba tres figuras siniestras. Don Germán y sus hijos se frotaron los ojos varias veces y se turnaron para mirar por el único catalejo de la torre. No era locura ni pesadilla. Tres monstruosos seres, de tamaño descomunal, avanzaban con ansiedad hacia la playa aferrados a la nave como piojos que ya han chupado todo lo que podían de su víctima y están deseando saltar a un nuevo huésped del que parasitar.  

¿Alguna vez te has topado con una persona muy grande subida, por ejemplo, a los coches de choque? ¿O has reído cuando alguien mayor, bromeando con una pequeña bicicleta, intenta montarla? Pues esta visión, en el atardecer de aquel macabro día, no hizo reír a nadie; más bien, cortaba la respiración. Tres gigantes cruzaban el misterioso mar en un bajel que parecía una bañera para ellos en lugar de un barco. Uno de los gigantes iba sentado en la mitad de la nave, junto al mástil. Era el más grande. Los otros dos, de pie en la proa y en la popa para equilibrar el peso, señalaban hacia la costa y después frenéticos golpeaban al del centro en el hombro. Evidentemente, los titanes también habían distinguido la diminuta atalaya, que apenas sobresalía en la montaña.  

El alcalde fue a dar la voz por toda Buena Vista y mandó a sus hijos en caballos, con otros cuatro jóvenes, para alertar al resto de pueblos de Valle Gentil. Mientras, Matías el vigía y el concejal Ramiro, observaban con el corazón en la boca el desembarco de aquellas tres bestias en Cala Solitaria.  

Mandraque, Zufro y Hollín, que así se llamaban los gigantes, acusaban un hambre voraz. Habían llegado a la nueva tierra después de ser derrotados por las ciudades fieras del norte y pasar semanas a la deriva. En su huida robaron un barco y solo pudieron comer de lo poco que quedaba en la bodega durante las primeras jornadas de navegación. Si los gigantes hubieran sabido nadar, en el último par de kilómetros hasta la orilla, se habrían lanzado al agua sin pensarlo, ya que la nave se movía lentamente y ellos estaban nerviosos, por no decir, histéricos. Habrás oído que los gigantes son poco amigos del agua en cuanto a higiene y nadar. La idea de zambullirse no entraba en sus planes: pesaban demasiado y eran especialmente torpes en el mar. Los monstruos simplemente esperaron hasta que el barco llegó a la orilla.  

Así fue cómo, aquel día, cuando el bajel encalló, acabaría la tan amada bonanza de la región del Gentil. Desde entonces, unos nubarrones negros y espesos ensombrecieron, no tanto el cielo de Valle Gentil, sino el ánimo de los seis pueblos.  

Te preguntarás por qué la gente no se fue de nuevo al sur o a otra región de Tala. ¡Claro que lo intentaron! Primero trataron de enfrentar a los gigantes, y fueron derrotados en todas las ocasiones. Después, decidieron emigrar, pero el cabecilla de los saqueadores, Mandraque, descubrió sus planes de huida y les amenazó con seguirlos y acabar con todos; no solo con ellos, sino también con aquellos que los recibieran.  

–¡Prometo que os buscaré hasta encontraros! Os perseguiré con brujas, basiliscos, hechiceros… ¡Si no detenéis este éxodo será el fin de vuestro pueblo!  

En adelante, los gentileños serían gente oprimida, incapaces de rebelarse contra los gigantes. Desde el desembarco de los titanes hasta la rendición completa de Valle Gentil transcurrieron veintiún años, y desde la rendición hasta el comienzo de la historia de Guillermo Perrofiel, veintidós más. El total suma cuarenta y tres años, a contar desde que don Germán y Matías, en la atalaya, descubrieron a los gigantes. Casi medio siglo. La mitad del tiempo, por lo tanto, ofreciendo resistencia, y la otra mitad proveyendo al Errante de todo lo que exigía, es decir, bajo expolio de los tiranos.  

A Mandraque lo apodaron así, el Errante, porque todos los años hacía una misma ruta de saqueo por las aldeas, granjas y pueblos de Valle Gentil.  

Un doble regalo para mis lectores

Valle Gentil es una región de Tala, el planeta protagonista de nuestra historia; y debes saber que más allá del Cinturón de Malco, al este de la Gran Cordillera que divide Dodo de Parvaim, cerca del mar Azoronte, en el centro de Valle Gentil, duerme una pequeña aldea llamada Casas del Alba.   

Tala podría ser considerado un mundo extraño para un terrícola. Por ejemplo, no hay Luna en las noches, solo estrellas, y no brilla el Sol en el día como aquí en la Tierra, sino dos astros, Los Hermanos, Uriel y Ariel; por eso la noche es más oscura y el día mucho más claro. Y a los continentes en Tala se les denomina mansiones. Estas mansiones de Tala están pobladas por gente parecida a nosotros, solo que en lugar de conocerlos como “personas” se les llama “moradores”: moradores de las mansiones. Además, en Tala hay gigantes, magos, brujas, nazirs, guerreros, monstruos de varias clases y multitud de criaturas que nos resultan familiares por otros cuentos o que solo viven en Tala. Poco a poco te los presentaré para que vayas entendiendo mejor este mundo y las historias que en él acaecieron. Son historias que hasta la fecha nadie se había animado a narrar y que nos transportan a otro planeta, en muchas cosas similar al nuestro, pero, al fin y al cabo, otro planeta.   

A los gigantes, en la Tierra, no los vemos desde hace unos cuantos miles de años. Sin embargo, existieron. Tribus enteras. En esta historia van a aparecer varios gigantes, porque es un cuento que habla de aventuras que tuvieron lugar en tiempos remotos, cuando no se dudaba de que los animales pudieran hablar y a nadie se le ocurriría discutir sobre lo reales y necesarios que son los milagros. No obstante, nuestro personaje central no será un gigante, sino un perro, un gran perro… de hecho, uno de los más ilustres de todos los perros del universo de los cuentos. ¿Su nombre? Fiel. Antes de llamarse así se le conocía en Valle Gentil como Guillermo Cachín, y algo extraordinario le sucedió a aquel joven albicitano, pues pasó de ser un morador de las mansiones común a convertirse en un gran perro lobo.  

Milagrosamente, Valle Gentil había vivido muy tranquilo por varios siglos desde que se comenzó a poblar aquel territorio bendecido por el Gentil, río ancho y caudaloso que nace en Cumbres Negras y atraviesa el valle. Los gentileños (que así se denominaba a los habitantes del valle) pasaron inadvertidos a los ojos de otros pueblos, los clanes guerreros de más allá del mar Azoronte. Quizás porque los moradores del norte se mantuvieron suficientemente ocupados resolviendo sus conflictos internos, el dominio de la zona, o las guerras contra los Errantes. De manera que, fruto de décadas de vida sosegada, más y más familias fueron instalándose en el valle y prosperaron cerca del río Gentil. 

Los gentileños eran gente tranquila y de educación modesta. La formación de un gentileño se limitaba a matemáticas elementales, letras básicas, su historia reciente y los oficios con los que se ganarían la vida. A lo largo del primer siglo desde la Gran Peregrinación se multiplicaron los granjeros, ganaderos y mercaderes, que organizaron su actividad en torno a dos poblados: Villa Grande, en el centro, y Don Julián, al sur y no tan importante. Más tarde nacieron Altos del Este, junto a la Cordillera del Sayón (allí está la única carceleta de Valle Gentil) y Buena Vista, la aldea más alta y más al norte donde, por cierto, uno puede ver al mar Azoronte perderse en la lejanía. Por último, en el segundo siglo después de la Gran Peregrinación se formó Casas del Alba en el extremo oeste del valle, aprovechando la curva que describe el río Gentil en su descenso hacia Don Julián y los muchos arroyuelos que llora a su paso. Prados Verdes es la sexta aldea de la región y la más pequeña en habitantes. Vio la luz por una desavenencia interna entre gentes de Casas del Alba. Lo típico, discutieron durante meses, las posturas fueron irreconciliables y tres familias se mudaron unos kilómetros más al sur para acabar fundando un nuevo asentamiento. Los albicitanos piensan que Prados Verdes ha mantenido el carácter agriado desde su nacimiento, a pesar del paso de los años. Ya te puedes imaginar lo que opinan los pradoverlengos sobre ese dicho.  

En la joven historia de Casas del Alba, esta triste división y la rivalidad con los de Prados Verdes había sido lo único negativo digno de destacar. Hasta el día, aquel aciago día, hacía ya cuarenta y tres años, cuando el mal había irrumpido como suele hacerlo, inesperadamente.



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