de la naturaleza salvaje a la alta joyería
La enredadera trepa, la raíz dormita, las flores se atusan las plumas y las hojas brillan. Los árboles de Courbet. Las flores sexuales de Brassaï. Y los nenúfares de Monet. Corteza, nervio y estambres. Jardín, bosque y marisma. La naturaleza en todo su poderío bajo la ley implacable del imperio botánico. Piedras toscas y preciosas. Diamantes y rubíes y zafiros y semillas perladas.
Una apoteosis herbal engarzada en el palacio de Beaux Arts de París que presenta una de las exposiciones más rotundas en año. Se llama Vegetal, la escuela de la belleza. Estará abierta hasta el 4 de septiembre y su fulgor, seguramente, se mantendrá mucho tiempo después.
Una propuesta única
La muestra ‘Vegetal, la escuela de la belleza’ presenta a Monet, Morisot, Arcimboldo y a lo más granado de los orfebres de tres siglos con joyas de Nitot, Chaumet o Pierre Sterlé
Esta exposición es un herbario, un refugio, una cama de algas y un diván hecho de espigas de trigo donde reposan mariposas, abejas, luciérnagas y libélulas. El botanista y científico Marc Jeanson se ha adentrado en la inmensa selva patrimonial de Chaumet, la legendaria maison joyera fundada en 1870 por Marie-Etienne Nitot, y ha buceado en sus archivos repletos de obras de arte valiosísimas raras, de fotografías hechas por Joseph Chaumet, y de catálogos taxonómicos exquisitos.
La ciencia y el arte encadenados. La observación fría engranada con la emoción ferviente. La intemporalidad bien labrada, desde el neolítico hasta nuestros días. La universalidad que atraviesa épocas, estilos y formatos. Pintura, fotografía, escultura, tejidos, muebles, dibujos y joyas inalcanzables que echan volar.
Colibríes de amatistas con las alas mojadas (las gotas son perlas) y una corona con hojas de laurel de pan de oro que ha cumplido 2.300 años y que ha emprendido viaje desde Salónica (Grecia). No hay ni una sola cara humana en todas las salas del palacio de Beaux Arts, a excepción de dos de los famosos retratos de Arcimboldo hechos con frutas y verduras y espigas de cereales. A cada paisaje, un olor.
La lluvia suena en la sala central. No cae, pero suena, como si jarrease en un mundo paralelo. La marea y la brisa acompañan al visitante. “Proponemos un paseo que en su inicio discurre por la naturaleza salvaje, el ser humano no está representado, sólo se sugiere su presencia”, cuenta el comisario. Es esa naturaleza salvaje que creció a sus anchas en la pandemia, que seguirá expandiéndose cuando, tal vez, ya no estemos.
Se trata de un paseo que discurre por la naturaleza salvaje, el ser humano no está representado, sólo se sugiere su presencia”
En total, 400 obras a través de cinco mil años en un itinerario que parte de la cueva y transita la marisma, el campo, el bosque y el huerto. El elenco de esta odisea vegetal tiene una dimensión desconocida porque muestra la faceta secreta de artistas que no se asocian para nada a la naturaleza.
Otto Dix, cronista de las atrocidades de la Gran Guerra ofrece unos iris irrepetibles. Gustave Caillebotte, notario de la burguesía del París haussmaniano y las clases populares del París del XIX era un jardinero empedernido. Jeanson recuerda su intercambio epistolar febril hablando de semillas e injertos con un Monet, que adoraba su panteón vegetal en Giverny. Por descontado, las flores de Georgia O’Keefe.
Y claro, Gustave Courbet “pintando las flores que le llevaba su hermana a la cárcel en París y que plasmaba en los trozos de madera del armario que iba arrancando porque no tenía material”, recuerda Marc Jeanson.
A Courbet lo encerraron como chivo expiatorio por los destrozos de la columna Vendôme en los hechos de La Comuna. “No deja de tener gracia que a pocos metros de la revuelta, los joyeros de Chaumet estaban trabajando en los talleres en el 12 de la plaza Vendôme”, ironiza el comisario.
Una revolución previa en 1899
Cuando cortaron los árboles del Beaux Arts
París, cuna de revoluciones y contrarrevoluciones, sinónimo de esperanza a favor del clima y del planeta, vivió un episodio hace más de un siglo en el que el arte y la reivindicación de la naturaleza tuvieron un efecto dramático. A raíz de la exposición en el Beaux Arts, la historiadora del arte Alice Thomine-Berrada recuerda que un sábado de abril de 1899, los estudiantes de esta institución creada por Luis XIV, instalaron en la calle cuatro cajas de arena que contenían árboles hechos de cartón para protestar por la tala que había tenido lugar frente a la escuela unos días antes en el Quai Malaquais. El diario La Croix daba fe de la protesta en su edición del 25 de abril. Fue una de las primera protestas ambientalistas que se recuerdan en París: el transfondo, la necesidad o no de construir la estación de tren de los Invalides. No es casualidad que la muestra actual sea un bello pórtico en forma de bosque de cartón de la artista Eva Jospin.
Aunque la historia indica que los orfebres más célebres de la maison parisina ha sido hombres (Nitot, su hijo François Régnault Nitot, Jean-Valentin Morel, Fossin padre e hijo, los Chaumet, Pierre Sterlé, apodado el costurero de la joyería…), la huella femenina es profunda.
La lista de artistas y botanistas es envidiable: además de las ya citadas, Dora Maar, Berthe Morisot la pintora naïf Séraphine de Senlis, Yvonne Jean-Haffen, Regina Dietzsch, la fotógrafa Laure Albin-Guillot, las ilustradoras Marthe et Juliette Vesque, Luzia Simons, Victoria Braithwaite y sus peonías mustias, la artista Eva Jospin, que ha construido un bosque de cartón a la entrada de la muestra y Anna Atkins, botanista del siglo XVIII, considerada la primera fotógrafa de la historia.
“Necesité doce años para empezar a entender la visión general de la colección, estás aprendiendo todo el tiempo”
Atkins se obsesionó, sanamente, con las algas, las retrató con la técnica del cianotipo y, sin saberlo, impulsó la popularidad de una especie vegetal que, más allá de las flores y las plantas, marcó el ADN ornamental de movimientos artísticos como el de la Belle Époque.
Otra mujer fundamental en la muestra es madame Béatrice de Plinval, máxima responsable del fondo de arte de Chaumet, que sigue explorando sin respiro: “Necesité doce años para empezar a entender la visión general de la colección; estás aprendiendo todo el tiempo”, recuerda, dando idea de la riqueza patrimonial de la maison.
A los archivos propios se le unen las aportaciones de otros 70 museos y colecciones particulares. Dibujos de Raoul Dufy y Le Corbusier y Ruskin, bodegones de Fantin Latour y Bartolomeo Bimbi, prendas de Yves Saint Laurent, fotos de André Kertész, Joan Fontcuberta y las que hicieron los miembros de la dinastía Chaumet con fervor científico para crear las joyas inspiradas en las flores, las hojas o los insectos atendiendo a cada detalle.
“Es una muestra diferente. Se me pone la piel de gallina al ver tanto tesoro junto en el que se combinan tan bien las obras de arte y las muestras científicas. Nitot era un gran gemólogo, Chaumet diseña, engarza, dibujaba y fotografiaba. Es una época que hemos olvidado, hoy en día está todo segmentado en compartimentos estancos”, expresa Jean Marc Mansvelt, máximo responsable de la firma joyera después de visitar la muestra. El CEO de Chaumet reconoce que en este viaje para organizar la exposición se han topado con unos cuantos “descubrimientos” que ligan el arte y la joyería.
Nitot era gemólogo, Chaumet diseñaba y fotografiaba: es una época que hemos olvidado, hoy en día está todo en compartimentos estancos”
El principio de la muestra es la pintura rupestre de una palmera tan bien dibujada que los expertos han acordado que estaba muerta cuando la representaron. El final de la exposición lo marcan los dos retratos de Arcimboldo y un cuadro de Manet que no lo parece y donde se ven esbozados unos iris.
Un óleo inacabado (que también tiene su valor) de algunas de las especies vegetales que aún pueden visitarse en los jardines de Giverny y una instalación del artista suizo Zimoun que desvela el origen del ruido de la lluvia que se oye en la sala principal.
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La belleza llueve en el Palais de Beaux Arts. Llueve a cántaros sobre los helechos, las rosas, la copa del roble, las hojas de parra, los granos de uva, las espigas de cebada, los cardos, las mimosas, las pasifloras, los aloes, los crisantemos, los tulipanes, los claveles y las amapolas.
Destellos de la muestra
Artistas invitados de excepción
Más de 400 piezas de 70 instituciones y colecciones privadas dan fe de la profundidad de la exposición Vegetal, la escuela de la belleza. Es casi imposible hacer una mínima selección. Lo ideal es visitarla. Pero a continuación, un modesto intento de coger al vuelo unas cuantas piezas inolvidables.
Giuseppe Arcimboldo (1526-1593)
Primavera (1573)
Esta pieza, que proviene de la colección del Louvre, es una de las más delicadas del pintor milanés porque en lugar de frutas y verduras, las flores con sus formas suaves y sus tonos pastel completan una cara armónica que huye de la pose más caricaturesca de piezas como el Retrato de Rodolfo II en traje de Vertumno o Invierno de ese mismo 1573 en la que las raíces desnudas y leñosas son los elementos dominantes.
Gustave Caillebotte (1848-1894)
Crisantemos blancos y amarillos (1848)
Que Caillebotte fue el gran cronista del París de la segunda mitad del XIX se sabía. Que fue el primero en honrar a las clases trabajadoras en sus lienzos también. Y que entendió como nadie la nueva ciudad de los bulevares, erre que erre. Seguramente, la gran contribución de Caillebotte, el pintor más rico de su época, proveniente de una familia con posibles, fue financiar la carrera de Renoir, Degas y Monet. La dimensión naturalista del artista ha pasado más de refilón en su trayectoria, pero es lógica. Pionero en el retrato de deportistas amateurs (remeros, navegantes), la naturaleza respira por los cuatro costados de sus lienzos
Gyula Halász, Brassaï (1899-1984)
Pistilo (1932)
Antes que Mapplethorpe y en paralelo a André Kértész, la crudeza de la flor y su sexualidad en primer plan fue explorada por Brassaï. Kertész y Brassaï y László Moholy-Nagy: ¡que viva la fotografía húngara! La imagen convive en la exposición con piezas incomparables: unos crisantemos de la artista brasileña Luzia Simons (1953), unos lirios de Laure Albin Guillot y un broche del hijo del fundador de Chaumet, François-Regnault Nitot.
Michel Adanson (1727-1806)
‘Triticvm aestium’
La muestra de Chaumet en el Beaux Arts tiene su interés porque el arte y la ciencia se retroalimentan, se polinizan entre sí. Adanson fue un botánico francés de origen escocés que acabó siendo un estudioso de la flora de Senegal y que en este caso, sin ninguna intención artística, compone un conjunto que hoy en día no solo tiene una importancia taxonómica evidente, sino que adquiere un carácter plástico innegable..
Vegetal. La escuela de la belleza. Beaux Arts de París. Hasta el 4 de septiembre
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